Julio César Suárez pasó a pasiva o a retiro a más de 60 efectivos, incluidos dos jefes de departamentales. Aseguró que va a “limpiar” la institución “así tenga que echar 500 o 1.000 policías”. Dijo que la presencia policial en las calles hizo disminuir algunos índices delictivos.
En la primera de esas fechas estalló el narcoescándalo, con la detención del director de Drogas Peligrosas y miembro de la plana mayor policial, comisario mayor Rafael Sosa.
Los episodios de diciembre, en tanto, dejaron a la capital provincial desprotegida por la huelga policial, acompañada de una ola de saqueos y cientos de comerciantes y vecinos armados para proteger sus bienes.
El 13 de septiembre se tuvieron que ir Alejo Paredes y Ramón Frías. Tres días más tarde, fueron reemplazados por Alejandra Monteoliva y César Almada, respectivamente. Pero estos no llegaron a estar tres meses en sus cargos. El 9 de diciembre, la ministra y el comisario general se tuvieron que ir.
La bronca del gobernador era inocultable. Encima, tuvo que dar un aumento salarial sin precedentes para los policías, ante la amenaza de los rebeldes de no levantar la medida de fuerza.
Diciembre fue para De la Sota su peor momento desde que fue elegido gobernador por primera vez. Por eso, el gobernador no ocultó su malestar con la Policía y anunció que no habría ascensos.
Quien tuvo que cargar con la pesada mochila de la seguridad fue Julio César Suárez. El 9 de diciembre asumió como jefe de Policía y desde entonces sancionó, pasó a pasiva o echó a más de 60 efectivos, incluidos comisarios mayores y jefes de departamentales.
Los policías salieron masivamente a las calles y los controles dispuestos en distintos puntos de la ciudad permitieron secuestrar 7.500 motos y unas 500 armas, que serán destruidas en los próximos días.
–El tango “Tarde” habla de heridas que no cierran y sangran todavía. ¿Es lo que sucedió a partir del 3 y 4 de diciembre?
–Lo que ocurrió es una herida que va a costar cerrar, cicatrizar. Agarré una Policía destruida, vapuleada y odiada por la sociedad. Ya antes, con el tema de Drogas Peligrosas, si un policía subía a un colectivo lo miraban con cara de asco. En diciembre, enero y febrero hice muchísimas reuniones; lo primero que tenía que hacer es que el policía recuperara su autoestima, y lo estoy logrando. Hemos sacado la gente a la calle y creo que los vecinos están agradecidos, porque se sienten más seguros.
–Los coroneles que fueron interventores y todos los jefes que los sucedieron, una vez que asumieron, se pusieron el traje y abandonaron el uniforme. Es la primera vez que un jefe sigue vistiendo de combate. ¿Es una cuestión marketinera?
–Primero, porque me gusta estar uniformado, siempre lo estuve, y segundo porque hoy la Policía necesita tener al jefe en la calle, dándole respuestas, soluciones a la gente, a los vecinos de Córdoba, porque hemos pasado los momentos más tristes de la institución. Yo quisiera saber qué jefe de Policía iba los sábados a Jefatura. Hay sábados a la noche en que salgo en el helicóptero para controlar la salida de los bailes. Yo tengo que trabajar psicológicamente con la tropa. Si voy con un saquito, una corbata, no llego a ellos. Con el uniforme, soy uno más de ellos.
–En gestiones anteriores, cuando aparecieron policías involucrados en delitos o faltas graves, se actuó de manera corporativa y de alguna manera se cubría o se apañaba malos policías. El peor castigo era cambiarlos de destino. Poco después de que usted asumió, fueron cesanteados 12 policías que participaron del levantamiento, a pesar de que De la Sota había firmado un acuerdo.
–Antes que nada, le voy a reconocer que otros pueden haber “negociado” para tapar cosas, pero yo no voy a negociar con nadie. En cuanto a los 12 policías, los que no cumplieron el acuerdo fueron ellos porque, después de que estaba todo arreglado y que cambió la conducción, empezaron a mandar mensajes y a operar de nuevo. Por eso se tuvieron que ir. Yo los cité y se los dije en la cara, y lo único que hacían era mirarme de manera desafiante.
–¿Cuántos policías han sido sancionados, pasados a situación pasiva o a retiro desde que ocupa esta nueva función? Hay noticias de diferentes casos con efectivos involucrados en las últimas semanas.
