Por Fernando Stanich
Fue la semana de las metáforas más elocuentes para graficar la distancia que separa a los candidatos de los ciudadanos, al discurso político egoísta del lenguaje sincero que debería escuchar la gente. La secuencia comenzó el lunes, con José Alperovich abortando abruptamente una visita a Graneros, hoy ciudad fantasma producto de las inundaciones. En su cumpleaños, el gobernador soportó el griterío de los afectados por el olvido estatal. Siguió el martes por la noche, con Domingo Amaya gesticulando tan ampulosamente en contra del alperovichismo, con el que convivió durante una década, que en pleno discurso revoleó inconscientemente el micrófono. Por varios segundos, el auditorio se quedó sin poder escuchar el enérgico repudio del intendente hacia el mandatario. Y las alegorías se completaron con la reunión prometida y nunca concretada entre el radical José Cano y los macristas, enfrascados en una batalla que divide a los “tucumanos” de la legión “porteña” del PRO.
Aunque parezcan hechos aislados, todos guardan el mismo simbolismo: una clase dirigencial envuelta en sus miserias, y ajena a los padecimientos de sus representados. Las muestras del descreimiento llegan al punto de que un legislador, víctima de una balacera, debe advertir públicamente que no se trata de un autoatentado. Asustado, el amayista Alfredo Toscano -que alguna vez en 2008 corrió a ruralistas en el aeropuerto para defender a su jefe, el ex diputado Germán Alfaro- debió salir el viernes a aclarar que no es un invento suyo que alguien baleó la camioneta y que golpeó a su chofer. En un mundo en el que un hecho de semejante gravedad aun causare asombro, Toscano debería recibir el respaldo unánime de los políticos y no ser blanco de las chanzas y dudas. Tampoco un senador tucumano, por más alperovichista que sea, nunca podría oponerse a que el Congreso repudie institucionalmente los ataques violentos de los que fueron víctimas los referentes opositores. Aunque le pese, ese acto de grandeza es también uno de los “sapos” que debería tragarse en política Sergio Mansilla.
A las escondidas
Pero no hay caso, la política se dirime hoy en estratos inaccesibles para los ciudadanos. Oficialistas y opositores juegan a las escondidas. Por ejemplo, el macrismo tiene decidido bajar a su precandidato a gobernador, José Manuel Avellaneda, para negociar en comodidad con el radical Cano. Sin embargo, esa novedad aún no se dice abiertamente. No se trata, en realidad, de un giro en las prácticas del PRO. En Salta, Mauricio Macri tampoco presentó postulante al Poder Ejecutivo en las Primarias del domingo 12.
Por lo pronto, canistas y macristas tratarán de concretar mañana la reunión cancelada el jueves pasado. Por el lado del radical, interesa más la foto que el contenido del mitin, en el que sólo se anunciará una mesa de diálogo. Cano pretende enrostrarle a Amaya que no está pendiente de sus movimientos, aunque en realidad sí lo esté. Y por el lado del PRO, insisten en que el ansiado retrato servirá para corroborar que el diputado buscará la banca de senador colgado de la boleta presidencial de Macri. Como contrapartida, los liberales tucumanos advierten que algo deberá ceder su aliado radical. Sostienen, por ejemplo, que la intendencia de Yerba Buena para ellos está abrochada, al igual que la primera diputación para Pablo Walter. Admiten que la Municipalidad de la Capital y la vicegobernación son innegociables, porque están reservadas para el acuerdo que pergeñan Cano y Amaya. Así se abre una incógnita sobre el futuro del joven Facundo Garretón, que regresó de sopetón a Tucumán el año pasado empujado por Macri para hacerse de la candidatura a la intendencia más importante, y despertó el rechazo de buena parte del “grupo tucumano” del PRO. Cerrados los caminos municipales, el emprendedor que representa a “los porteños” podría recalcular su destino e integrar las listas al Congreso.
A juzgar por los antecedentes, los tucumanos deberán acostumbrarse a vivir de metáforas antes que de realidades hasta el día mismo en que venza el plazo para presentar candidaturas. Lo alarmante es que cuando más lejos de los intereses de la sociedad se dé la discusión política, más sordos se vuelven los dirigentes.
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