Corrupción y perpetuidad en el poder son las dos principales críticas que recibe José Eduardo Dos Santos, el presidente angoleño que ayer ofició como anfitrión de Cristina Kirchner. Gobierna ese país del centro de Africa desde 1979, apenas cuatro años después de lograr la independencia de Portugal.
Con eje en el petróleo y las piedras preciosas, en especial los diamantes, la economía angoleña evidenció un importante crecimiento en la última década. Sin embargo, esto no logró traducirse en un mayor bienestar de la población: más del 40 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y la esperanza de vida es de 54 años. Pero además, Dos Santos está acusado de haberse enriquecido y de haber beneficiado a su círculo más íntimo.
Según un informe de Transparencia Internacional, Angola tiene “un gobierno débil y corrupción generalizada en todos los niveles de la sociedad”. También habla de “la corrupción burocrática y política, la malversación de recursos públicos, el saqueo sistemático de los bienes del Estado, y un sistema de ‘mecenazgo’ muy arraigado que opera fuera de los canales estatales”.
Dos Santos, de 69 años, fue uno de los jóvenes que lideraron la lucha por la independencia de Angola, como parte del Movimiento Por la Liberación de Angola (MPLA). Al mando de esa organización, resultó victorioso de una cruenta guerra civil contra el grupo Unita, que duró 27 años y recién terminó en 2002, con la muerte del líder enemigo, Jonas Savimbi. Desde que asumió la Presidencia, fue acumulando poder. Primero lo coronaron también como presidente del Parlamento. Después suprimieron la figura del primer ministro y le otorgaron plenos poderes. Hace dos años consiguió una reforma constitucional que le permitió concentrar más poder. Las elecciones dejaron de ser directas, por lo que el presidente pasó a ser electo por el Parlamento, donde tiene amplísima mayoría.
Después de tantos años de guerra civil, las denuncias de violaciones a los derechos humanos siempre estuvieron presentes. Se estima que 1,5 millón de angoleños murieron. En los últimos tiempos, con el impulso de la primavera árabe, grupos de jóvenes comenzaron a denunciar la corrupción del régimen. Según Human Right Watch, las cinco marchas que se realizaron este año fueron reprimidas por las fuerzas de seguridad, con un saldo de 46 jóvenes encarcelados.
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