Esta captura de pantalla telefónica, corresponde muy probablemente al último contacto que el concejal de CAMBIEMOS José Reinaldo Cano mantuvo con un periodista, ayer martes a las 06.41 PM, y que tuvo una duración de 2 min 2 segundos.
La preocupación por su estado de salud era permanente, para quienes estaban en conocimiento de su dura pelea contra la enfermedad que acabó con su vida. Era un intento más para saber cómo se sentía. Y respondió la llamada desde su lecho de enfermo. “Aquí estoy dando una demostración de sobrevida contundente”, dijo el ex secretario de Hacienda, que se había ganado el respeto de propios y extraños, durante el ejercicio de la función pública, en cualquiera de los cargos que ocupó, a lo largo de toda su carrera política y profesional de carácter intachable, también en la actividad privada.
En esa breve conversación, si bien se apagaba su tono de voz, estaba completamente lúcido y hasta se permitió dar precisiones, como fue siempre su costumbre, sobre montos exactos “son $ 8.704.000”, dijo garantizando la seriedad de la fuente. Se fue conociendo que no habían sido en vano sus intervenciones, sino que muy por el contrario prosperaron.
Sobre su estado alcanzó a expresar que “esperaban el resultado sobre el análisis de una bacteria”, la realidad era mucho más grave, irreversible. La difícil comunicación finalizó “con el abrazo más grande que te puedo mandar”.
Fue candidato a intendente en 1991 por la UCR, cuando intentó ser el sucesor de Ángel Roig, por el alfonsinismo, que en ese momento atravesaba las consecuencias de 1989 y la dureza de tiempos difíciles con los cuales hubo que convivir.
José Cano, no era un hombre fácil de tratar, pero era un perfil que lo acompañaba, severo, estricto y rígido, no tenía precisamente el “si fácil”. Fue un piloto de tormentas que conocía palmo a palmo cada movimiento de la administración municipal. Su misión era nada menos que decir que no, lo cual no generaba simpatías, muchas veces aún dentro de los mismos esquemas de gobierno de los que formó parte. Ese cumplimiento del deber, su honradez y decencia, dejaron lugar para que sea considerado de un talante muy particular, que debía conocerse para no caer en el clásico “mal llevado” que no es precisamente lo mismo.
Era el hombre ideal para comprarle un auto usado. Y en su particular formación política y profesional, muy posiblemente haya endurecido sus posiciones, hasta volverlo casi intransigente según los casos, pero siempre respetando sus convicciones y el interés público. Jugó al límite, a tal punto que asumió sus responsabilidades en gobiernos que eran oficialistas u oposición. Allí seguramente residía la confianza extrema de la que gozaba entre quienes confiaron en él. No defraudó a nadie, las disidencias y los desacuerdos, siempre los trató a la luz del día, sobre la mesa.
Muy apegado al cumplimiento de la ley, ordenanzas y reglamentaciones, lo suyo no se reducía a las charlas de café que terminan en la nada, esfumándose. Tremendamente operativo, confiaba en las instituciones y en el ejercicio de las mismas, apelaba o acudía a las mismas, con lo cual se generó antipatías personales y políticas. Ese raro papel que cumplen muy de vez en cuando los que pasan por la función pública, muchas veces por impotencia o incapacidad, y no era precisamente lo que demostró, apelando a instancias de organismos de control y la justicia para dirimir las cuestiones que lo diferenciaban, todo un estilo de conducta. Tampoco se entregó a otros factores de poder, resistió presiones y operaciones mediáticas, que lo tuvieron en la mira para desprestigiarlo.
En este momento apagado de la política, donde sobran los grises, las divisiones, la política marplatense acaba de perder un hombre cabal, que actuó con coraje aún a riesgo de no ser comprendido por no ceder a presiones, que pusieran en riesgo el valor de la custodia de los bienes públicos.
Que no haya sido salpicado ni rozado siquiera, en temas de alto grado de conflictividad, como los que ha vivido esta ciudad en los últimos 45 años, es el reflejo del hombre probo, que la ciudad ha perdido. Su experiencia por haber superado momentos extremos, la confiabilidad en su manejo, aumenta el dolor de una pérdida inestimable, que no debe tomarse como una exageración. No es fácil fundir capacidad técnica, profesional y conocimientos políticos en una sola persona. Muchas veces los reconocimientos llegan tarde. Su valor como un hombre al servicio de la sociedad, fue su sello.
Jorge Elías Gómez
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