Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez.
Que somos lo que comemos no es ningún secreto. Y que eso es más patente cuando estamos en etapas del desarrollo, tampoco. De hecho, la neurociencia se ha amigado definitivamente con muchas disciplinas y entre ellas, lo ha hecho con la nutrición. Hoy sabemos que los alimentos que consumimos podrían favorecer los procesos mediante los cuales aprendemos cosas y que, incluso, lo que comemos podría afectar nuestro estado de ánimo. Diversos nutriólogos, médicos y neurocientíficos se han dedicado a lo largo de los años a entender y observar los comportamientos que existen en la relación alimentos-cerebro, pues a través de sus estudios han demostrado que lo que comemos no solo nos nutre (o no) físicamente, sino también cognitivamente. Esto ha demostrado que existen diversos tipos de alimentos (no todos) que inciden directamente para nutrir o afectar las funciones cerebrales. De ahí que los alimentos que sí tienen propiedades saludables para el cerebro hoy sean identificados como “neuroalimentos”, o más gráficamente en inglés como “brain food” o “comida para el cerebro”.
Pero podrías pensar que esto es obvio: la composición en nutrientes de los alimentos sería el causal de este concepto. Sin embargo, hay algo mucho más profundo que quizás no sepas o hayas escuchado “al pasar” por ahí. Y es que, aunado a los beneficios y propiedades de los distintos neuroalimentos, debemos saber que una gran cantidad de neurotransmisores se encuentran en nuestro aparato digestivo, por lo que la comunicación y la relación entre el cerebro y los intestinos son constante. No en balde, muchos preconizamos que el aparato intestinal es “el nuevo cerebro” debido a la gran cantidad de terminaciones nerviosas que tiene en toda su extensión, y al hecho de que cada vez más influye en acciones que antes solo atribuíamos al cerebro, y que ya toqué en esta columna en otras ocasiones.
Conociendo esto, sabemos entonces que la neuroalimentación es aprender a incluir alimentos que favorezcan el desarrollo cerebral de los niños y las familias, ello siempre con el apoyo de nutriólogos infantiles o pediatras, pues la neuroalimentación no es una moda o un tipo de dieta, sino que, para ser realmente efectiva, debe estar basada en un perfil alimenticio personal e individual. Algunos ejemplos de alimentos citados como neuroalimentos son las manzanas que contienen quercetina (un antioxidante) que permite mantener buena memoria, la piña que contiene activos que despiertan la hormona de la serotonina, que es el neurotransmisor de la felicidad, la avena que es fuente de carbohidratos sanos que le dan energía a nuestro cerebro, las nueces que contienen grasas saludables, proteínas y polifenoles que benefician la concentración, el omega 3 presente en pescado azul (salmón, atún y sardinas), semillas de chía y la palta, y que beneficia la concentración, la velocidad en la que procesamos la información, el aprendizaje y la memoria, además de contribuir al desarrollo de un estado de ánimo más saludable. Otro alimento de injusta mala fama pero que es neuroalimento es el huevo, de cualquier forma (duro, frito, revuelto, en tarta y hasta en forma de tortilla), aportando proteína, sobre todo teniendo en cuenta que para el cerebro, lo que más importante es la yema porque nos aporta colina que potencia el desarrollo de la memoria, y siendo lo ideal es mezclarlo con un hidrato de carbono integral, como el pan integral para potenciar su acción.
Podemos hablar un montón sobre este tema, pero por hoy les dejo la lista de neuroalimentos que incluir en la dieta de niños y también de adultos, por supuesto, siempre con la guía nutricional de profesionales especializados en la materia. La alimentación, como todo en la vida, también es una cuestión DE LA CABEZA. Nos leemos en 7 días.
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