La única novedad luego de estos comicios será que permitirá la vuelta del país a los organismos regionales, de los que fue suspendido luego del golpe contra Fernando Lugo. La izquierda va demasiado dividida como para competir.
Dos representantes de las fuerzas políticas tradicionales de Paraguay, un liberal y un colorado, aparecen más cerca del triunfo en unas elecciones presidenciales que despertaron escaso entusiasmo y parecen encaminadas a ratificar el peso de los aparatos partidarios. Efraín Alegre, del Partido Liberal Revolucionario Auténtico (PLRA), y Horacio Cartes, del Partido Colorado, serán los que, según todos los sondeos, protagonizarán la puja, aunque habrá otros nueve candidatos que llegan a esta instancia con la expectativa de poner en el Congreso a algunos de sus candidatos.
La elección no despertó el interés ciudadano como la de 2008, impulsada entonces por la aparición de un outsider como Fernando Lugo que, aliado a los liberales, rompió una hegemonía de seis décadas del Partido Colorado en el poder, incluidos los 35 de la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989). La de hoy es la sexta presidencial desde la caída del dictador y están habilitados para sufragar poco más de 3,5 millones de ciudadanos, aunque se estima que la participación apenas rondará el 50% del padrón.
Cartes es un empresario dueño de una treintena de empresas, un recién llegado a la política acusado de estar relacionado con las redes del narcotráfico y el contrabando. Alegre fue senador y diputado hasta que el PLRA rompió la alianza con el Frente Guasú y preparó el golpe de Estado que terminó por derrocar a Lugo e instalar a un liberal, Federico Franco, como presidente de facto del país.
Los poderosos aparatos del PLRA y el Partido Colorado, sumados al impresionante gasto de campaña, mermaron las chances de los otros aspirantes, aunque los progresistas Mario Ferreiro, de Avanza País (una escisión del luguismo), y Aníbal Carrillo, del luguista Frente Guasú pretenden colarse en la pelea.
No menos importante será la pulseada por las bancas de diputados y senadores, en un país en el que el poder real pasa por el Congreso. La presencia del mandatario derrocado disputando una plaza de senador, junto con los presidentes partidarios Blas Llano (liberal) y Lilian Samaniego (colorada), también realza la puja por las bancas de la Cámara Alta.
Además de presidente y vice, los paraguayos deberán elegir a 45 senadores, 80 diputados, 17 gobernadores, 228 gobernantes municipales y 18 parlamentarios del Mercosur. El temor a una alta abstención llevó a hacer campaña en favor del voto, que es obligatorio aunque la percepción generalizada es que es optativo. Además, no existen penas para quien no sufrague. La mayor participación de las últimas elecciones se dio en 1998, con el 77,18%, y 2008 con el 65,41 por ciento.
Habrá 1060 locales de votación habilitados en todo el país. Las mesas funcionarán de 7 a 16 (8 a 17 hora argentina) y, aunque están prohibidas las encuestas a boca de urna, existirá un Sistema de Transmisión de Resultados Preliminares (TREP) diseñado especialmente para ir adelantando datos. Los comicios tienen como telón de fondo, como en otras ocasiones, denuncias cruzadas por irregularidades, las más repetidas vinculadas a una desvergonzada compra de votos y el "acarreo" de personas, dos prácticas históricas y hasta naturalizadas en el país.
La salida electoral, que terminará el 15 de agosto con la asunción del ganador de hoy, debería suponer el retorno de Paraguay a la Unasur y el Mercosur, los dos bloques regionales que suspendieron al gobierno de facto tras el golpe de Estado del 22 ce junio del año pasado. «
Télam, AP y dpa
Horacio Cartes
A los 56 años, es su primera postulación. Surgió hace más de tres años, cuando a “platazo limpio”, como dicen los paraguayos, consiguió cambiar el estatuto partidario para erigirse candidato. Antes, sólo se lo conocía por las denuncias que lo daban como vinculado a los cárteles de las drogas y el contrabando.
Efraín Alegre
Fue uno de los artífices de la la coalición que llevó a Fernando Lugo a la presidencia. Y también uno de los organizadores del golpe que lo derrocó. Fue su ministro de Obras Públicas y debió irse cuando se comprobó que había derivado varios millones de dólares del presupuesto ministerial a cuentas personales.
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