–Ya son más de 60. Todos por irregularidades, hechos delictivos y faltas administrativas graves. Muchos han sido cesanteados. Un sábado a la noche me llaman y me dicen que en La Carlota, a 500 metros de la comisaría, había un prostíbulo. Y no había sólo uno, eran dos. Esa misma noche viajó una comisión y bajo la lluvia los clausuraron. Saqué al jefe de la Departamental, al jefe de zona y al comisario. También hicimos otra purga en la Departamental Marcos Juárez. Los “gringos” se quejaron, pero fui a dar la cara; no se pueden quedar policías que robaron en un depósito judicial. Tenía que darle garantías al fiscal que investiga; entonces le dije “váyase a su casa” al comisario mayor, “váyase a su casa” al comisario inspector, “váyase a su casa” al comisario, y a los que estaban de guardia, los imputados, a pasiva.
–¿Cómo se recibe este mensaje puertas adentro?
–Yo amo a la Policía y no me va a temblar el brazo hasta limpiar la institución. Son 22 mil hombres y si hace falta echar a 500, mil o más, lo voy a hacer. Hablo permanentemente con nuestra gente. Hablo con los que están en la calle, con los de la Guardia de Infantería, y todos saben que si cometen un error trabajando, los voy a bancar y a ayudar, pero si meten la mano en la lata, se las corto. Hay que limpiar la Policía porque la institución es noble y está por encima de todo. Y a los que entraron creyendo que esto es un negocio, creyendo que pueden hacer lo que quieran, yo como jefe no se lo voy a permitir.
–A partir de la nueva política de poner muchos policías en la calle, ¿qué resultados han visto?
–Ya hemos secuestrado 7.500 motos y han quedado entre 2.600 y 2.800 porque estaban adulteradas, les faltan papeles o se han utilizado para delinquir. Ya se han secuestrado unas 500 armas y hablamos con el Tribunal Superior para destruirlas. Nos llama la atención la cantidad de “tumberas”.
–Los municipales pararon varios días porque no querían que ustedes controlaran y secuestraran motos.
–Son papeles diferentes. Yo busco delincuentes, ellos buscan infractores. Ellos buscan si tienen la chapa patente al día, si tienen seguro. A mí eso no me interesa; me interesa saber si la moto es robada o no, si está adulterada y si el tipo que va arriba es delincuente; mire qué diferente que es. Es un 80 por ciento lo que bajó el delito en esa modalidad, lo digo aunque resulte antipático largar un porcentaje. Pero se nota en el quehacer diario. Hace dos o tres años, cruzabas Córdoba de sur a norte y no veías un móvil ni por casualidad.
–Y se continúa con la política de utilizar el helicóptero. ¿Es disuasorio?
–El helicóptero, con los reflectores y la sirena, es un arma de disuasión muy importante. Tenemos 600 infantes que caminan por la ciudad. De noche, tenemos 25 grupos de infantería de ocho personas cada uno, que los divido en mitades, es decir, con cuatro efectivos, y así controlamos los alrededores de las villas más peligrosas. A esto se agregan los operativos diarios en “zonas rojas”.
–¿El gobernador sigue enojado con la Policía? Prometió que este año no habría ascensos. Si se trata de efectivos que se plegaron a la huelga, se entiende, pero ¿qué pasa con oficiales, subcomisarios, comisarios que no se plegaron y trabajaron, y encima estaban en condiciones de ascender?
–Estamos demostrando lo que estamos haciendo y está bastante conforme. Él está bien con nosotros, siempre tuvo una actitud positiva. Nunca estuvo enojado con la Policía; he hablado mucho con el gobernador. Lo que sí estuvo es muy dolido. Se sintió traicionado con lo que pasó, porque se pudo haber parado este problema y lo dejaron crecer. Nadie agarró el toro por las astas. Lo subestimaron y después todo se tornó inmanejable, con seis mil policías acuartelados. ¿Quién manejó la situación? La respuesta es: nadie. Hoy es otra la actitud que tiene el gobernador, y a quienes merecían ascender les digo que, si Dios quiere, el mes que viene saldrán los ascensos. Espero convencerlo (al gobernador).
–Hay gente del denominado sindicato policial que ha dicho que ya tienen la personería jurídica. ¿Qué opina de la agremiación de los policías?
–No hay ningún sindicato policial autorizado. Creo que todo trabajo tiene que estar bien pago, pero no estoy de acuerdo con la forma. La Policía no puede hacer lo que hizo: dejar a la gente desamparada, eso no lo voy a aceptar nunca. Creo que este no es el momento para que exista un sindicato. Más adelante no sé, podría ser; creo que hay personal retirado que podría trabajar en el tema. Por ahora, el secretario general soy yo. Yo soy quien tiene que pelear por lo que nos hace falta.
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