Por: Joaquín Morales Solá. Javier Milei está aplicando el ajuste más importante de la economía que se haya registrado en el mundo en los últimos años. No es su culpa. Es la consecuencia de 16 años de kirchnerismo, que destruyó aún más lo que ya estaba destruido. En todo caso, los desacuerdos con el Presidente y el ministro de Economía, Luis Caputo, refieren a cómo hacen el ajuste.
La novedad política más destacada consiste en que el líder político que decidió semejante sinceramiento de la economía conserva todavía los mismos índices de aprobación que tenía cuando ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Cerca del 56% de la sociedad lo apoya. Influye, por un lado, la ausencia de una opción competitiva frente a Milei, conclusión que confirma la tesis de que las sociedades detestan vivir en medio de un vacío de poder. Pero también reverbera la necesidad de una esperanza después de tantas frustraciones. Un encuestador se asombró hace poco cuando en la mesa de un focus group alguien dijo que con sus ingresos no llegaba a fin de mes, pero que confiaba en Milei más allá del final de mes. ¿Hasta cuándo, en medio de un extendido sufrimiento social? Nadie está en condiciones de responder. “Nosotros no sabemos cuándo se producirá el punto de inflexión, y tampoco sabemos si el descenso será paulatino o vertiginoso”, reflexiona otro encuestador. Una conclusión es unánime entre todos los analistas de opinión pública: “Por ahora, prevalece la bronca al kirchnerismo en particular y a la dirigencia política en general”. Sin embargo, en esos mismos focus groups aparece, tímido y sutil, un temor que podría extenderse y profundizarse en la sociedad en el curso de los próximos meses. Es el miedo a los aumentos que no cesan de los servicios públicos, de las prepagas de medicina y de los colegios en un país que viene de aumentos en aumentos desde diciembre. Los supermercados dan cuenta de que bajó el consumo de alimentos y de bebidas no alcohólicas (que son la base misma del consumo), y de que la gente termina comprando mucho menos de lo que elige en las góndolas. Es muy común en los supermercados el espectáculo de empleados que retiran de las cajas los productos que los clientes dejan porque no los pueden comprar. La recesión comenzó antes de Milei. En 2023, el PBI argentino cayó un 1,6%, pero increíblemente el consumo aumentó un 1,2%. No es una contradicción; es un fenómeno propio del “plan platita” de Sergio Massa. Importaban las elecciones, no la declinante y pobre vida cotidiana de los argentinos. Economistas serios estiman que el PBI nacional caerá en 2024 alrededor del 3,5%. En los últimos dos años, el PBI habrá acumulado una caída del 5,1%. Un derrumbe.
En ese contexto de inopia y consternación social, comenzaron a regir este mes los aumentos de gas y electricidad. Dejemos a un lado la electricidad porque el consumo cae estacionalmente. No se usan los aparatos de aire acondicionado en el otoño y el invierno y, si bien los días son más cortos y las noches más largas, los argentinos se acostumbraron a usar focos de bajo consumo. Teóricamente, el precio del gas deberá multiplicarse por cinco para la mayoría de los hogares; es decir, para los que no tendrán ningún subsidio. Pero la práctica es peor que la teoría porque al porcentaje de aumento anunciado deberán sumársele los meses del año de mayor consumo de gas. También se le agregarán los aumentos mensuales según una fórmula con varios ingredientes, que incluye la inflación entre otras variantes. Debe consignarse que la Argentina seguirá importando gas licuado, aunque menos que antes desde la inauguración parcial del Gasoducto Néstor Kirchner –cuándo no ese nombre–. El gasoducto necesita todavía de más obras para llegar al conurbano bonaerense y a la Capital. El gas importado es mucho más caro que el de producción nacional. Por eso, a esos aumentos se les sumará también la devaluación mensual del peso con respecto al dólar, que es de un 2% por ahora. Al final del año, el precio del gas será 10 u 11 veces mayor que el vigente en marzo pasado. Los argentinos de ahora no son los argentinos de 2015. La sociedad que heredó Macri estaba mucho mejor que la actual, aunque la economía estaba igualmente mal. Cristina Kirchner y Axel Kicillof habían tirado la crisis bajo una mullida alfombra, pero dejaron un país que había despilfarrado todos sus stocks: las reservas de dólares, las de carne y las de energía, entre otras. La sociedad argentina en los primeros tiempos de Macri podía tolerar los iniciales aumentos de tarifas de servicios públicos (Cristina los dejó muy por debajo del valor que tenían en los últimos tiempos de Alberto Fernández), pero la segunda y tercera ola de aumentos lo condenaron a Macri a un solo mandato presidencial y le negaron la reelección. El expresidente chocó, además, con la oposición de muchos de sus propios aliados en lo que era Juntos por el Cambio y con las restricciones de la Justicia. Cuidado ahora con la Justicia. Uno de los economistas que asesoraban a los candidatos del viejo Cambiemos hace pocos meses, en las elecciones del año pasado, recuerda que le “corría frío por la espalda” cuando debía explicar la magnitud de los aumentos tarifarios, los mismos que está aplicando Milei.
