Por Demetrio Iramain
El Grupo Clarín está francamente desesperado. No lucía así, tan extremo y visceral (y también desorientado), desde 2010, cuando el asesinato de Mariano Ferreyra, la muerte inesperada de Néstor Kirchner y los hechos de violencia que derivaron de la toma del Parque Indoamericano (hubo desde incidentes en la estación de trenes de Constitución hasta saqueos programados en el Conurbano Bonaerense), le sugirieron la posibilidad de soñar con un final abrupto del ciclo kirchnerista, mediante un abandono temprano de Cristina.
El Grupo Clarín está francamente desesperado. No lucía así, tan extremo y visceral (y también desorientado), desde 2010, cuando el asesinato de Mariano Ferreyra, la muerte inesperada de Néstor Kirchner y los hechos de violencia que derivaron de la toma del Parque Indoamericano (hubo desde incidentes en la estación de trenes de Constitución hasta saqueos programados en el Conurbano Bonaerense), le sugirieron la posibilidad de soñar con un final abrupto del ciclo kirchnerista, mediante un abandono temprano de Cristina.
Se sabe: fracasó. Las urnas en 2011 le dieron absoluta y rotundamente la espalda. Así las cosas,el proyecto nacional y popular asiste a la posibilidad de volver a confirmar su anclaje social, su potencia histórica y su flexibilidad política, en las elecciones presidenciales del próximo domingo, y posteriormente, en el comicio de octubre.
Sólo así se entiende la forzada, demasiado obvia y marcadamente desprolija, operación mediática contra el jefe de Gabinete de ministros del gobierno nacional, Aníbal Fernández. Sí. Porque Fernández podrá ser precandidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero antes es una altísima autoridad del gobierno nacional. Este pequeño detalle explica la gravedad de la opereta. Montaje que incluye un segundo movimiento, aun más sórdido que el proyectado en el sketch televisivo del domingo pasado, filmado en el living del departamento de Elisa Carrió: la supuesta agresión contra Jorge Lanata.
Sin dudas, Clarín trata de intervenir en el resultado de las PASO bonaerenses, pero apuntando al mismo tiempo a las expresiones más progresivas del gobierno de Cristina. ¿Existe alguna duda respecto de las preferencias electorales del establishment y el poder real? Hasta hace un tiempo, el discurso de la derecha sostenía que para los candidatos de la oposición era preferible que el triunfador en las PASO del FPV fuera Aníbal Fernández, debido a su supuesta mala imagen entre el electorado bonaerense. Si así fuera, ¿qué razón habría para adelantar la deliberada operación contra el candidato? La morsa con bigotes pagaría más después del domingo 9 de agosto. Sin embargo, la derecha agota toda su artillería exactamente una semana antes, en claro beneficio del contrincante. Aunque, ¿toda su artillería? ¿Cuánto falta para que Magdalena Ruiz Guiñazú vuele a Washington, para denunciar presiones a la prensa independiente? ¿Volverá a predecir Joaquín Morales Solá, con voz sombría, la inminencia de una muerte política, como hizo en 2010?
Evidentemente, las corporaciones económicas prefieren un peronismo dócil en sus rebeldías, paciente en sus posiciones más radicales, antes que un heterodoxo, o transveral, o un kirchnerista demasiado politizado. No es cuestión de gustos, sin embargo, sino de intereses. E ideología. Cuando la puja política sobrepasa el límite de la operación de prensa, y llega hasta la definición ideológica, demuestra lo trascendente que resulta eso por lo que se está tensionando, que no es otra cosa que la marcha del ciclo argentino para los próximos años: si continuidad y profundización (una no existe sin la otra, aún moderando sus formas), o regreso a las cavernas neoliberales de donde emergió hace 12 años.
A propósito, días atrás Víctor Ramos "acusó" en el diario Perfil a Teresa Parodi por no haber votado a Menem. Esa supuesta contravención al ideario peronista la inhibiría de declararse kirchnerista y le impediría ideológica y moralmente ejercer un alto cargo en su gestión gubernamental (la gran Teresa Parodi es ministra de Cultura de la Nación).
Si aceptáramos esas definiciones tan paquidérmicas sobre el peronismo, ¿quién debiera ser el ministro de Cultura de un gobierno claramente identificado con la doctrina justicialista? ¿Sofovich? ¿No comprende a Martín Sabbatella la “imputación”? ¿No alcanza a todo el espectro kirchnerista que se forjó en las luchas contra las privatizaciones, a los líderes surgidos de los movimientos sociales y que hoy protagonizan el gobierno, a las Madres de Plaza de Mayo? ¿No se atenta así contra una de las banderas más emblemáticas del kirchnerismo: los Derechos Humanos, cuyo movimiento en su defensa denunció la impunidad menemista desde el primer minuto de su mandato?
Así, Ramos desconoce la nueva síntesis ideológica que supone, propone y deja sembrada para los años por venir en la conciencia de lucha de este pueblo, el kirchnerismo. Con la acusación de este sí que policía del pensamiento peronista, ¿no les está concediendo Víctor Ramos la razón a quienes lo sacaron de su cargo en un instituto de, precisamente, revisionismo histórico?
El kirchnerismo potencia al peronismo. Sus rasgos ideológicos, sus síntesis políticas, su ductilidad para resumir orígenes diversos en un rumbo común, lo blindan ante los tránsfugas que lo vaciaron en los años noventa, vulnerando su hondo compromiso transformador, rebelde, plebeyo. Y la derecha lo sabe bien.
Si aspira a gobernar debe “peronizarse”. Dársela de “popular”. Tocar en cámara a los pobres con sus propias manos. Decirse defensora de la democracia, como hizo el presidente de la golpista Sociedad Rural el pasado sábado, y hasta citar los versos de un poeta español que combatió al franquismo. Llegado el caso, desmentir sus postulados ideológicos y parecer otra cosa.
Mejor que muchos peronistas, la derecha comprende que cuanto más a la izquierda esté el peronismo más peronista será. No es un capricho del discurso, es una enseñanza histórica. «
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