Por Diego Schurman - A pesar de las pretensiones de Francisco de Narváez, el electorado bonaerense se inclinó mayoritariamente por Sergio Massa. El empresario buscó polarizar a su favor con una campaña hostil, que exudara el cansancio de los argentinos a un estilo de gobierno.
Sin embargo, su pobre performance lo dejó en un lejano cuarto lugar, con el diez por ciento de los votos, detrás de Margarita Stolbizer y fuera de foco de la eterna-interna justicialista.
De nada ayudó su semblante ganador y las jinetas del histórico triunfo de 2009 ante un staff de candidatos testimoniales donde sobresalían Néstor Kirchner y el propio Massa.
El peronismo tiene la lógica resultadista del fútbol: o se es campeón o no se es nada. Así de cruel. Y De Narváez no salió primero. Peor aún: ni siquiera subió al podio.
Mutó de estrella en el firmamento a candidato devaluado. En la polaroid del domingo se lo vio sepia y no como el colorido representante de lo nuevo que buscaba convertir las legislativas en un trampolín para alcanzar la gobernación de la provincia.
Hubo un derrotero de peleas que sin prisa pero sin pausa lo dejaron huérfano de aliados de peso. Las añejas disputas de cartel con Mauricio Macri ya le habían hecho explotar la alianza de mayor rédito electoral de su vida.
Para las Primarias desairó a Massa –sí, el mismo a quien buscó y luego acusó de ser igual a Ella– y, entre tanta desazón, terminó sucumbiendo ante Hugo Moyano, un par en la desolación. Pero en política uno más uno no siempre es dos y menos cuando los flamantes socios fueron enemigos de fuste.
¿Nadie recuerda aquellos días en los que el titular de la CGT vivaba por la reelección de Cristina y bloqueaba la distribución de diarios mientras De Narváez lo llamaba "patotero" y planteaba la necesidad de mandarlo tras las rejas para encarrilarlo?
Eran días en los que el camionero le devolvía las gentilezas diciendo que si el ex dueño de Casa Tía "no supo administrar un supermercado, menos va a saber administrar su provincia".
Eso sí, De Narváez es tozudo y va a insistir con aquello de que "la crisis es una oportunidad", tal como reza el ideograma chino de uno de sus tatuajes.
Sabe que es un camino cuesta arriba revertir la tendencia de las Primarias ya que en el imaginario colectivo el peronismo crítico quedó claramente representado por Massa, quien supo desplegarse territorialmente gracias al denodado apoyo de los intendentes del Conurbano.
Por eso, más allá de la estrategia que acuerde con sus compañeros de lista (Omar Plaini, Claudia Rucci, Gustavo Ferrari, Daniel Amoroso, Susana laburu, Alfredo Atanasof, Natalia Gambaro, Silvio Klein y Hernán Goñi), la clave está en lo que decidan las poco más de 900 mil personas que lo respaldaron en las urnas.
Es factible que aquellos denarvaístas que buscaron castigar al gobierno apelen en octubre a lo que se conoce como "voto útil" y terminen respaldando a Massa, consagrado como el nuevo referente del espacio capaz de doblegar al oficialismo.
Esa era ayer una de las principales preocupaciones del diputado, quien probablemente relegue o directamente levante los spots shakespeareanos del ser o no ser, del ella o vos, e incluso el hit "massismo es más de lo mismo" –todas creaciones de su gurú español Antonio Solá Reche– y apele a una campaña de "contención" de sus votantes.
Su lista Unidos por la Libertad y el Trabajo fue vapuleada en varios distritos y sólo en dos de los 134 venció. Fue de manera ajustada –con el 26 por ciento de los votos– en Salliqueló, los pagos del intendente Enrique Cattáneo, quien apoyó explícitamente al empresario, y en Bahía Blanca, donde cosechó el 26,5 % de los sufragios y sacó unos 5 puntos de diferencia a la segunda fuerza.
Las encuestas habían anticipado este declive y en la semana anterior a las Primaras circuló la versión de una renuncia de De Narváez a su precandidatura. El periódico Perfil vio allí la mano de un directivo del grupo Clarín. ¿El propósito? Redireccionar los votos del empresario hacia Massa para sumar en él todos los votos del peronismo opositor y así garantizar el primer puesto del intendente de Tigre.
"Los trasnochados que tienen deseos de que me baje se van a quedar con las ganas. Es un disparate lo que algunos han hecho trascender, no me conocen. Eso sí, quisiera que la cobertura mediática sea un poco más equitativa. Cada uno tiene el derecho a escribir en total libertad, pero la cobertura de mis actividades es bastante sesgada", fue la respuesta del empresario a lo que entendió como una inocultable ardid de Clarín a favor del massismo.
Del mismo modo, se especuló en varios medios con una maniobra oficial para levantar la puntería del diputado, de tal forma que, campaña agresiva mediante, le robe votos a Massa y facilite el triunfo del precandidato del Frente para la Victoria, el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde.
Los evidentes acuerdos que Daniel Scioli selló con De Narváez y su ruptura pública, en vísperas del inicio de campaña, sembraron más dudas. ¿Hubo detrás de esa movida del gobernador y devenido jefe de campaña de Insaurralde la necesidad de moldear al empresario como el precandidato más refractario a la administración nacional y provincial para recortarle chances a Massa?
El domingo a la noche esa pregunta se volvía a instalar en el búnker del diputado, del mismo modo que el rumor sobre su continuidad en la carrera electoral. Con los números puestos –menos de la mitad de los conseguidos cuatro años atrás– De Narváez tuvo que salir a negar cualquier posibilidad de dar un paso al costado en octubre. "De ninguna manera. Como chiste es muy malo a esta hora", se retiró ofuscado a pensar su futuro.
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