Por: Jorge Fontevecchia. Se le atribuye a William Randolph Hearst, el inspirador de Ciudadano Kane, una de las mejores películas de la historia del cine y el mayor dueño de medios de comunicación de la historia, con centenas de publicaciones cuando solo había papel, decir en las primeras décadas del siglo pasado: “Denme una foto y creo la guerra”. En esta tercera década del siglo XXI la frase debería actualizarse en “denme un video y destruyo una reputación”.
En junio de 2016, también en el invierno del primer año de un gobierno de signo contrario, en este caso el de Macri respecto del de Cristina Kirchner, se pudo ver un video en el que el exsecretario de Obras Públicas del kirchnerismo, José López, grotescamente trataba de ocultar en un monasterio bolsos con 9 millones de dólares ilegalmente recibidos. Un efecto similar produjo estos últimos días la divulgación de intercambio de mensajes y fotos de la ex primera dama Fabiola Yañez acusando de violencia de género a Alberto Fernández, denuncia finalmente radicada, y algo incomparablemente menos grave: un video del expresidente en su oficina de la Casa Rosada en una conversación equívoca con quien no era su esposa grabado por él mismo, pero que indirectamente sumó cierto sentido a las desavenencias conyugales.
En un reportaje que Cristina Fernández concedió en 2017 en medio de su campaña para ser senadora por la provincia de Buenos Aires, el entrevistador la consultó sobre ese video con “los bolsos de López” y la entonces expresidente dijo que esas imágenes la hicieron llorar. Quizás no sienta ahora lo mismo con las imágenes que afectan a su excompañero de fórmula, pero el efecto devastador sobre su campo político, el kirchnerismo, puede tener el mismo efecto de aquellos bolsos y como decía Freud el trauma definitivo se consolida cuando se repite la segunda vez el hecho traumático (Lacan se refirió a “la segunda muerte” en Juliette por el Marqués de Sade). Probablemente esta debacle reputacional y emocional de Alberto Fernández sea la segunda muerte (¿y definitiva?) del kirchnerismo como campo político competitivo.
Y quizás percibiendo ese riesgo, la intendente de Quilmes y una de las principales líderes de La Cámpora, Mayra Mendoza, con agudeza salió a comparar la acusación de violencia de género de la ex primera dama con la misma situación padecida por la vicepresidenta. Seguramente sin pretenderlo, colocó a Cristina Fernández en un papel de abuela y jubilada, diciendo que ella misma no podía percibir que también había sido víctima de violencia de género: “Tengo evidencia de la violencia política que ejerció (Alberto Fernández) contra Cristina y ella quizás no lo va a reconocer, porque ni siquiera ella se puede ver como una víctima, pero yo y mi generación, por la formación que tenemos, sí lo podemos ver”. Trayendo al recuerdo los comentarios insidiosos sobre que Cristina Kirchner también sufría violencia de género de Néstor Kirchner, lo que era más habitual en las generaciones anteriores.
La diferencia generacional entre Mayra Mendoza, 40 años ella, contra 71 años de la exvicepresidenta, debe generar una mayor preocupación por el futuro del espacio político del kirchnerismo y el riesgo de un ocaso definitivo. Y no solo ella, distintos dirigentes del espacio antagónico con Alberto Fernández dentro del Frente de Todos, mayormente del espacio kirchnerista, trataron de convertir problema en solución dando vuelta el efecto negativo del tsunami político que generó el escándalo alrededor del expresidente y su mujer, para aprovechar a separar la gestión de los cuatro años de Alberto Fernández del kirchnerismo aun a costas de colocar a Cristina Kirchner como una mujer sujetada por la fuerza de un varón violento, lo que resultaría inadmisible para quien tuvo que ejercer dos veces la presidencia con centenas de hombre con carácter a su cargo. “Estado de shock”, fueron las descriptivas palabras de Axel Kicillof cuando se lo consultó sobre el tema, de impredecibles consecuencias y duraderos efectos en la agenda de los medios.
El gobierno de Milei no tiene más que agradecer estas plagas bíblicas que aquejan a sus oponentes: en las elecciones del año pasado los videos y fotos del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, en un yate con una vedette en el Mediterráneo y ahora la violencia en el exmatrimonio presidencial. Son las fuerzas del cielo, o la suerte es la forma que tiene Dios para pasar desapercibido. Las fuerzas del cielo hicieron a Alberto Fernández presidente por causas ajenas a él mismo, y luego fue compensado con la mala suerte de pandemia, guerra, sequía y Cristina Kirchner soplándole en la nuca, pero él mismo no estuvo a la altura de los desafíos ni supo capitalizar su fortuna inicial.
Al revés, Javier Milei podría sostener que la suerte es cuando la preparación encuentra su oportunidad y cada uno de los derrumbes reputacionales de sus competidores fueron aprovechados primero para ganar las elecciones y ahora para prolongar el nivel de tolerancia de la sociedad a los efectos secundarios negativos que tiene su lucha contra la inflación.
Las noticias son caníbales: una se come a la otra, los malos resultados de actividad económica y las turbulencias monetarias de los últimos días quedan totalmente solapados por el escándalo matrimonial del expresidente estirando el crédito concedido por los votantes.
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