El orgulloso regreso del odio contra los gays

El orgulloso regreso del odio contra los gays

Por: Ernesto Tenembaum. La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, con su evidente reivindicación de la libertad sexual, generó indignación entre los principales referentes de la derecha mundial. Una polémica similar se desencadenó en torno a la boxeadora argelina Imane Khelif. En todo este clima sobrevuela una pregunta muy legítima: ¿Quién es normal? ¿El que vive su vida como le parece y no le hace mal a nadie, o el que no lo tolera?

En la Feria del Libro del año pasado, Agustín Laje presentó un libro con un título que hoy forma parte del léxico político: La Batalla Cultural. Varias miles de personas habían concurrido a celebrarlo. Laje es un ensayista que se ha vuelto muy conocido en los últimos años, gracias a un tenaz trabajo. Laje abrió aquel acto, en la Feria del libro con las siguientes palabras: “Esto es muy emocionante. Estamos en el epicentro del progresismo, como suelen ser usualmente las ferias del libro. El libro ha sido un instrumento hegemonizado por los sectores progresistas. Sin embargo, hoy la derecha está copando la Feria del Libro gracias a todos ustedes”. Junto a Laje, estaba el entonces candidato presidencial Javier Milei. “Les quiero decir que Agustín es una de las mentes más brillantes que he conocido”, dijo ese día.

El sábado pasado, Laje estaba muy enojado. O al menos eso se desprende de un tuit desde el que convocó a una especie de guerra religiosa.

“Si los cristianos no luchan, serán destruidos sin piedad. Si sus líderes los siguen educando en la cobardía y la sumisión, jamás lucharán. Lo de ayer fue una muestra de poder. La agenda WOKE avanza y pone sobre la mesa la voluntad política de destrucción. Si no la destruimos, nos destruye. No existe una tercera vía. O asumimos que son nuestros enemigos (hostis, no inimicus), o perecemos”.

En esas horas miles y miles de personas derramaban una furia similar en las redes. El motivo de la irritación había sido la apertura de los Juegos Olímpicos. Esa ceremonia incluyó una muy evidente reivindicación de la libertad sexual y de la integración racial. La Marsellesa, por ejemplo, fue entonada por una mujer negra. Mujeres trans, bailarines que usaban polleras, un trío de jóvenes que se besaban y se metían en una pieza juntos, después de cerrar la puerta para que la cámara no pudiera tomar lo que hacían, hombres que caminaban de la mano, drag Queens fueron ingredientes repetidos, aunque no excluyentes, en esa muestra.

La indignación se dirigía particularmente contra un cuadro artístico en el que, detrás de una larga mesa blanca, los coreógrafos ubicaron a una veintena de personajes de aspecto circense, algunos de identidad sexual indefinida: a primera vista no se podía definir si eran hombres, o si eran mujeres. Algunos parecían clowns o arlequines. En el centro de esa mesa había una mujer redonda, escotada, y frente a ella un aparato de esos que usan los disc jockey para pasar música.

Muchas personas identificaron esa representación con una sátira de La última Cena, ese hermoso cuadro de Da Vinci donde Jesús, antes de ser capturado, celebra la pascua judía (con perdón, pero eso es lo que estaba festejando) con los apóstoles. Personajes de todo el mundo protestaron por lo que consideraron una falta de respeto al cristianismo: desde Laje a Elon Musk. La Iglesia francesa reclamó respeto. En las redes se reproducía hasta el infinito una foto donde aparecía, abajo, la composición de los Juegos Olímpicos, y arriba el cuadro histórico. Parecía, efectivamente, una sátira gay de un episodio sagrado.

¿Lo era?

No estaba tan claro.

En principio, no era para nada concluyente que el cuadro de los juegos olímpicos fuera una referencia a La Última Cena. Tenía una disposición similar. Pero hay muchos cuadros donde gente come alrededor de una mesa. De hecho, el director de la muestra dijo que su inspiración no era esa, sino otro retrato de una fiesta dionisíaca, donde participaban dioses griegos a los que se podía relacionar más directamente con los Juegos Olímpicos. Luego, tampoco estaba claro que los personajes de la escena fueran gays o transexuales. Cualquier que los mire en detalle descubrirá que no es tan sencillo descubrir su inclinación sexual en eso que se ve. En todo caso, cada uno proyectará sus fantasías.

