A contramano de toda lógica de la política y los medios, Marcos Nicolini es noticia por su ausencia. Para el joven funcionario sería un error eternizarse en el Gobierno local a riesgo de condenar a la UCR a cruzar nuevamente el desierto para llegar al poder.
El joven fue candidato a primer concejal en las elecciones intermedias de 2009 y ganó con un amplio margen. Más amplio que el conseguido, en 2013 por Atilio Magnasco, uno de los radicales en quienes la militancia más veterana veía al natural sucesor de Miguel Lunghi, por trayectoria y por apellido. Fue convocado al Ejecutivo y dejó el cargo para el que había sido votado. Asumió el riesgo de que lo tildaran de candidato “testimonial” porque su presencia como “escudero” era indispensable en ese momento para Miguel Lunghi.
Pese a este antecedente no menor y un perfil de abnegado trabajador de los temas que no se ven pero son cruciales para sostener la maquinaria diaria de Gobierno, incluso pese a ser unas de las promesas de la UCR local, el joven fue relegado a segundo papel. Otros funcionarios pasaron a ocupar la vidriera de la gestión. Son noticia por lo que anuncian o por los cargos que ocupan. Incluso son noticia por los errores que cometen.
Los chimentos políticos domésticos lo colocan en la vereda opuesta con respecto a algunos de sus compañeros. Incluso le adjudican un papel de “librepensador” con respecto al resto del Gabinete por ser el más crítico con el manejo monocrático que se viene solidificando naturalmente después de 12 años de gestión.
Lo cierto es que hace falta más que una diferencia con otros funcionarios del Gabinete para abandonar la primera fila. Hace falta, básicamente, que el jefe comunal lo consienta.
En este punto, podría rastrearse el elemento que lo ha llevado a Nicolini a comentar con allegados su alejamiento del Gobierno y lo que podría haber llevado a Lunghi a colocar al joven colaborador en la cámara de frío.
Ese elemento tendría que ver, nada más y nada menos que con un concepto de alternancia en el poder y una idea de cómo garantizar que la UCR se sostenga en el Gobierno local más allá de la figura de Lunghi.
Para Nicolini, al igual que para otros analistas de la realidad política local, es un error eternizarse en el Gobierno local a riesgo de condenar a la UCR a cruzar nuevamente el desierto para llegar al poder.
El desgaste es inevitable. En algún momento, un error o una fatalidad ponen punto final a lo que se creía inamovible. Eso lo sabe el mismo Lunghi cuando deja de escuchar las eternas elegías de sus colaboradores. Y para Nicolini, una estrategia inteligente de traspaso de poder le garantizaría a la UCR otros mandatos consecutivos. Para Nicolini y para otros que todavía no se animan a decirlo.
Nicolini pensó que esa estrategia había comenzado a construirse a partir de su elección, una elección exitosa que lo había catapultado fuertemente, en el conocimiento de la ciudadanía y en la referencialidad de los medios de comunicación. Desde ese espacio postelectoral se podría haber construido la opción para que en 2015 el candidato fuese el sugerido por Miguel Lunghi, el hombre que tiene una altísima consideración vecinal. Desde ese espacio, la UCR podría haber empezado a proyectar otro período y hablar de un “comienzo” y no de un “final de ciclo”.
Pero las cosas no se dieron como las imaginaba Nicolini. La renovación no podrá ser porque Lunghi fue y está convencido de que sólo él puede asegurar el triunfo. Y como dicen algunos allegados: “si tenemos el pajarito llamador, para qué arriesgar”. Nicolini enfrenta entonces dos bandos de generaciones distintas. La mayor que desconfía de la más joven. Y la joven, que sopesa los celos y competencias naturales de ser par.
Los más temerarios dicen que Miguel Lunghi apuesta al cuarto mandato porque imagina a su hijo como sucesor. Y pretende darle tiempo para madurar. Otros aseguran que sólo se trata de una conducta típica de quien llega al poder: ambición de conservación alentada por un círculo que mide los riesgos en términos de supervivencia personal.
Por ahora, los menos piensan que es un error tirar la cuerda a riesgo de que se corte dejando el bronce para un hombre y el campo yermo para el partido que lo llevó al poder.
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