Naranjas y verdes: cómo salir del cepo

Naranjas y verdes: cómo salir del cepo

Por: Alejandro Vanoli. En Argentina el tipo de cambio no solo tiene los lógicos y esperables efectos objetivos sobre el costo de los insumos y productos importados, sino que afecta en forma casi plena al conjunto de los precios de la economía.

Pocas cosas son más complejas en Argentina que manejar el tipo de cambio: administrar una política cambiaria dado el alto grado de dolarización de nuestro país que lleva a rápidos y profundos ajustes tanto en la economía real como en lo financiero en precios de los activos como en cantidades ofrecidas y demandadas.

A diferencia de otros países donde el tipo de cambio es algo para expertos, profesionales del comercio exterior o de las finanzas, en Argentina el tipo de cambio no solo tiene los lógicos y esperables efectos objetivos sobre el costo de los insumos y productos importados, sino que afecta en forma casi plena al conjunto de los precios de la economía.

Esto es por la existencia de factores subjetivos que dada nuestra historia de alta inflación e incluso de hiperinflación, con cíclicas y profundas devaluaciones, producen no solo un efecto económico pleno inmediato y directo, sino que las expectativas, exacerban estrategias defensivas de productores y consumidores con efectos adicionales mediatos e indirectos tanto en la inflación como en la retracción del crecimiento.

El Gobierno nacional efectuó una devaluación prácticamente inútil en diciembre de 2023. Digo inútil porque tuvo escasos efectos en las exportaciones (fuera de la recuperación del agro por la sequía) y en la llegada de inversiones, pero si tuvo pleno impacto en la tasa de inflación que llegó a valores mensuales no vistos desde marzo de 1991, pulverizando salarios, ampliando la pobreza al 54% de la población y a un 17% de tasa de indigencia, valor tan inédito como intolerable.

En 2024 la inflación se devoró toda la devaluación de diciembre de 2023. Desde lo técnico podemos decir que el tipo de cambio está en niveles de julio de 2023 previo a la devaluación de agosto como de octubre de 2023 cuando la incertidumbre electoral aumentó tanto la brecha cambiaria como las expectativas de devaluación.

Desde una perspectiva de la vida cotidiana podemos observar, como en 2000 y 2001 que en las góndolas de los supermercados y autoservicios (algunos de los cuales promocionan la aceptación de dólares) más naranjas de Israel que de Entre Ríos o la preeminencia de lácteos uruguayos más baratos que los nacionales.

Un jean está entre un 20% y un 30% más caro que en Brasil, Chile y México. Un vestido en tiendas está el doble que en Chile. Unas zapatillas de primera marca tienen un costo más elevado: un 30% en países vecinos y un 20% superior al valor que está en España en puntos de venta comparables.

Es un indicador de que algo no está bien si productos primarios nacionales de alta productividad quedan “caros” a la par de que se abaratan productos importados. Y no hablo de productos chinos, tampoco de bienes escasos en el país, o con alto contenido tecnológico donde somos menos productivos que los países desarrollados. Hablo de alimentos y bienes industriales no sofisticados.

Luego de la gran devaluación el Gobierno se “asustó” de las posibles derivaciones de su política y se volvió pragmático. La megadevaluación claramente al no incentivar la llegada de divisas no recompuso las reservas y no posibilitó eliminar las restricciones cambiarias.

Así el Gobierno mantuvo los tipos de cambio diferenciales (impuesto PAIS, dólar blend), mantuvo una flotación administrada del 2% mensual y el corazón de los controles de capital. La salida del cepo, que no fue ni en el origen ni en marzo ni en junio, puede llegar como temprano en el verano si gana Trump y/o aparecen desembolsos de algún lugar del planeta o tras las elecciones de octubre de 2025. Queda claro que Milei es estratégicamente dogmático, pero tácticamente ya luego de meses en el Gobierno pragmático en estos temas.

Queda claro lo complejo del cuadro, mantener el cepo genera una serie de distorsiones, agravando problemas de competitividad y desalentando inversiones, pero salir del mismo sin reservas, causaría otra devaluación inútil agravando el estado de la economía real y la situación social ya de por si compleja. En estas condiciones mantener las restricciones dista de ser óptimo y no puede eternizarse, pero la alternativa es claramente peor.

Es obvio que una salida de las restricciones a este nivel de reservas no solo produciría una devaluación (por eso no liberan el cepo) sino una dinámica donde se retroalimentarían las peores expectativas, comportamientos de remarcación de precios, afectando consumos esenciales, estímulo de consumos especulativos en bienes durables que aumentarían importaciones, se limitaría el ritmo de liquidación de exportaciones entre otros factores complejos que agravarían la restricción externa que afecta al país desde hace años.

En una salida desordenada del cepo lo que técnicamente se conoce como “pass through” (traslado a precios de una devaluación) se vuelve cercano a 1. Esto solo puede evitarse de mala manera con una mega recesión salvo que haya un esquema integral y virtuoso.

Esto requiere 1) solucionar la crisis política, 2) un programa económico integral, 3) reservas suficientes todo lo que redunda en CONFIANZA. Hoy tenemos la política con elevado grado de fragmentación, grieta, ausencia de liderazgos en la oposición, un Gobierno en minoría que no busca acuerdos razonables, no se cuenta con un plan económico integral de estabilización y desarrollo. Por ende, no entran dólares, salen los que pueden y no hay ni reservas ni confianza.

