El padre Ignacio ya tiene casa en Paraná

El padre Ignacio ya tiene casa en Paraná
Es solamente una sede administrativa, que se abrió a pedido del Vaticano y en el marco de los pasos que se están dando para su reconocimiento como congregación religiosa. Funciona en calle Comandante Espora al 500, y es atendida por el primer sacerdote argentino de la Cruzada, un movimiento que surgió en Irlanda.
El padre Ignacio ve más allá, tiene ese don. No hay que hablarle, porque él ya sabe, conoce. Si el padre Ignacio pregunta, hay que contestarle. A veces la gente viene a mí pidiendo lo mismo, pero yo solamente tengo el don de orar por la salud. Nada más.

Es mediodía de otoño, miércoles, y hay un cielo diáfano, una claridad como de primavera en Paraná. Alrededor, un sonido áspero, que gotea: un albañil martilla contra una pared que traspasa el vano de la puerta de esta casa que está como en vísperas. Adentro, sentado a una mesa, blanca, Leovigildo Raúl Escorcia, sacerdote, atiende una computadora minúscula, roja, aclara lo que hay que aclarar, cuenta lo que hay que contar, da la bienvenida.

Hay revuelo de mudanza, y dos cuadros ya colgados de una pared, en esta sala que es un recibidor improvisado: a un lado la imagen del padre Ignacio Peries Kurukulasuriya, nacido el 11 de octubre de 1950 en Sri Lanka, país budista, ordenado sacerdote católico a los 29 años en Gran Bretaña, ahora superior de la Cruzada del Espíritu Santo, afincado en Rosario, en la Parroquia Natividad del Señor; al otro lado, una foto del fundador de la Cruzada, el irlandés Thomas Walsh.

Es una casa corriente, de un barrio corriente. Es calle Comandante Espora al 500 de la capital provincial. Es la casa general de la Cruzada del Espíritu Santo, la primera sede de una congregación religiosa que todavía no es tal, la casa del padre Ignacio en Paraná. “Esta casa –dice el padre Leovigildo, rosarino, hijo de padre colombiano, el primer sacerdote argentino de la Cruzada– es la sede de la secretaría de la congregación. El Vaticano nos pide un domicilio canónico, que hasta ahora no lo teníamos. Nuestra idea había sido siempre contar con una parroquia en Paraná, pero hasta ahora no ha sido posible. Entonces nos decidimos por esta casa. Y funcionará como la secretaría general”, comentó.

Es sólo eso, dirá, una casa general de la congregación, no un sitio para recibir bendiciones, no un lugar adonde atenderá alguna vez el padre Ignacio. Que el padre Ignacio llega, suele visitar Paraná, aclara, pero esas visitas son en voz baja, no se anuncian.

Un “consulado”. La casa del padre Ignacio –un sacerdote sanador de gran convocatoria, hecho que demostró el 24 de abril de 2012 cuando, por primera vez celebró misa fuera de Rosario aquí, en Paraná, y congregó a más de 40.000 personas–, empezó a funcionar el lunes, y es, claro, una formalidad, la respuesta a una exigencia vaticana. Como la congregación del padre Ignacio, la Cruzada del Espíritu Santo, está en camino a ser reconocida por El Vaticano necesita, antes, dar algunos pasos clave.

Contar con una embrionaria casa general, es uno de ellos. Esa casa debe estar ubicada allí donde está su obispo benévolo o benefactor, que es el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari. La Cruzada necesita de un obispo benefactor que ampare su existencia. Ese amparo lo tiene desde 2006, en Paraná.

Aunque Ignacio pensó, en realidad, hacer pie aquí con una parroquia, pero de momento eso no ha podido ser posible. Fue así que se barajó la alternativa de establecer una secretaría general de la congregación. La Curia ofreció alquilarles una propiedad ubicada en San Juan al 400, que fue desechada. Ignacio pretendía comprar una propiedad, y eso hizo.

-¿Por qué aquí la sede de la congregación del padre Ignacio?

-En 2006, el entonces arzobispo Mario Maulión decidió auspiciar el crecimiento de la Cruzada del Espíritu Santo y resolvió la incardinación (en lenguaje eclesiástico, la decisión de vincular de manera permanente a un sacerdote en una diócesis determinada) de todos los integrantes de la Asociación Clerical Cruzada del Espíritu Santo en la diócesis de Paraná. Desde entonces y hasta hoy, religiosos de Gran Bretaña, Venezuela y Estados Unidos están incardinados en Paraná, y por eso el Vaticano pide que la primera casa de la congregación del padre Ignacio se fije aquí y no en otro sitio.