Pero lo más interesante de la polémica anidaba en otro lado. Suponiendo que, efectivamente, se tratara de una intervención de La Última Cena, donde Jesús y sus apóstoles eran reemplazados por figuras del mundo gay, ¿por qué eso sería conflictivo? La historiadora María Victoria Baratta, que fue una de las líderes del movimiento para que abrieran las escuelas durante la pandemia, explicó en un tuit. “Está lleno de representaciones de La Última Cena que no molestan a nadie. Lo que molestan son los trolos”. Baratta posteó un dibujo inspirado en el cuadro de Da Vinci donde, en el lugar de Jesús, aparece un Maradona ya fuera de estado, junto a Claudio Paul Cannigia: dos figuras que no se caracterizaron por su castidad. Además, con solo googlear, en dos segundos se encuentran parodias con las imágenes de los Simpson, o con los personajes de la guerra de las Galaxias, o con narcos.

La Última Cena - Diego Maradona

Agustín Laje confirmó horas después que la intuición de Baratta había sido correcta: el problema eran los gays. Laje se refirió a un tuit de Emmanuel Macron que decía: “Liberté, Egalité, Fraternité…Fierté”. Entonces escribió: “Les traduzco a la basura humana (sic) de Macron. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Orgullo. En otras palabras, nos explica la horrorosa (sic) apertura de sus Juegos Olímpicos como un paso más de la revolución. A la divisa de 1789 se le agrega en 2024 el lema LGBT. ¿Pero no será mucho comparar la más determinante revolución política moderna, con hombres que creen que por disfrazarse de mujer se convierten en mujeres (sic)? ¿No será demasiado comparar al Tercer Estado, dispuesto a voltear al antiguo régimen, con degenerados desesperados por voltearse a menores de edad (sic)?”.

Es decir, a Laje le molestaba la presencia gay en los Juegos y definía a los bailarines como “degenerados desesperados por voltearse a menores de edad”. Rarísimo: ¿Por qué este hombre habrá visto a “degenerados desesperados por voltearse menores de edad” donde solo había bailarines?

En esos mismos días, Marcos Galperín, otro de los integrantes del elenco oficialista, además del hombre más rico del país, se sumaba al rechazo contra los gays -y en este caso, por si fuera poco, también contra los negros. Galperín retuiteó un flyer que hacía referencia a la manera en que cambian los nombres y los símbolos de las empresas. Allí se ve cómo se modificaron los logos de empresas como Federal Express, Target o Microsoft. Al final aparecía el símbolo de la hoz y el martillo que transmutaban en la bandera del arco iris, del movimiento de defensa de los derechos gays, y también el símbolo del movimiento Black Lives Matter.

El retuit de Marcos Galperin

La identificación entre los derechos de las minorías sexuales y el comunismo es una extrañeza, dado que la libertad individual es un subproducto de la democracia occidental y del capitalismo. Solo en sociedades democráticas se respeta el proyecto de vida de cada uno. Los gays, en cambio, son perseguidos en las comunistas y en las teocráticas. En ese sentido, quienes repudian la libertad sexual están más cerca de Teherán que de Tel Aviv, por dar un ejemplo.

Pero esto no es una pelea de argumentos. Estamos en tiempos donde se expresa sin pudor el odio a los homosexuales. Contra eso no hay manera.

La saga se coronó el jueves luego de que una boxeadora argelina, Imane Khelif, volteó en 45 segundos a la italiana Angelina Carini. Las imágenes eran terribles. Rápidamente se montó una campaña internacional para instalar que la argelina no era una mujer sino un hombre, un travesti, una mujer trans. Era falso, como se verá unos párrafos más adelante. Pero esa versión de los hechos desató una fiesta de homofobia. Personas muy importantes de todo el mundo calificaron rápidamente a la joven Khelif como un hombre, un macho, un depravado, un desquiciado, un degenerado, un delincuente. ¡Y era una mujer!

En el elenco libertario hacían cola para escribir cualquier cosa.

Nicolás Marquez, biógrafo del Presidente, escribió: “LA TRAMPA DEL DEGENERADO. Desconsuelo de una mujer reventada a trompadas por un pervertido y un tramposo, que al ‘autopercibirse’ mujer participa del deporte femenino”. Agustín Laje agregó: “¿Dónde están las feministas? Los juegos olímpicos woke pusieron a pelear a una mujer de verdad con una mujer de mentira (un desquiciado que se autopercibe mujer). Desde luego, la realidad se impuso a la ideología, y la mujer fue arrollada. Insisto, ¿dónde están las feministas?”.

