Los violentos incidentes en la puerta de la Casa Rosada y sobre la avenida 9 de Julio no ocurrieron sólo por imprevisión, son un síntoma de algo mucho más grave. Por Ernesto Tenembaum.
El jueves por la tarde, durante el velorio de Diego Armando Maradona, la Argentina quedó expuesta de una manera estremecedora.
En pocas horas, se pudieron ver:
-Las dificultades serias del Presidente para imponer su autoridad.
-La mala relación entre el Presidente y la Vicepresidenta.
-La connivencia de distintos sectores del poder político con las barras bravas que, en su mayoría, están vinculadas al narcotráfico.
-La incapacidad para pensar y coordinar seriamente un operativo en el cual estaba en juego la vida de miles de personas.
-Los serios problemas operativos de las fuerzas de seguridad, de distritos oficialistas y opositores.
-El cinismo de dos ministros y un secretario de Estado que, en medio del desmadre, solo atinaron a gritar “Larreta, Larreta”.
-La doble vara de la dirigencia kirchnerista cuando aplica el término “represión”.
-La irresponsabilidad de un gobierno que promovió y avaló conductas contagiosas que reprochó durante meses.
Es muy difícil, en este contexto, no unir la línea de puntos, proyectarla hacia el futuro y ser invadido por un sentimiento de profunda tristeza e incertidumbre: un Estado que no puede garantizar la tranquilidad en una ceremonia tan sencilla es, evidentemente, un Estado fallido.
Los gobiernos de todo el mundo, casi a diario, se enfrentan a un sinnúmero de dilemas. De eso se trata gran parte de la tarea de gobernar. El miércoles pasado uno nuevo le apareció al argentino. Diego Armando Maradona había muerto. El país estaba conmovido. El Gobierno acordó con un sector de la familia del astro que el homenaje se hiciera en la Casa Rosada. La familia pidió que no se les prolongara la agonía con un velorio eterno. Eso suponía un problema serio. Si concurrían cientos de miles de personas, la mayoría de ellos quedaría afuera de la Casa Rosada y podían enojarse.
En ese contexto, el Gobierno tenía dos opciones. Evitar ese esquema, dispuesto por otros y proponer una alternativa: que la gente saludara al ídolo mientras el cortejo fúnebre lo trasladaba, por ejemplo. Eso hubiera evitado aglomeraciones y contagios, y permitido que lo saludara todo aquel que quisiera. O podía haber aceptado ese esquema, como lo hizo, pero entendiendo que eso suponía un desafío muy delicado: lograr que la gente entendiera que no todos los asistentes entrarían a la Casa Rosada.
Decidió lo segundo. Las cosas no pudieron salir peor. Primero, la Policía de la Ciudad, por orden de la Casa Rosada, intentó frenar a la gente que estaba en la avenida 9 de Julio. Eso produjo un enfrentamiento con la barra brava de Gimnasia que terminó con palos, pedradas, balas de goma y gases lacrimógenos. La humanidad ha descubierto la vacuna contra el SIDA, ha llegado a la luna, ha descifrado el genoma. Pero la Policía de la Ciudad no puede realizar un operativo tan sensible sin que se arme una batalla campal. Ya había fallado durante aquella final entre Boca y River. Hay un patrón muy visible allí.
Apenas se enteró de eso, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, le reclarmó a Rodríguez Larreta que “pare esta locura”…¡¡¡por Twitter!!! Fue la primera vez en el día en que el Gobierno, en lugar de hacerse cargo de su responsabilidad, culparía a otros. Después, ese recurso se usaría hasta al hartazgo: que fue Dalma Maradona la que impuso el límite del tiempo, que fue la familia Maradona la que dejó entrar a la Casa Rosada al temible jefe de la barra de Boca Juniors, que fue Rodríguez Larreta el que desmadró el operativo. ¿Y ellos? ¿Qué hacían mientras tanto? ¿Comentaban los hechos?
Mientras “Wado” de Pedro se distraía en las redes, su propia policía empezó a disparar gases lacrimógenos contra otro sector de los asistentes. Eso ocurrió cerca de las cuatro de la tarde. Un rato antes, las puertas de la Casa Rosada se habían cerrado porque la vicepresidenta Cristina Kirchner pidió saludar a solas a la familia Maradona. Los barras bravas interpretaron que ya no ingresaría más nadie. Entonces empezaron los gritos, los empujones, saltaron las vallas y entraron de prepo. La Policía Federal, desbordada, empezó a lanzar gases. Fue, igual, sorprendentemente sencillo para los intrusos meterse en la Casa de Gobierno.