El padre Leovigildo lo explicó de este modo: “Esto –la decisión de abrir una casa en Paraná– es un requisito que nos pide El Vaticano para convertirnos en congregación. Como estamos incardinados en Paraná, la Santa Sede nos pide que tengamos un domicilio canónico en Paraná. Y así fue”.

Después disipa dudas, espanta conjeturas erradas, y dice: la casa no será casa de bendiciones, ni de misas, ni sede operativa del padre Ignacio en Paraná, que seguirá, sin moverse, en Rosario. La casa será sólo una sede administrativa de la congregación. “Quiero que lo apunten”, pide. “El padre Ignacio viene acá, porque esto es una base. Pero viene en voz baja. Sin que nadie se entere, y solamente a revisar papeles. Pero me pidió que deje en claro que acá no dará bendiciones, las bendiciones las da en su parroquia. No es un lugar para buscar bendiciones. Los bendigo yo, si viene la gente, pero el padre Ignacio no atiende acá. Esto funcionará como una oficina. Es como un consulado de la congregación”.

Visitas fugaces. El consultado, sin embargo, ha sido visitado por el superior general, y más de una vez.

Las visitas del padre Ignacio a Paraná han sido sigilosas: en las últimas semanas ha estado, al menos, en tres oportunidades. La última, el lunes 6 del actual.

Pero no piensa radicarse aquí, ni nada parecido.

–Se habló mucho de la posibilidad de que se mudara a Paraná.

–Fue una frase que se sacó de contexto –respondió a EL DIARIO Leovigildo–. El padre Ignacio, como está incardinado en Paraná, dijo que no tendría problemas, si las obligaciones lo requieren, algún día venir a vivir y a trabajar acá. Él no tendría problemas, pero lo planteó como una posibilidad de último recurso, y quedó como que viene a Paraná. Pero no es así. Por ahora sólo va a haber una sede administrativa acá, que voy a manejar yo, por las mañanas, y por las tardes, voy a estar como vicario en la Parroquia Don Bosco. Monseñor Puiggari aceptó el pedido, y ya tengo los permisos para trabajar en la ciudad.

El padre Leovigildo lo dice con soltura, mientras da sorbidos breves a un mate que le ceba una mujer, Marta, que permanece en silencio.

Viste una camisa a cuadros, lleva, con cierto disimulo, el alzacuello de cura sin abrochar, y dice que no siempre se ha sentido a gusto con los destinos pastorales que le han encomendado. Se ordenó sacerdote en Paraná en 2004, y enseguida marchó a Piedras Blancas, adonde estuvo apenas un año, a desgano; volvió a Paraná, y permaneció cuatro años en la Parroquia Don Bosco, y otra vez se mudó: a Rosario, primero a una parroquia, después como rector de la casa de formación de la Cruzada, y después, por una semana, en Uruguay. Ahora ha vuelto a Entre Ríos.

Ya suman tres los sacerdotes de la Cruzada que residen en la provincia: los otros dos, Juan Diego Escobar Gaviria y Hubeimar Alberto Rúa Alzate, ambos en Lucas González.

En todo el mundo, son 35 sacerdotes; en Argentina, nueve, seis de ellos en Rosario, adonde también hay dos religiosas, y 13 seminaristas. El número, aunque alentador, está lejos todavía del necesario.

En realidad, la Cruzada es hoy una asociación de fieles de derecho diocesano, y en un año alcanzaría el rango de sociedad de vida apostólica. Pero si el trabajo de los promotores de la congregación, el canonista Ariel Busso, doctor en Derecho Canónico, y el religioso claretiano Daniel Medina, llega a buen puerto, podrán alcanzar la categoría de congregación con derecho canónico, y tener trato directo con la Santa Sede, como cualquier otra comunidad religiosa. Pero para eso deberán reunir el número suficiente de 80 religiosos.

“Pero ya tenemos la base –se esperanza el padre Leovigildo–; y tenemos tres hectáreas donadas en la zona de la Capilla Laura Vicuña, adonde quizá construyamos en un futuro una casa de retiros”.

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