Milei, el hijo no reconocido de Macri y Cristina

Milei, el hijo no reconocido de Macri y Cristina

Por: Gustavo González. Desde que Macri decidió en 2017, siendo presidente, dejar su relato antigrieta y sumarse a Cristina y el concepto shmittiano de amigo-enemigo, la sociedad fue absorbiendo paulatinamente los brotes de ira de sus líderes políticos. 

 

Un circuito de retroalimentación que, cada vez que descendía y volvía a subir hacia los dirigentes, pasaba siempre por el filtro de comunicadores y medios que le agregaban una cuota adicional de agresividad acrítica.

Quienes día tras día y año tras año cavaron en la grieta que partió al país, ahora se sorprenden porque desde el fondo de ella apareció una criatura inmanejable. El más agrietado de los agrietados, el más explosivo, el que quiere romper todo. El que hasta hace parecer moderados a los referentes más extremos de la vieja grieta.

Javier Milei es la corporización de ese sector de la sociedad que fue alimentado por el desprecio al otro y por la noción de que todos los políticos, además de incompetentes, son ladrones. Que es el resultado de la mutua acusación entre ambos lados del abismo.

El tercio que votó a Milei creyó a tal punto que la Argentina está rota, que concluyó en que los culpables no estaban en uno de los lados de la grieta, sino en los dos. Todos eran culpables.

La idea de “casta” surge de la razonable necesidad de construir un responsable que explique por qué no conseguimos un país acorde con nuestras expectativas. La idea de un “Milei” surge de la también razonable necesidad de encontrar un salvador, una suerte de increíble Hulk que emergió de la grieta, de color verde dólar, con mucha rabia y ánimo de venganza.

Parte de los que hoy están azorados por este fenómeno no deberían preguntarse por quién doblan las campanas. Doblan por ellos.

Madre. Pero no todos están shockeados. Macri y Cristina, al menos, no parecen tan afectados.

Anticipándose a los resultados, la vicepresidenta sorprendió hace tres meses al subir a Milei al ring de los protagonistas de las PASO y anunciar que habría segunda vuelta: “Estas elecciones van a ser atípicas. Son elecciones de tercios, donde lo importante –más que el techo– es el piso para entrar al ballottage”.

Hay teorías conspirativas que sostienen que el oficialismo alentó la candidatura de Milei, que hay dirigentes de la vieja casta peronista en sus listas y que sus fiscales se encargaron de cuidar las mesas en las que el mileísmo no tuvo fiscales. Y que el objetivo de promover a Milei para sacarle votos a Juntos por el Cambio dio resultado, aun a costa de haber perdido un porcentaje de votos propios.

Existe otra teoría, más audaz, que asegura que un supuesto triunfo de Milei sería para Cristina el menos malo de los escenarios. Es esta: derrota de Bullrich (no le perdona que no haya repudiado el intento de magnicidio que sufrió) y de Massa (teme que, de llegar a la Casa Rosada, la ningunee tanto o más que Alberto Fernández), triunfo de Kicillof en la Provincia (conservaría un importante poder territorial) y un presidente débil como Milei a cargo de la gobernabilidad del país. Imagínense el resto.

Es posible que se trate de hipótesis paranoicas. Pero son las que hoy se repiten en el círculo rojo.

Padre. Lo de Macri es distinto. Su relación con Milei es pública y el respeto que le dispensa es tal que expresa un vínculo de paterna comprensión.

Aun cuando el libertario califica de “zurdo de mierda, gusano arrastrado, siniestro y pelado asqueroso” a Larreta, de “parásito de mierda, chorro h.d.p.” a Gerardo Morales, de “mentiroso y difamador” a Martín Tetaz, de “tontito, bobito, estúpido, idiota y pedazo de pelotudo” a Fernando Iglesias, cuando acusa a Carrió de ser alguien “sin escrúpulos” y cuando llama “Juntos por el Cargo” a la coalición opositora que integran todos ellos.

