Ségolène Royal asumió ayer un súper ministerio de Ecología y Energía, convocada por el premier Manuel Valls.
“Yo no tengo para nada un espíritu de revancha sino de concentración, de exigencia”, fueron sus primeras palabras, a la salida de su departamento en Boulogne.
Una mujer de Estado. Esa es su decisión estratégica en cuanto a su nuevo status, cuando es el presidente François Hollande, su ex pareja y padre de sus cuatro hijos, el que la ha elegido. “¿Y cómo será la relación con Hollande?”, preguntaron los periodistas, curiosos en esta inusual situación, que hubiera sido imposible de imaginar al comienzo de 2014. “Lo más institucional posible”, contestó Ségolène. Cada miércoles a la mañana, en el Consejo de Ministros, Hollande y Ségolène se sentarán frente a frente. Ella estará al lado del primer ministro Manuel Valls, como tercera figura más importante del gobierno. Una merecida compensación política para un duro cruce del desierto político, abandonada por todos por razones personales y los celos de Valérie Trierweiler, la entonces compañera sentimental de Hollande.
Julie Gayot y su affaire clandestino con el jefe de Estado francés fue fundamental para que Royal regresara al gobierno. Hoy, François y Ségolène conversan diariamente, analizan la política, se aconsejan, evalúan la situación nacional juntos. Como en los viejos tiempos, cuando estuvieron en familia durante 24 años, pero esta vez como amigos y cómplices.
Su discurso de asunción fue preciso, tan técnico y profundo que parecía llevar semanas de estudio. “Estoy muy honrada de estar a cargo de esta misión apasionante y difícil”, dijo. “El desafío del crecimiento verde es un formidable instrumento para el empleo, para el poder de compra, y para el bienestar”, continuó.
Ella ha decidido jugar en “equipo” en su esperado regreso al gobierno, defender la administración socialista con su poder de comunicadora, imponer el ritmo veloz y la autoridad que ella le reclamaba a Hollande cuando estaba afuera del gabinete. Su primer dilema será si continúa o no siendo presidenta de la región de Poitu-Charentes, donde ella hizo fuertes progresos en la economía e industria ecológica. Probablemente deba renunciar, porque ella siempre defendió la posición de no acumular mandatos.
Con Royal, también asumió el nuevo gabinete. Transacciones, enroques, fuerte influencia del presidente Hollande y un acuerdo generacional del premier Valls con la izquierda de su partido son las características en el estrenado gabinete francés.
Junto con Ségolène, François Rebsamen, un “elefante socialista”, muy “holandaise”, con aire de galán maduro y alcalde de Dijon, que fue nombrado ministro de Trabajo, es la gran novedad del gabinete, designado ayer por la mañana en Palacio del Eliseo, e inmediatamente después de que Hollande mantuviera una reunión de dos horas con Valls. El alarmante déficit francés será administrado por Michel Sapin, ministro de Finanzas, compañero de la promoción Voltaire en la Escuela Nacional de Administración (ENA) y el mejor amigo presidencial. Con sus eternas medias rosa fucsia, ya lo han bautizado el “ministro del sufrimiento” con semejante deuda pública y será el encargado de negociar una nueva tolerancia de la Unión Europea ante la crisis francesa.
El canciller Laurent Fabius fue confirmado y le sumaron la cartera de desarrollo internacional. El prestigioso ministro de Defensa, Jean Yves Le Drian, también fue reconfirmado en su cargo, después de haber promovido a Valls como premier en la oreja presidencial. La controvertida Christiane Taubira consiguió ser ratificada en el ministerio de Justicia. Poderosa oradora, radical de izquierda, autora de una resistida reforma penal, en las cercanías de Hollande admitieron que es mejor tenerla “adentro que fuera de la carpa”.
Para contentar al PS, Valls trabó un acuerdo generacional con dos ministros impetuosos de izquierda: trasladó del ministerio de Reorganización Productiva a Arnaud Montebourg al ministerio de Economía y designó a Benoit Hamon, de la izquierda del PS, ministro de Educación.
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