Con el temor a que su legado sea destruido, el presidente recibió a su futuro sucesor en la Casa Blanca; pese a la concordia, no pudieron ocultar la tensión.
Afuera, muchos siguen protestando. Pero lejos de sumarse, el gobierno de Barack Obama dio una lección de democracia y abrió de par en par las puertas de la Casa Blanca para colaborar y apoyar el "éxito" de su sucesor , el ya en vías de convertirse en "ex antisistema" Donald Trump .
"Mi deseo es que a usted le vaya bien, porque eso significará que al país le va bien", sostuvo el presidente al darle la mano a su ex adversario político, a quien había tildado de "absolutamente incapaz" de asumir el gobierno.
La necesidad de concordia se impuso, pero el clima de incomodidad fue inocultable. Entre muchas otras cosas, eso, para Obama, amenazado por el fantasma de ver su legado reducido a cenizas, significa patriotismo y respeto por el voto y las instituciones.
Trump agradeció el gesto. Ponderó a Obama -de quien antes había dicho que fue "el fundador" de Estado Islámico- y dijo que agradecería mucho poder contar "con su consejo". Para un outsider que carece de experiencia en cuestiones de gobierno, fue una "primera vez" en muchas cosas. La primera vez que veía a Obama, la primera vez que entraba en el Salón Oval y la primera vez que recibía desde la experiencia alguna pincelada de lo que significa ser presidente.
Pensado para media hora, todo un primer paso en la transición de uno a otro elenco, duró tres veces más. Fueron casi dos horas en el Salón Oval. Los dos hombres hablaron a solas. "Yo me hubiese quedado mucho más tiempo", reconoció Trump.
Fue el comienzo de una transición que Obama quiere que sea modélica y que da sus primeros pasos en medio de crecientes protestas populares por desencanto. Un período que terminará el 20 de enero, cuando asuma el nuevo presidente. Para entonces, Trump deberá tener listos un gobierno y una administración de la que poco se sabe.
Tiene por delante la necesidad de designar 4000 puestos de gobierno y, como carece por completo de equipos, ayer hasta abrió una página web en la que ofrece puestos a quien quiera sumarse a su gestión. Ya toda una sorpresa en sí mismo, el magnate no deja sorprender a diario. Sobre todo, en vista de su promesa de "recortar" la burocracia.
Quiera o no, poco a poco el antisistema que "odia a la burocracia de Washington" se va metiendo en ella. Luego de la Casa Blanca se trasladó al Capitolio, donde deliberó con los máximos referentes del Partido Republicano.
Los mismos que, durante la campaña, le dieron la espalda para hacer campaña por sí mismos y salvar sus bancas. En ese terreno aún queda mucho por aclarar. Entre otras cosas, definir cómo será la relación y la estrategia que deberá llevar adelante un brazo legislativo que Trump definió como "perdedores".
"Vamos a hacer cosas espectaculares. Muy buenas cosas con la creación de trabajo. Puestos de trabajo de buena calidad", dijo el presidente electo al salir de la reunión. Aunque escueta, fue una de sus primeras definiciones, ya como mandatario, sobre su futura agenda.
"Vamos a avanzar muy rápido en lo que sea inmigración y salud", prometió también. Lo mismo dijo sobre la idea de bajar impuestos y hacer crecer la economía.
Pero lo dos temas iniciales fueron salud e inmigración. Durante la campaña dijo que una de sus primeras acciones sería "terminar" con el Obamacare, tal como se conoce el sistema de salud impulsado por Obama y que es el sello de su gestión.
En lo que se refiere a inmigración, ya se sabe, prometió "deportar" a todos los extranjeros que carezcan de documentos en regla -se estima que son cerca de 11 millones de personas- y levantar un "muro" en la frontera con México para evitar "que sigan llegando violadores y delincuentes".
Mientras la agenda y el elenco de gobierno toman forma, la nota del día fue, sin duda, el encuentro en la Casa Blanca. Un acercamiento que se repitió en distintos niveles de la administración y de sus familias.
Por lo pronto, el vicepresidente Joe Biden hizo lo mismo con el "número dos" electo, el gobernador de Indiana, Mike Pence. Otro tanto correspondió al jefe del gabinete de Obama, Denis McDonough, que paseó por los jardines de la Casa Blanca junto con Jared Kushner, el yerno de Trump y uno de sus asesores más cercanos durante la campaña.
Menos información hubo sobre el encuentro, paralelo al político, que mantenían la primera dama, Michelle Obama y quien será su reemplazante, Melania Trump.
Se sabe que Michelle le ofreció té y una recorrida por la casona, así como comentarios y experiencias propias sobre lo que significa vivir allí y criar hijos mientras se desempeña como acompañante del presidente.
Las dos mujeres no se habían visto nunca, pero las unía una rara historia. Aquella que ocurrió cuando Melania Trump plagió casi por completo el discurso de Michelle Obama para hablar ante la convención partidaria. Seguro que no fue el mejor de los antecedentes para empezar. Pero pudieron sortearlo.
Fue indudable que el encuentro entre Obama y Trump arrancó con cierta frialdad. Las manos cerradas, la distancia entre uno y otro, las piernas extendidas, como para proteger territorio.
Hablaron pocos minutos con la prensa tras la extensa charla a solas y en ese tiempo sí se advirtió respeto, compromiso y, poco a poco, un mejor lenguaje corporal. Obama hasta intentó bromear sobre el final, cuando quiso aconsejar a su sucesor sobre cómo tratar a la prensa.
No hubo foto de familia. Una omisión llamativa. ¿Lo otro? La larga caravana negra en la que el magnate llegó desde el aeropuerto despistó al centenar de manifestantes "anti-Trump" que lo esperaban para insultarlo. Más tarde, hubo otras en distintos puntos de la ciudad.
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