Entonces la pregunta es liberar el cepo ¿para qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Se entiende que el Gobierno estire la decisión a contramano de sus promesas electorales, no solo por resguardar una popularidad que empieza a menguar sino por los efectos económicos de un salto al vacío.

Está claro lo prudente que hay que ser con las palabras para no inducir una crisis que afecte al conjunto de la ciudadanía. Cuidado que no tuvo Milei cuando estimuló presiones devaluatorias para ganar las elecciones.

En concreto: Veamos el siguiente cuadro para analizar cómo está el tipo de cambio en función de otros momentos de nuestra historia.

Es evidente que el tipo de cambio está atrasado y en niveles inferiores a los de los últimos 50 años, salvo el final de la convertibilidad. La Argentina está cara en dólares. Eso se observa al ver como los argentinos se trasladan a países vecinos a hacer sus compras a diferencia de principios de año, en los movimientos turísticos y en el nivel de remesas de extranjeros.

Tratemos de analizar el nivel de tipo de cambio, según se observa en el cuadro precedente. Eliminemos los extremos (Rodrigazo, Malvinas, Hiperinflación y Convertibilidad). También descartemos en lo inmediato una neoconvertibilidad reforzada no solo de la base monetaria sino de otros pasivos en pesos (arriba de $ 2000) y también descartemos una dolarización utopía desechada por el Gobierno que en el mejor de los casos sería a $3200 por dólar.

Acotamos así el rango a valor hoy desde $1073 (equivalente al de fines de 2015) a $1633 (que equivale al tipo de cambio alto promedio 2003-2010).

Un tipo de cambio posible y razonable para la Argentina en el momento actual no es $1000, pero no debería ser $ 1600. Podría deslizarse entre casi $ 1200 (el 1,4 de Duhalde) y $ 1400 valor que tocaron los dólares financieros en julio-agosto. En este rango está el tipo de cambio equivalente de 2018-2019 (incluyendo los $ 60 estimados razonables por Macri y Alberto Fernández luego de agosto de 2019) promedio 2018-2019 que siguió a la fuerte apreciación del peso de 2017 en la borrachera de deuda y “carry trade”.

Así una devaluación “exitosa” (que provoque crecimiento y minimice el impacto inflacionario y el costo salarial) puede terminar en un dólar en un nivel de la mitad de la brecha cambiaria. Una “mal hecha” como la de diciembre de 2015, que en lugar de gradual fue inmediata, sin resolver antes el tema buitres ni consistencia monetaria y fiscal, llevó al tipo de cambio al nivel de los “otros” dólares y a un salto inflacionario de igual magnitud que la devaluación.

Mencionamos en el primer artículo de esta serie que analizar la serie histórica no es una regla porque en 50 años hubo un profundo cambio estructural en la economía. Pero nos da una guía útil a tener en cuenta para analizar el tema.

Además, hay que tener en cuenta que no es lo mismo el “tipo de cambio de equilibrio” sin cepo que, con cepo, con altos o bajos términos de intercambio de nuestro comercio exterior, con apertura comercial o proteccionismo, con acceso a financiamiento que, en virtual default, con políticas de desarrollo que, con estado ausente, con elevados costos internos asociados a la producción y exportación (impuestos, logística, etc.) o bajando el costo local.

Claramente si hay otros mecanismos complementarios de estímulo a la producción y el trabajo, el tipo de cambio puede ser más bajo que si solo el tipo de cambio es el único instrumento de política que brinde cierta protección. Máxime en un mundo proteccionista como el actual.

En síntesis: Es clave lograr acuerdos políticos que garanticen gobernabilidad y formular un plan económico integral que mejore las expectativas y se recuperen reservas para que la tasa de devaluación que concilie productividad y estabilidad, permita un tipo de cambio de equilibrio que esté más cerca de 1200 que de 1400. Ello implica conciliar visiones equilibrios macro, crecimiento e inclusión social. Solo así la política generará confianza de perdurabilidad.

Hablamos de una modificación cambiaria lógica, posible y que minimiza los costos. Una forma de salir lo más rodenamente posible del cepo y recuperar “normalidad” asegurando un modelo sustentable. Sin adecuadas políticas no solo será necesario una devaluación mayor con el alto costo que eso conlleva, sino que el peligro está en la dinámica de precios que obligaría a futuros mayores ajustes del tipo de cambio. Es necesario evitar devaluaciones inútiles desde lo productivo y que generan un alto costo social.

Una reflexión final. No solo hay que tener cuidado de cómo, cuanto y cuando unificar el tipo de cambio. En el supuesto caso de que haya reservas y haya una “salida exitosa” del cepo hay que evitar reproducir los mecanismos de endeudamiento, “carry trade” y fuga que aprecian el tipo de cambio tan tentadores en el corto plazo como insostenibles

El endeudamiento genera un tipo de cambio “temporalmente sustentable” desde lo financiero pero que dañan el aparato productivo y después obligan a grandes devaluaciones en el marco de una inevitable crisis al revertirse el “boom artificial financiero”. como ocurrió en 1981,2001 y 2018. El endeudamiento lleva a la crisis y al cepo. Son las dos caras de una misma moneda, el fracaso nacional.

Es hora entonces de pensar a la política cambiaria como un instrumento importante, pero solo una herramienta de un programa integral que incluya un conjunto de políticas, evite niveles extremos de tipos de cambio y genere la confianza para evitar fuertes apreciaciones y depreciaciones dañinas futuras.

Comentá la nota