Por Hernán Brienza.
El 9 de Julio, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner celebró, por última vez durante este período, la declaración de la Independencia, en la ciudad de Tucumán.
Y, como siempre, recordó a millones de argentinos que si hay un rubro central en dónde se debe mantener intachable y a la vez se hace visible y palpable esa independencia es en el manejo de los recursos, de las riquezas, de la economía. No es en la retórica en dónde se juegan los sueños de aquellos que en 1816, como José de San Martín o Manuel Belgrano, proyectaron la Independencia sino en la apropiación de los recursos para poder ser libres donde los deseos colectivos se hacen realidad efectiva.
El jueves, una vez más, la presidenta se reconoció "Belgraneana". Dijo que era "su preferido". En algún punto, hay una ligazón entre la preocupación de Cristina frente a los desafíos de estos tiempos y los proyectos que el creador de la bandera diseñó para aquella patria incipiente. Pero ¿cuáles son esas razones por las que Cristina lo eligió como modelo?
Cerebro económico de los revolucionarios radicalizados, Belgrano le sopló al oído las pautas económicas a Mariano Moreno para el Plan Revolucionario de Operaciones. Porque si hay algo que tenía Belgrano era un proyecto de país con un desarrollo autónomo. Basta leer sus trabajos económicos en la Gazeta o el Correo de Comercio para comprender que su liberalismo concluía donde comenzaban los perjuicios para la economía local. Sus trabajos sobre intercambio económico incluyen medidas proteccionistas, espionaje, diplomacia para la exportación, creación de valor agregado a través del trabajo, necesidad de industrialización, intervencionismo estatal. En síntesis, se trata de un liberal nacionalista pragmático. Pero ¿qué significa exactamente eso? Se trata de estar convencido de que la libertad económica favorece el desarrollo de las dinámicas de creación de riquezas pero que tiene un límite, es decir, que hay un nosotros –la patria- que interviene lo dogmático para transformarlo en empírico. Liberalismo, sí, pero mientras favorezca a la Nación. Un pragmatismo del nosotros, de una identidad concreta.
El año próximo se cumplirá el Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Será una buena oportunidad para pensar algunas cosas referidas a nuestro futuro común. ¿Qué significa ser independientes hoy?
Durante esta semana se realizó, también en Tucumán, el Foro hacia una Nueva Independencia, organizado por Ricardo Forster, durante el cual, decenas de intelectuales reflexionaron sobre el estado actual de la cuestión y los desafíos políticos que deberá enfrentar la sociedad en los próximos años: la situación de los pueblos originarios, el rol de las mujeres, el nuevo federalismo, la descentralización geográfica y política de este país que nació y continúa siendo macro encefálico. Hablaron intelectuales de la talla de Horacio González, José Pablo Feinmann, Jorge Alemán, Enrique Dussell, Eduardo Jozami, entre otros. Tuve el honor de participar y de poder decir que, para mí, la clave para una nueva independencia debe buscarse en esa obsesión Belgraneana y Cristinista de generar riquezas y valor agregado.
Argentina, contrariamente a lo que los argentinos creemos, no es un país rico. Es apenas un territorio con abundantes recursos naturales. Pero nada más. En la abundancia de su suelo se esconde, paradójicamente, su principal debilidad. En la zoncera de los "cuatro climas", el origen de la baja autoestima nacional. Nacemos convencidos de que vivimos en un paraíso terrenal, que con la pampa húmeda y sus mieles nos basta para ser un país autosustentable. Pero cuando intentamos confirmar ese enunciado que nos taladra el cerebro desde niños confirmamos que millones de argentinos viven en una pobreza estructural difícil de remover y que la infraestructura económica y tecnológica no coincide con los sueños imaginarios inoculados en la infancia con la cantinela del "país rico".
Entre esa contradicción entre abundancia y pobreza se filtran los complejos de inferioridad colectivos. ¿Cómo puede ser que un país con tantos recursos haya sufrido un 2001, por ejemplo? ¿Qué hicimos mal los argentinos para "chocar" la calesita de un país con los cuatro climas? Las respuestas son todas autolesionadoras: los argentinos no servimos para nada, somos corruptos, no queremos trabajar, etcétera, etcétera. Lo que nunca nos animamos a cuestionar es la primera proposición: ¿Y si no fuéramos un país rico? ¿Y si fuéramos sólo un país con recursos naturales y esos mismos recurso no fueran condición necesaria para ser un "país rico"?
La abundancia de recursos naturales configura en muchas ocasiones una economía basada fundamentalmente en la extracción y en la exportación de esos recursos hacia centros de valor agregado. Si a esto se le suma la formación de una clase dominante domesticada por la política cortesana del colonialismo, obtenemos como resultado un sistema de enriquecimiento parasitario del Estado, especulativo y contrabandista y, sobre todo, poco afecto a agregar valor a los recursos "recogidos". Un país rico no es aquel que "recolecta" sus recursos sino es aquel que agrega valor, trabajo, esfuerzo.
Por alguna razón gran parte de la intelectualidad argentina se encuentra encerrada en la crítica y en la denuncia más que en la capacidad proyectiva. Y el gran desafío de los tiempos es la generación y creación de la riqueza; es decir, profundizar el modelo, hoy, es generar trabajo, seguir construyendo un modelo productivo basado en el valor agregado. Por eso es necesario pensar las mejores estrategias para incluir a la Argentina en la cadena de valor internacional.
Pensar una nueva independencia, el gran desafío de las próximas décadas para nuestro país y nuestro continente, es pensar la mejor forma para que la mayoría de los argentinos nos apropiemos de la riqueza que genera nuestro propio trabajo. Para eso es necesario pensar las maneras de generar más y mejor valor agregado. El trabajo crea riqueza verdadera. Trabajar independiza. «
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