Por: Roberto García. El alemán siempre largaba tarde, pero llegaba primero. El futuro presidente dejó para el final la cuestión económica.
Se puede largar tarde y terminar primero. Ocurre en el turf y en la Fórmula Uno. El mejor ejemplo ha sido el malhadado Michael Schumacher: siempre daba vuelta una carrera que no había empezado bien. Deben ser modelos con los que sueña Alberto Fernández, quien ayer inició cojo su gestión al anunciar el gabinete luego de haber convertido su primer gran problema en el último: la economía.
Indefinición. Esa larga indefinición por cubrir ese gigantesco y complicado rubro de su futuro gobierno se le podrá endosar a la imprudencia o a la egolatría. Una dilación infantil al margen de los gustos sobre las figuras designadas, quienes pasaron por el escenario antes de ser elegidos ayer como si fueran a la elección de Miss Universo, nombres y alternativas de pelambres diferentes. Ya se conoce el elenco, hay que revisar todos los que preseleccionaron:
Lavagna, quien rechazó el cargo dos veces por lo menos, en desayunos a las ocho y media en su casa con Fernández, ni se tentó siquiera a pilotear el Consejo Económico y Social quizás porque modificaron el proyecto que había sugerido su espacio político. Pero, sigue amable con los FF debido a que consideraron a su hijo Marco al frente del Indec.
Redrado, al que AF consultó desde el inicio con entusiasmo y hasta bocetó un plan que, por supuesto, ni siquiera leyó la doctora Kirchner, quien lo fulminó por razones personales al tiempo que el ex BCRA criticaba opiniones K, insensatas o ligeras de su cercanía, sobre la emisión casi como divertimento.
Alvarez Agis, ex número dos de Kicillof, de vínculo directo con los dos miembros de la fórmula y de amistosa relación como consultor con inversores extranjeros, tal vez la razón por la cual no lo integraron.
Guzmán, un profesor de trabajos prácticos de Columbia, admirador de un Nobel, Stiglitz, cuya sola mención ruboriza a Cristina como a una paloma, promotor de una dura negociación con los acreedores que al parecer seguirá a pie juntillas el futuro gobierno. Carece de experiencia en la gestión pública, pero hasta hizo relaciones con Miguel Angel Pichetto, quien objeta a los que tratan de “loquito” a Guzmán, ya que él lo considera un economista razonable.
Mercedes Marcó del Pont, quien también rechazó el convite al Ministerio, devota de Cristina, a cargo de la nueva AFIP y, según algunos, autora de numerosos proyectos que acumuló Fernández.
Kulfas, Abeles, Todesca, una tríada que siempre rodeó al futuro Presidente en el Grupo Callao, de su intimidad, subiendo o bajando de peso según los avatares, con origen público en Felisa Miceli y luego en Marcó del Pont, pegados a su destino.
Melconian y Prat-Gay, dos ex del macrismo con quienes AF mantuvo relación de antaño, pero de insuficiencia por razones políticas para llevarlos al Gobierno. Más allá de los exámenes, resultó obvio que el mandatario elegido se reservaba otra instancia, un criterio Pyme para dictaminar sobre el área: el ministro seré yo, virtual o formalmente, soy el hombre orquesta.
Todo lo contrario de lo que exige la dirección de una gran compañía.
Pero, tal vez, la decadencia argentina ya deslizó al país a una categoría Pyme y no sea la multinacional imaginada por sus pioneros. Pareció preocuparse más Fernández por recrear la tradición del “mini-Nestor”, el hombre que no delegaba y suponía saber de economía porque anotaba en un block los números que le acercaba el funcionario Pezoa (otro que vuelve). Eran tiempos, claro, en que los precios internacionales podían disimular cualquier agujero fiscal.
Pero nadie se recibe de macroeconomista por esa inquietud. Para recuperar parte de esa historia partidaria –recordar que Kirchner le puso otro Fernández (Carlos) a Cristina durante mas de un año como ministro, episodio y personaje que pocos recuerdan–, el mandatario electo ahora se reserva el personalismo de conducir el sector, olvidando en ese ejercicio la prioridad que debía otorgarle.
Lo hizo con tardanza, un error de colegio primario, sin respeto a una regla profesional. Tuvo, es cierto, dificultades para elegir figuras –él mismo ha reconocido que mucha gente rechazó sus invitaciones al Gobierno por prevención a ulterioridades judiciales, pero esa atrasada definición admite otra falla: tampoco hubo certeza de un plan, apenas ciertas contradicciones.
Y ese detalle constituye un mínimo requisito para cualquier tipo de interesado en el país, incluyendo a sus propios habitantes. Pero se perdió el tiempo en entretenimientos menores, aumentando el número de Ministerios como una capa de cebolla burocrática sobre la otra, se soslayó una transición con el macrismo que impediría llegar desnudos a la Administración y no se pudo contener la pugna furiosa por los cargos. Típico: el país perdió más plata, con o sin Macri.
Quizás Fernández se alentó con opiniones optimistas, liberales, tipo la de Arriazu, quien supone que el nuevo gobierno dispone de numerosos elementos para despegar al país de un destino siniestro. O la del propio Lavagna quien cuestionó a su ex jefe Duhalde: no estamos tan mal como en el 2002.
Pero el mensaje no llegó a la cúpula o decidieron cambiarlo por conveniencia política: el gobierno de los FF se lanzará anunciando la “tierra arrasada” que heredan del ingeniero saliente, ofreciendo una muestra de austeridad en su propaganda oficial.
Se hará público el martes próximo en la transferencia del mando: no habrá gala en el Teatro Colón ni un desfile menor de Granaderos, celebrará “solo el pueblo como un coro”, según el relato por venir.
No trascendió aún, sin embargo, en qué tipo de carruaje irá Fernández del Congreso a la Casa Rosada, si lo acompañará su mujer Fabiola en un descapotable o lo hará acompañado por Cristina, su vice, en un Fiat 600. Seguro que Rattazzi aporta uno.
Aparte de las demoras clave en Economía, se avizora otra duda general: no es el recorrido turístico de la pareja, de los confeti, sino el vigor de una relación que más de uno pone en duda entre los dos miembros de la fórmula. Ellos sostienen que el alud de versiones perversas ha fortalecido la relación entre ambos, como si se alimentaran de la malicia. Pero en los hechos, quizás por las características temperamentales de la viuda y las declaraciones subordinadas de Alberto –luego de la purificación cristinista del gabinete hace 15 días y el desafiante protagonismo de la dama en el último estrado judicial–, la presunta confesión de que están más unidos que nunca suena a la de los divos del espectáculo que, acuciados por las versiones de romance, responden: “Solo somos nada más que amigos.”
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