Veamos los ingresos de esa sociedad sometida a tantos aumentos. Según un estudio de Roberto Cachanosky, la inflación entre enero de 2023 y enero de 2024 fue del 254%. Los salarios de los trabajadores formales del sector privado (los menos perjudicados) aumentaron en ese período el 205%, pero los salarios del sector informal subieron apenas un 124%. El problema realmente grave está entre los asalariados informales, que representan el 40% de los trabajadores. Los salarios de los empleados públicos aumentaron un 168% en ese período. El informe de Cachanosky señala que el índice general de salarios subió en ese período un promedio del 181%, que se ubica muy por debajo del 254% de la inflación. “La caída del salario real actual es muchísimo peor que en el inicio de Macri”, acota Alfonso Prat-Gay, el primer ministro de Economía de Macri. A su vez, Cachanosky resume sus conclusiones señalando que “la caída del salario real se traduce en caída del consumo” y que, “sin inversiones a la vista, el único motor que queda es el de las exportaciones”. Y, para peor, el tipo de cambio está complicando las exportaciones.
El mayor peso de los aumentos de las tarifas en la sociedad se sentirá en mayo y junio, cuando comenzarán a llegar los nuevos precios y aumentará el consumo de gas por la calefacción. El milagro de Milei, que se cifra en conservar buenos índices de popularidad en medio del ajuste más profundo que recuerden muchos argentinos, deberá atravesar, por lo tanto, la frontera del invierno. El único beneficio que tiene Milei respecto de Macri es que este no contó con el actual rechazo masivo de la sociedad al kirchnerismo. No hay milagros en política. La sorpresa de lo que sucede con Milei se explica sobre todo por el desastre del kirchnerismo en el poder. Algunos encuestadores descubrieron que esa catástrofe política y económica fue de tal magnitud que en los sectores sociales medios bajos y bajos se habla más de Milei que del peronismo. “Por primera vez, los hijos les cuentan a los padres cómo es el mundo, y en ese mundo está más Milei que el peronismo”, señala uno de ellos. Terra ignota para la interpretación política.
Por ahora, el Gobierno confía en que la inflación de abril o de mayo sea de un dígito y que eso le permita seguir con buenos números en las encuestas. El problema es que la caída del salario real podría incluir una inflación relativamente baja, siempre según la anomalía argentina, y también la incapacidad de compra de la gente común. “¿De qué serviría una inflación del 6% mensual si no hubiera plata para comprar nada?”, se pregunta un economista. Un gobierno libertario podría hacer el aporte de bajar los impuestos de una buena vez, sobre todo la carga impositiva en los servicios públicos. A los aumentos anunciados de gas y electricidad se les cuelgan después los aumentos de impuestos de las provincias y de los municipios, que vienen en la misma factura del gas y la electricidad. Por su parte, el gobierno nacional ganará por partida doble con los aumentos de las tarifas: subirá la recaudación por los impuestos incluidos en esos servicios, que son muchísimos, y bajará el gasto en subsidios que existían para tales consumos. Y muchos sectores privados, como las prepagas de medicina, los productores de naftas y las industrias de medicamentos, podrían graduar los sucesivos aumentos que están aplicando. El riesgo consiste en que una sociedad fatigada y cerca de la ruina decida volver a los demagogos que dibujan en el aire el espejismo de la felicidad colectiva.
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