El ex convicto había cumplido una pena a 22 años por violación y asesinato. Raptó a la nena, de seis años, mientras jugaba en la vereda de su casa. La Policía lo encontró antes de que pudiera abusarla.
Había salido en libertad en agosto luego de cumplir una de las tantas condenas que lo tuvieron 22 años preso, la última de ellas por la violación y asesinato de una menor.
La nena de seis años que estuvo a punto de convertirse en su nueva víctima había salido a jugar con amiguitos luego de ayudarle a cocinar a su mamá. En un momento, se quedó sola en esa calle del barrio Villa Gunther, en Oberá, Misiones.
Aunque la chiquita estaba casi frente a su casa, Silvio Ramón Vargas (57) se arriesgó, se acercó y le ofreció dinero para que lo acompañara.
Entonces se la llevó y se metió con ella en un espeso monte cercano. Comenzaba así una pesadilla que se desarrolló durante las siguientes diez horas y que, por poco, no tuvo el peor final.
La familia de la nena notó su ausencia casi de inmediato y poco antes de las 21 comenzaron a buscarla. Tras los obligados contactos con tíos y abuelos, se dirigieron a la casa de los vecinos, pero tampoco aparecía. Mientras, una tía se comunicaba con el Comando Radioeléctrico y comenzó un rastrillaje al que se sumaron espontáneamente los vecinos.
El violador ya había caminado unas cinco cuadras con la chiquita de la mano y luego se internó en un extenso terreno cubierto de vegetación cerrada, casi selvática. Cuando notó que lo buscaban, se subió a la nena a los hombros para caminar más rápido y –se supo después– le tapaba la mano con la boca o le pegaba con una varilla cada vez que ella quería responder a los llamados a gritos que le hacían quienes trataban de encontrarla.
“Ella de a poquito nos va contando lo que pasó ese día. Los hermanos habían estado jugando al fútbol en la calle y entraron a la casa. Ella quedó solita y esta persona se acercó, le ofreció plata y le tomó de la mano como para ir hacia el quiosco. Con mi marido y otros familiares estábamos en la casa, comiendo unas pizzas que un rato antes mi hija me había ayudado a preparar”, le contó a Clarín Sonia Aguirre, la mamá de la nena.
Vargas venía de cumplir su última condena, de 2004, por violar y matar a otra nena. En 1998 lo habían condenado por sustracción de menores y ya lo consideraban “reincidente” (tenía causas por 3 casos similares). Salió libre en 2003 y al año volvió a caer preso.
Pocas semanas atrás, Vargas recuperó la libertad. Buscó entonces alojamiento en la casa de su hermana, en Oberá. La mujer le dio un lugar para vivir, pero unos días después lo echó al enterarse de que había intentado violar a su sobrina de diez años.
Ese episodio lo llevó a cruzarse el fin de semana con la nena que jugaba frente a su casa.
Sonia contó que por recomendación de los psicólogos, no le hace preguntas a su hija sobre lo sucedido. “Dejamos que ella nos vaya contando de a poquito. Ahora a la noche tiene pesadillas y nos prometieron que el jueves (por hoy) va a venir una psicóloga para verla”, le contó a Clarín.
Vargas se mantuvo toda la noche despierto intentando escapar. Pero el efecto de la caña y el cansancio lo vencieron y se durmió al lado de la chiquita. Así lo halló la Policía.
Sonia y su hija se reencontraron en la Seccional Segunda de Oberá.
“Ella estaba muy asustada, pero gracias a Dios este hombre no le hizo nada, sólo le pegó con una varita para que dejara de llorar”, contó. Los médicos del Hospital Samic le confirmaron que, efectivamente, su hija no fue víctima de abuso.
Tras el largo abrazo y las lágrimas, la nena alcanzó a decirle a su mamá que esa noche había escuchado varias veces que la llamaban e incluso pasaban muy cerca de donde el violador la retenía, en el monte. “Cada vez que alguien se acercaba le tapaba la boca para que no pida auxilio ”, relató la mujer.
La rápida reacción de la familia y los datos que aportaron los compañeritos de la nena y los linyeras fueron clave para que el desenlace no fuese trágico.
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