La ministra de Educación dio a conocer cifras de una evaluación propia sobre el desempeño en lenguaje y culpó primero a la cuarentena, aunque sus propios números no terminan de acompañarla, y luego al lenguaje inclusivo, aunque no existe evidencia al respecto.
Por Werner Pertot
Sabemos que Soledad Acuña, la de las frases célebres, quiere ser jefa de Gobierno. También vimos que publicó un libro –ese que en la tapa tiene todos estudiantes sin guardapolvo blanco, ese mismo- para narrar su gesta de mantener las escuelas abiertas en plena pandemia y obligar a los docentes a ir sin estar vacunados contra el Covid. Y hace una semana vimos como lanzó, junto al jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, una serie de cifras para cuestionar al Gobierno nacional por haber impuesto una cuarentena en plena pandemia. El detalle de que algunos de sus propios números no autorizan esa conclusión pasó desapercibido. Por las evaluaciones de lenguaje, Acuña y Larreta luego salieron a prohibir el lenguaje inclusivo en las escuelas, aunque no existe evidencia de que su uso entorpezca de alguna forma el aprendizaje.
Lo que difundieron Acuña y Larreta, en primer lugar, fue el resultado del censo de evaluación educativa para alumnos de primaria (Fepba) y secundaria (Tesba) de escuelas públicas y privadas de la ciudad, que es un trabajo que hace el ministerio que conduce la de las frases célebres. Pero no fue simplemente dar a conocer los datos: armaron una puesta en escena de ella y Larreta, con cara compungida, culparon al Gobierno nacional por cada pibe que no pudo completar un examen.
Es interesante como algunos de los datos muestran que el panorama es -en todo caso- tan malo como antes de la pandemia, pero una nota en La Nación –medio sobre el que Macri niega tener ninguna propiedad- y Acuña misma intentan acomodar los datos para que den peor.
En los alumnos de primaria, el nivel promedio de matemática se mantuvo entre 2019 y 2021. El nivel en matemática en secundaria también se mantuvo estable respecto a los años anteriores. Esto implica que las cosas estaban mal en 2019 y que siguen estando mal en 2022, pero que no es un dato que permita decir que la cuarentena lo empeoró. Pero Acuña prefirió destacar que más de 13.000 (32,6 por ciento) no respondieron, lo que significa que no pudieron resolver problemas que requieren un cálculo mental sencillo. Además, el 30,9 por ciento de los evaluados se encuentra en el nivel básico que implica que pueden resolver ejercicios sencillos, pero tienen dificultad para hacer operaciones matemáticas que requieran más de un paso.
Además, no dejó de remarcar que en las escuelas privadas, la mitad de los alumnos alcanzaron el nivel intermedio o avanzado mientras que en las estatales lo hicieron un cuarto de ellos.
En cambio, en lenguaje sí hubo diferencias claras con respecto a antes de la cuarentena: según los datos de Acuña, el 34,2 por ciento de los chicos de séptimo grado tiene un nivel básico en la asignatura, lo que significa que pueden responder preguntas sencillas sobre un texto, pero les cuesta relacionar o interpretar su contenido. Los estudiantes de secundaria fueron evaluados en lengua y literatura sobre su capacidad para interpretar y reflexionar a partir de textos literarios y no literarios. Comparado con 2019, aumentó en un 64 por ciento la cantidad de alumnos que no pudo responder el examen. También bajó un 28,8 por ciento la cantidad de los que alcanzaron un nivel avanzado en la materia.
Por supuesto, antes que hacerse cargo de lo que esas cifras representan para su gestión, le achacó toda la culpa al Gobierno nacional por la cuarentena. “Es un hecho. Cerrar las escuelas tuvo un costo enorme. En la Ciudad seguimos evaluando y los resultados nos confirman lo que tanto temíamos: en primaria y secundaria bajaron drásticamente los niveles en lengua y matemática”, aseguró. Acabamos de ver, con los datos de Acuña, que lo de matemáticas se mantuvo (en resultados malos), por lo que hay un forzamiento de los datos notorio.
No se trata aquí de decir que está todo bárbaro en la educación porteña, ni de vender una Disneylandia en las escuelas que no existe: los problemas de aprendizaje están, algunos se agravaron seguramente con la cuarentena. Pero lo ejecutado por Acuña no deja de ser otra operación, que busca cualquier cosa menos mejorar la calidad educativa. De hecho, los objetivos reconocibles parecen ser dos: pegarle al Gobierno por la cuarentena y posicionarla a ella como posible sucesora de Larreta.
Luego apareció un tercer objetivo: alimentar el antifeminismo que cultiva la derecha extrema de Milei. Sobra la base de los malos resultados en lengua, decidieron que el problema es que algunas docentes hablan con la “e” cuando se refieren al género de las personas. La decisión de atacar el lenguaje inclusivo en las escuelas es otro mojón en la campaña de Acuña, que busca posicionarla ante ese electorado de derecha. La decisión de ir en contra de nuevas formas de pensar la expresión del género choca contra una cultura que ya está instalada en adolescentes y en niñas y niños hasta en el jardín y solo sirve como una forma de imponer un autoritarismo formal a algo que no se podrá detener con una mera resolución. Pero no deja de ser un gesto más por parte de la ministra. También lo es que se diga que el inclusivo “tergiversa la lengua”, en línea con las posiciones más machistas y reaccionarias de la RAE.
Una duda. Con esta campaña del ministerio de Salud porteño, ¿qué hacemos nosotrxs?
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