Fernando Iglesias, que se definía como un discípulo de Juan José Sebreli, uno de los precursores de la lucha por los derechos de la comunidad gay, se sumó: “Esto también es violencia de género. Las consecuencia final del feminismo woke es que las mujeres no van a poder competir”. ¡Pero justamente! ¡Habían competido dos mujeres!

Ramiro Castiñeira, integrante del consejo consultor del presidente, argumentó: “La ideología de género y el feminismo hicieron que sea deporte olímpico y no un delito que un hombre le pegue a una mujer…Venden entradas, gaseosas y palomitas para ver como un delincuente le revienta la cara a una mujer”. Florencia Arietto, siempre dispuesta, remató: “Hola Feministas! Esto lograron, que quedemos de rodillas frente al macho. Bravo!!!”.

Javier Milei reposteó la noticia difundida por una de sus cuentas anónimas preferidas llamada Pregonero. “A ver boluprogres. Vengan a explicar esto…”. Días atrás, en medio del fraude perpetrado por el dictador Nicolás Maduro, Pregonero había posteado una foto del golpe de Estado en el que Augusto Pinochet derrocó a Salvador Allende. “Así se saca a un comunista del poder”. O sea, el tuitero citado por el Presidente, proponía reemplazar a Maduro por alguien parecido a Pinochet.

El periodista Bruno Bimbi, autor de un magnífico libro llamado El Fin del Placard, le aclaró al Presidente.

“La boxeadora Imane Khalif no es una mujer trans. Repito: no es trans. Es una mujer que sufre de hiperandrogenismo, una condición de salud que muchas mujeres padecen, por diferentes razones, por la cual tienen elevados niveles de testosterona. Si hubiese competido con una mujer trans también estaría en ventaja porque las mujeres trans realizan tratamientos hormonales que reducen sus niveles de testosterona, con todas las consecuencias que eso tiene en sus condiciones físicas. Además, por cierto, Imane Khelif es una atleta argelina que representa a su país en los juegos. Argelia es un país árabe donde el 98 por ciento de las personas son musulmanas, no existe ley de identidad de género, los homosexuales van a la cárcel y el movimiento LGBT está prohibido. Si Imane fuera trans, no estaría representando a su país como mujer porque jamás se lo hubieran permitido”.

Imane Khelif

Como explicó luego el titular del Comité Olímpico, Imane nació con vagina, le pusieron nombre de mujer, vivió toda su vida como una mujer, pero era una mujer particular porque tenía demasiada cantidad de una hormona que le daba una fuerza sobrenatural. Tal vez las autoridades olímpicas deberían haber impedido su participación, como lo hizo antes el Consejo de Boxeo. O no. Cualquier decisión incluía una injusticia.

Al triunfar en la pelea siguiente, Imane estalló en un llanto desconsolado. Tenía sus razones. Durante varios días había escuchado y leído a cientos de miles de personas enardecidas que le gritaban cosas horribles: macho desquiciado, pervertido, degenerado, delincuente, depravado. ¿Cómo la joven no iba a llorar ante semejante humillación, injusta, gratuita, multitudinaria?

Todo esto se da en un contexto. El 25 de mayo pasado, durante el desfile militar, el legislador libertario Agustín Romo tuiteó. “Qué lindo que terminaron los desfiles con travestis, comunistas y drogadictos”. Es difícil saber a que se refería: ¿Hubo alguna vez desfiles como él que describe? A lo largo de la campaña, cada vez que les preguntaban por el matrimonio igualitario, distintos referentes libertarios -Ricardo Bussi, Diana Mondino, el propio Milei- comparaban a los homosexuales con gente que no se baña y lleva piojos, con elefantes o con “minorías como los rengos y los sordos”. Hace pocas semanas, en un encuentro con los Bolsonaro, Milei festejó una medalla que refería a Jair, el ex presidente, como un hombre con potencia sexual que nunca tendría sexo con hombres.

En todo este clima sobrevuela una pregunta muy legítima. ¿Quién es depravado? ¿Los bailarines y bailarinas bellos y talentosos que mostraban sus cuerpos en las calles de París, o los que veían en ellos a “degenerados desperados por voltearse un menor”? ¿La boxeadora que entrena obsesivamente todos los días de su vida para lograr un título, o los que le gritaban cosas espantosas sin ninguna información, solo por prejuicios ideológicos o porque no le gustan las personas diferentes a ellos? ¿Quién es normal? ¿El que vive su vida como le parece y no le hace mal a nadie, o el que no lo tolera?

Pero parece que no son tiempos de preguntas. Son tiempos de insultos, de prejuicios, de extraños cruzados morales que se creen con derecho a cualquier cosa. Ya pasará.

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