Les prendieron fuego la casa cuando dormían. Un ex de la mujer es el principal sospechoso. Lo habían denunciado, pero la Justicia y la Policía no actuaron. Y la escuela y la iglesia adonde iban no alertaron.
Fue a la 1 de la madrugada del jueves, en Parque San Martín, el barrio más pobre de Merlo. “Escuchamos gritos y corridas. Ahí vimos las llamas y salimos”, contó María, vecina de la familia. Fueron los vecinos quienes rompieron a mazazos las paredes, trataron de apagar el incendio con agua podrida de la zanja y con agua enjabonada y corrieron a buscar frazadas para tratar de sofocarlo. Pero ya era tarde. Adentro, Karina (38) y su pareja, Gastón Olivera (31), ya estaban muertos. También Yael, de 13, hija de un primer matrimonio de ella, Briana (10), Shakira (8), Alejo (de 7, el nene que estaba en silla de ruedas), y Nayla (5), que apareció después, entre la ropa quemada, abajo de una cama. También Ian, de 4 años, había muerto intoxicado en el baño: era el único de los chicos que era hijo de Cristian “Memo” Méndez, el hombre que todavía sigue prófugo. Fue el mismo Daniel Scioli quien ayer confirmó que el incendio fue intencional.
“Acá venían tres de las hijas, pero la verdad es que cada vez venían menos. Sé que trataron de llamar a la madre y nunca se pudieron comunicar”, dice Adrián Pietropaolo, profesor del colegio Federico Zorraquín, que ayer suspendió las clases. Habla desde la puerta. Adentro, explica, no se puede: la intendencia de Raúl Othacehé bajó la orden de que nadie puede hablar. No bajó, en cambio, ninguna orden cuando supieron que Yael, la mayor, casi no iba al colegio porque de mañana mendigaba en la estación de Once y de noche iba a pedir comida a la casa de su preceptora.
“No iban al colegio, además, porque él los seguía, entonces Karina dijo que cuando ella no podía acompañarlos prefería que se quedaran”, dice Milena González, su amiga. “Ella se encerraba en la casita con todos porque él le tiraba trapos prendidos fuego, le rompía las puertas, se le aparecía de noche por el fondo, la sacaba a la calle y le daba patadas. Hasta le pegó en la puerta de la escuela. No es una novedad: él ya le pegaba cuando estaba embarazada, en la panza le daba, pero cuando Karina llamaba a la Policía, venían los del patrullero y decían ‘otra vez lo mismo’ y se iban”, sigue Jennifer Artigas, otra de sus amigas de este barrio lleno de perros y crías, de alambrados que hacen de paredes y de lonas que hacen de techos.
Según ellas, Karina lo había denunciado al menos 25 veces y le habían dado la restricción perimetral. Según dijo el jefe de la Departamental de Merlo, Hugo Santillán, a Clarín, “no hay ninguna denuncia, sólo un llamado al 911 de marzo; tal vez lo denunció en la Fiscalía”. Y ese fue otro de los engranajes que no funcionó: si ayer, cuando ya habían pasado más de 15 horas desde las 8 muertes, el comisario no sabía qué información tenía la fiscalía, es evidente que no están trabajando articuladamente para prevenir los femicidios.
Karina cobraba la Asignación Universal por Hijo y a veces limpiaba casas. Su actual pareja era vendedor ambulante. Su ex, Méndez, era adicto, paciente psiquiátrico del Hospital Posadas y no sólo ejercía la violencia a los golpes: pedía fiado alcohol y cigarrillos en el kiosco y después la mandaba a ella a pagar. O la violaba delante de sus hijos; por eso los chicos del barrio le decían “el violín”.
Pero Karina ya no tenía con qué pagar y todos los mediodías iba con sus hijos al comedor de la Iglesia evangélica “Dijo Jesús: ‘Yo soy’”. “Justo había dejado de venir porque él los perseguía y se metía acá, todo sucio, y los agredía. Una vez incluso, forcejearon, porque él le quería sacar al nene de los brazos”, dice Gabriela, hija de los pastores. Sabían en la Iglesia también, por eso hicieron una excepción y todos los mediodías les daban la comida en viandas para que no tuvieran que salir de casa. Ayer, entonces, el Jefe de la Departamental se paraba frente a las cámaras y decía: “Ocurrió todo en una fracción de segundo”. Pero no. El agresor venía avisando, pacientemente, desde hacía cuatro largos años
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