Una muy debilitada primera ministra británica tendrá que presentar hoy a su gabinete el acuerdo con los unionistas –partido tan a la derecha que asusta a muchos diputados conservadores–. En la Unión Europea hay un creciente desconcierto.
Desde Londres
La cuestión no es si va a renunciar luego de la victoria pírrica que obtuvo el jueves pasado: la pregunta es cuándo. ¿Esta semana, durante el verano británico, en la conferencia del Partido Conservador en octubre? En los kilométricos análisis de los diarios dominicales británicos nadie da un peso (o una libra) por la primera ministra Theresa May.
La única razón por la que nadie se juega es porque su renuncia puede promover una guerra interna entre los conservadores y favorecer aún más la posibilidad de nuevas elecciones y un gobierno laborista. En una encuesta posterior a los comicios, el partido de Jeremy Corbyn aventajó a los conservadores por primera vez en años y los corredores de apuestas lo dan como favorito en caso de que haya una nueva elección, la tercera en dos años.
El pragmatismo político conservador, sin embargo, no es sólido ni basta para sostenerla. En un artículo en el The Sunday Times, la ex directora de política del ex primer ministro David Cameron, Camilla Cavendish, indicó que May sigue padeciendo la misma arrogancia que la llevó a la debacle del jueves. “El discurso que dio el viernes me hizo pensar que sus asesores se habían olvidado de avisarle el resultado de la elección. Ese `vamos a ponernos a trabajar` sin reconocer que había sumergido al país en una peligrosa incertidumbre, evidenció una arrogancia que el pueblo empezó a percibir hace semanas. Ella pensó que podía triplicar la mayoría que había heredado de Cameron sin darle nada a nadie. No puede faltar mucho para que alguien rete su liderazgo y termine reemplazándola”, escribió Cavendish.
El ex ministro de finanzas de Cameron, George Osborne, hoy editor del vespertino Evening Standard, la llamó “dead man walking” en alusión a la famosa película sobre un condenado a muerte interpretada por Sean Penn (dead woman en su caso). El Sunday Times aseguraba que cinco ministros de May habían sondeado al canciller Boris Johnson para saber si lanzaba una campaña para conseguir los 35 diputados conservadores que se necesitan para desafiar el liderazgo de May y activar el mecanismo de votación interna que terminaría con su sustitución al frente del partido y del gobierno (en el sistema parlamentarista británico el jefe del partido con más escaños es el primer ministro).
El acuerdo con los unionistas de Irlanda del Norte para recuperar la mayoría parlamentaria que le quitaron las urnas se convirtió en nuevo “gaffe” de May que pasó de ser apodada la “supreme leader” a asemejarse a un Mister Bean que no acierta una pero que, a diferencia del personaje de Rowan Atkinson, provoca, en vez de risas, una patética vergüenza ajena. Con ese aire cade vez más ridículo de gobierno competente y ejecutivo, 10 Downing Street anunció el viernes por la noche que el acuerdo estaba sellado.
El sábado la corrigieron despiadadamente los unionistas a quienes hasta hace poco nadie daba la hora, pero que con sus módicos 10 diputados parecen tener hoy las llaves del reino. Según los unionistas hay conversaciones avanzadas, pero mucho que afinar. A decir verdad no solo por el lado unionista. Si se sabe poco y nada de este presunto acuerdo es porque los unionistas son un partido tan a la derecha (anti gay, antiabortistas, creacionistas) que aterran a muchos diputados conservadores.
Una muy debilitada Theresa May tendrá que presentar hoy el pre-acuerdo a su gabinete a ver si lo aprueban y el miércoles convencer al Comité 1922 que agrupa a los diputados conservadores. El pacto con los unionistas tiene un problema adicional. Según el acuerdo de paz de Irlanda del Norte de 1998, que tiene estatuto de tratado y forma parte del archivo de acuerdos internacionales de Naciones Unidas, el gobierno británico no puede favorecer a ninguna de las partes de Irlanda del Norte. Los protestantes unionistas son, indudablemente, una de las partes.
En medio de este impasse todo parece haberse congelado como si ya nadie supiera quién está a cargo del barco y mucho menos en qué dirección va. En la Unión Europea hay un creciente desconcierto por este perpetuo caos político británico que comenzó por convocar sin necesidad alguna a un referendo sobre la pertenencia a la Unión Europea que perdió el año pasado y siguió por la convocatoria 10 meses más tarde a una elección general nuevamente sin necesidad en la que ganó en votos, pero perdiendo la mayoría en el parlamento.
Otra vez buscando transmitir una inexistente imagen de competencia, el gobierno envió un mensaje a la UE el viernes por la noche para decir que las conversaciones podían empezar antes del lunes próximo porque el gobierno estaba listo para la negociación. Elmar Brok, un importante aliado de Angela Merkel, indicó al dominical The Observer que la actual situación aumentaba las posibilidades de un fracaso en las negociaciones. “Los británicos saben ahora quién es May. Las negociaciones se han vuelto mucho más difíciles porque el Reino Unido no tiene un gobierno con autoridad real”, dijo Brok.
Muchos europeos prefirieron el “off the record”, pero sonaron igualmente críticos y pesimistas. Un alto negociador europeo señaló al Sunday Times con una ironía hiriente y ácida que era muy beneficioso saber que hay un gobierno “strong and stable” (caballito de batalla de May durante la campaña para obtener el voto). “La incertidumbre está creciendo y es muy peligrosa y frustrante”, añadió mucho más serio.
El laborismo, que incrementó su voto en un 10% y ganó 33 escaños, está impulsando un comité inter-partidario en el parlamento para avanzar con un “soft Brexit” y vigilar de cerca la marcha de las negociaciones. A diferencia de May, que durante la campaña amenazó con echar todo por la borda si la UE no ofrecía lo que ella quería, la alianza del “soft Brexit” está buscando un acuerdo que preserve la integración económica al mercado común con un régimen de control inmigratorio a futuro que sirva para una eventual transición. En medio de esta ensalada, nadie tiene la más mínima idea de cuál va a ser la posición negociadora británica el próximo lunes.
Ni Donald Trump se ha salvado de la debacle del jueves. A fines de enero, poco después de la asunción de Trump, May lo invitó a una visita de estado. La invitación fue muy cuestionada por muchos en el Reino Unido y dejó para más adelante la confirmación de una fecha. Según el The Guardian y el Daily Telegraph, el mismo Trump indicó que no iba a venir al Reino Unido si había manifestaciones en su contra.
La reciente intervención de Trump criticando al alcalde de Londres, Sadiq Khan luego de los atentados del sábado 3 de junio, no favoreció el entendimiento bilateral, pero le dio renovados bríos a las manifestaciones en su contra. Según le dijo un diplomático británico “off the record” al The Times “nadie quiere ni hablar de esto. No hay fecha y con la inestabilidad política en ambos países es posible que no ocurra este año”. Y si no es este año, ¿estarán el próximo en sus puestos May y Trump?
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