Macri incluso guardó silencio cuando pocos días antes de las PASO, el anarcocapitalista acusó a la propia Patricia Bullrich de montar un escándalo mediático para enfrentarlo a las víctimas de la AMIA y de “tirar bombas en Montoneros”. Fue en un reportaje en el que Milei volvió a defender a Macri: “Es al único que rescato, el único que no me defraudó”.

El domingo de las PASO, el expresidente les garantizó a Bullrich y a sus equipos que diría lo necesario para que ella triunfe. Por eso fue como un baldazo de agua fría lo que dijo en las horas siguientes. Aquella misma noche, desde el escenario, se mostró como el vocero de ambos candidatos: “Sumando lo que sacó Javier Milei y nosotros es una mayoría enorme que estamos planteando un cambio profundo como nunca existió. ¡A trabajar juntos a partir de mañana!”.

Dos días después, volvió sobre la noción del triunfo compartido en una entrevista en Uruguay que no tuvo demasiada repercusión: “Dos tercios de los argentinos abrazaron ideas más sanas que las del kirchnerismo… Es una expresión del cambio que la Argentina espera”.

Emocionado y asumiendo la responsabilidad de los votos conseguidos tanto por Milei como por Bullrich, agregó: “Este final del populismo lo soñé varias veces. Sé que podemos as pirar a vivir mejor... Siento mucha alegría de que la Argentina entró en lo que venía esperando y pronosticando, un cambio de era”.

Y ratificando su apoyo a los dos candidatos, concluyó: “Ahora, Patricia Bullrich va a expresar este cambio que esperamos todos y Milei va a expresar su forma de implementar el cambio”.

Milei repite que mantienen un diálogo fluido y promete que, si llega a la presidencia, lo ofrecerá el cargo de “superembajador”.

Este viernes, Bullrich negó la polarización Milei-Massa: “Más que una polarización, parece un abrazo”.

Del “abrazo” Milei-Macri solo se queja en privado.

Futuro. Peter Fritzsche es un historiador e investigador de fenómenos políticos internacionales.

Su análisis es este: “No encontré votantes pasivos, atemorizados o angustiados, llevados de un partido a otro por las circunstancias económicas. Encontré una insurrección juvenil y enérgica que resiste a la izquierda, pero rehúsa también la condescendencia frente a las elites tradicionales”.

Lo dice en su clásico libro De alemanes a nazis 1914-1933 (Editorial Siglo Veintiuno), en donde estudia cómo la sociedad alemana se transformó en nazi.

Su investigación muestra cómo la combinación de distintos factores va modificando poco a poco el comportamiento de una sociedad. La alimentación del odio hacia el otro durante años, el síndrome de autoflagelación colectiva, la crisis económica, la decadencia de los partidos tradicionales y, al final, el surgimiento de un salvador de gestos y oratoria espectacular y agresiva que corporiza la necesidad de destruir un sistema y la esperanza de construir otro distinto que traerá gloria y progreso.

Lo explica así: “Aquel fue el levantamiento de una generación joven de activistas, cuya meta principal era desarticular la cultura de castas de la Alemania conservadora. El nazismo atrajo a tantos alemanes debido a su amplia base social, a su populismo y a su retórica antielitista. Su racismo y su antisemitismo probablemente realzaron su imagen popular. Pero el nazismo está más cerca de nuestras tradiciones políticas de lo que nos gusta creer puesto que las ideas democráticas se combinan continuamente con nociones menos democráticas y adquieren fácilmente una retórica de amigo o enemigo, de inclusión o exclusión, que amenaza la integridad de los derechos individuales”.

Pero, por suerte, aquello pasó hace un siglo y en otro mundo.

Es cierto que hay personajes, crisis, odios y locuras parecidas, pero cualquier similitud con la realidad no puede ser más que pura coincidencia.

Por suerte, sí, porque si no, la historia se repetiría como tragedia y farsa a la vez.

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