Luego, pasó lo que se sabe. Dalma Maradona protegió con su cuerpo el cajón, que fue rápidamente trasladado a un salón del primer piso y custodiado por gendarmes que apuntaban hacia la nada con armas largas. Para entonces, los barras bravas ya habían copado el Patio de las Palmeras. Algunos de ellos se metieron en las fuentes para refrescar sus pies. Allí se pudo ver una bandera que decía: “Los traidores pagarán sus culpas”. Pertenecía a una facción disidente de la barra brava de Almirante Brown, que en los últimos años protagonizó una decena de tiroteos contra la otra facción, que había estado en la Casa Rosada minutos antes. Ambas facciones responden al Municipio de La Matanza.
Desde hace años, el periodista Gustavo Grabia publica, en notable soledad, información muy precisa sobre algo que ya es obvio. Los barras son grupos de matones que manejan un negocio millonario. Históricamente, ese negocio consistía en la reventa de entradas, en el control del estacionamiento, o en el manejo del buffet de los clubes. En los últimos años, eso cambió. La mayoría de las barras están conectadas al narcotráfico. Cualquier lector puede hacer un ejercicio muy sencillo: tipear en el buscador del celular las palabras “barrabrava” y “narcotráfico”. Se encontrará en un segundo con cientos de links en los que aparecerá ese vínculo ominoso y cada vez más extendido.
Esa es una cara del asunto: la otra es su vínculo con el poder.
La barra brava de Independiente está vinculada al clan Moyano. Pablo, el hijo del Jefe, está procesado por los delitos que cometía junto a Pablo “Bebote” Álvarez. La barra brava de Boca reinaba sin problemas durante la gestión de Mauricio Macri en el club y, luego de su renuncia para dedicarse a la política, durante la de su amigo Daniel Angelici. Rafael Di Zeo entró sin problemas a la Casa Rosada el último jueves, pero a su casamiento asistió el fiscal antikirchnerista Carlos Stornelli: es un símbolo de la transversalidad.
Sergio Massa convivió con la barra brava de Tigre. Cuando era presidenta de la Nación, Cristina Kirchner defendió a las barras en un enérgico discurso, que los delincuentes celebraron estruendosamente. Mientras eso pasaba, dirigentes de Anibal Fernández los organizaban en Hinchadas Unidas Argentinas. Néstor Kirchner, apenas asumió, visitó a la Guardia Imperial, la barra brava de Racing, que tenía once de sus miembros procesados por asesinato. Eso se reproduce en cada provincia y en cada municipio: por esos canales abiertos, muchos barras entraron el jueves al velorio. ¿Qué podía salir mal? La toma de la Casa Rosada por la fuerza no fue una anécdota, el desvío de una regla, algo que pasó por imprevisión. Es un síntoma de algo mucho más grave.
Mientras todo esto pasaba, Cristina Kirchner se refugiaba en el despacho de “Wado” de Pedro. Dos veces fue a la Casa Rosada durante este año y en ambas evitó el despacho presidencial. Era una situación muy crítica. En un país razonable, el Presidente y la Vice, que estaban en el mismo Palacio, hubieran analizado juntos las alternativas disponibles. Es cada vez más inquietante la evolución de ese vínculo.
Durante las horas siguientes, a “Wado” de Pedro se le sumó Sabina Frederic, la ministra de Seguridad, es decir, la encargada del operativo, en su pasión por atribuir culpas a otros: Rodríguez Larreta era culpable de la represión, los Maradona del ingreso de Di Zeo a la Casa de Gobierno, y así. El secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla denunció al jefe de Gobierno porteño por la represión en la 9 de Julio.
Todos ellos saben que policías de gobiernos peronistas, como el tucumano, dispararon y asesinaron a inocentes en los últimos meses, que policías formoseños impidieron el regreso a sus casas de miles de ciudadanos, uno de los cuales murió ahogado en el intento de ver a sus hijos, que topadoras del gobierno bonaerense pasaron por encima de casillas donde vivían niños en Guernica. Su docilidad frente a todos estos casos se combina con una sobreactuación evidente cuando el blanco es la policía de la Ciudad. ¿Por qué alguien habría de respetarlos cuando se degradan así?
Las personas buenas que existen en el Gobierno, que las hay y son muchas, deberían revisar hora tras horas lo que ocurrió entre el miércoles y el jueves. No hay que ser un iluminado para percibir la gravedad de los hechos y ese trasfondo que no augura nada bueno. Fue un papelón con suerte, porque nadie murió. No siempre la fortuna será tan generosa.
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