Para un adicto, el Obarrio es un depósito sin control

Para un adicto, el Obarrio es un depósito sin control
La Justicia dispone la internación de pacientes para desintoxicarlos y, sin embargo, muchos de ellos admiten que siguen consumiendo. En el nosocomio, cuya función principal es la atención de la salud mental, la mitad de los internos son consumidores.

Por los pasillos sombríos ellos susurran. Se ríen de los otros, esos que tienen la mirada perdida y hablan solos, esos que deambulan con el único propósito de que alguien les de un cigarrillo. Aseguran que ya se acostumbraron a convivir con los "loquitos". Pero reniegan. Se sienten como si estuvieran en un depósito, no en un hospital para rehabilitarse de sus adicciones. "Estamos abandonados acá", recriminan. Es de mañana y lo que se ve en el Obarrio no parece posible. Estos chicos, la mayoría internados con custodia policial, se despiden, caminan como si nada hacia la puerta del nosocomio, cruzan la calle y se pierden en el barrio La Bombilla. ¿A qué van? A conseguir su bolsita de pegamento, un porro o pastillas, cuentan. A los pocos minutos están de vuelta, se agrupan contra una pared o bajo un árbol a consumir.

"Aquí hacemos lo que queremos. Es cierto que tenemos vigilancia. Lo único que les importa a los policías es que no nos escapemos", dice uno del los jóvenes. Se identifica como Ezequiel, de 17 años. Parece más chico. Tiene los ojos negros azabache y una cicatriz en el rostro. "Fue en una pelea. Todo por la droga. Yo no sé vivir si no consumo", explica. Dice que llegó al hospital hace tres meses, después de haber caído preso por un robo agravado. Como es adicto, la Justicia decidió su internación compulsiva y con custodia permanente. ¿Y el policía que tiene que estar al lado tuyo?, le pregunto. "Hoy no vino, al menos hasta ahora (las 10.30) no", aclara.

En el Obarrio es posible desaparecer, fugarse, drogarse y hasta quedarse a vivir. Es un lugar atrapado en una espiral que se sumerge entre adicciones, salas y consultorios desbordados, sospechas sobre irregularidades o inacción policial y escaso control. Así lo reflejan los testimonios de los jóvenes, de padres y de algunos profesionales consultados. Todas estas palabras se enfrentan al discurso de las autoridades del nosocomio, quienes aseguran que no hay anomalías (ver "Aquí...").

En la actualidad, la mitad de los internados está allí por adicciones. Por eso hay tres áreas destinadas al tratamiento de esta patología. Hay una de estas a la que nadie quiere ir: la unidad 5. En este viejo pabellón, dependiente del servicio de alcoholismo y adicciones para varones, hay 18 pacientes. Algunos de los que están allí hablan de falta de atención médica, condiciones insalubres de alojamiento, falta de rehabilitación y de tratamiento. Fue en ese lugar donde Jorge S., de 24 años, se intoxicó con pastillas, según contó. También fue el escenario que otro interno, Alexis (22 años, con causa judicial), definió como el infierno. "No podés estar por los malos olores. Además, pasás todo el día mirando las paredes. Estás desesperado por consumir. Si se te sale la cadena, te atan a la cama", describió.

El sol recalienta los parques del hospital Obarrio. En este enorme predio ubicado en San Miguel al 1.800, rodeado por barrios conflictivos como el Juan XXIII (La Bombilla) y Juan Pablo II (El Sifón), funciona la institución de salud mental para hombres más famosa y, tal vez, la más cuestionada desde hace unos cinco años, cuando estalló la problemática de las adicciones en la provincia. Sin muchos lugares a los cuales derivar los casos graves de abuso de sustancias, el hospital terminó haciéndose cargo de una situación para la que no estaba preparada.

El problema es tan grave que el propio director de la cuestionada unidad 5, el doctor Rolando Estevez, no tiene empacho en admitirlo. "Cada vez tenemos más casos de adictos. Estamos desbordados. El hospital no está preparado para afrontar esta situación, ni siquiera reunimos las pautas oficiales para estar habilitados para tratar adictos. Nosotros deberíamos realizar la desintoxicación de los pacientes, lo cual tiene una duración de días. El problema es que después no hay dónde derivarlos y, por lo tanto, se quedan durante meses en un servicio que no tiene los recursos necesarios para hacer tratamientos de deshabituación y rehabilitación de adictos", señaló.

"Es real que consumen mientras están internados. Los pacientes van y vienen con sustancias. El tratamiento que les damos no es restrictivo de consumo. Este es un lugar a puertas abiertas y no ayuda mucho que el hospital está ubicado muy cerca de barrios en los cuales no es difícil conseguir sustancias. Uno cree por ahí que poner una consigna policial puede frenar el consumo, pero no es tan así. A los efectivos lo que los importa es que no se fuguen los internos. Si se van a comprar droga y vuelven, no se hacen mucho problema", expresó.

Muchos de los trabajadores entrevistados para esta nota coincidieron con el psiquiatra Estevez. Pero no quisieron revelar sus nombres por miedo a perder el empleo.

"¿No sabe cuándo me voy?", pregunta un adicto de 15 años a uno de los enfermeros del área. "Este chico ya debería haber pasado a un tratamiento ambulatorio. Tendríamos que funcionar como un centro que atiende crisis y cuando las soluciona libera una cama para poder atender a un nuevo paciente. Pero es imposible. Los pacientes pasan meses y meses acá, mucho más tiempo de lo necesario. Cuando no hay lugar los internamos en consultorios y en la misma guardia. Los familiares también presionan para que no los liberen. Creen que esto es la salvación, pero en realidad es que no se quieren hacer cargo de la situación", apuntó el enfermero.

El Obarrio siempre parece un lugar tranquilo. Es jueves a la tarde y un grupo de adictos se reúne a tomar mates. No van a dar sus nombres, anticipan. Toma la palabra uno de los jóvenes, alto y flaco, que sonríe de compromiso. Confiesa que vive en el límite todos los días. Para no volverse loco con la abstinencia, necesita cigarrillos y un poco de marihuana. Dice que nadie se lo niega. Con tal que se quede calmo.

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