Rigor e ignorantismo, herramientas para doblegar a las universidades. Con la iniciativa de su lado y un elenco de aliados poco edificante, el ultra avanza a los tumbos
Sebastián Lacunza
El cúmulo de vulgaridades, falacias y terraplanismo expuestos por el oficialismo y sus satélites no logra desviar el corazón de lo que una minoría suficiente de la Cámara de Diputados votó este miércoles. Las bancadas de La Libertad Avanza, el PRO y un cardumen de personajes olvidables de la UCR, el peronismo tucumano y los partidos provinciales decidieron consolidar la rebaja de los salarios universitarios que Javier Milei había disparado no bien asumió la Presidencia.
No hay llamarada ignorantista con potencia suficiente para negar que los diputados que comanda el ultraderechista votaron desfinanciar a las universidades públicas, el eslabón perdido entre lo que Argentina alguna vez soñó para sí misma y lo que es.
La historia está lejos de terminar. Milei acecha con la violencia de la que es capaz a ese mundo que representa su antítesis. Las aulas universitarias argentinas son un espacio abierto a ideas contrapuestas; encuentro de diversidad económica, política y cultural; lugar de estudio y movilidad social. Son valores que no habitan ese mundo chiquitito de herederos, odios viscerales, dogmas y tarot que conforma la vida de los hermanos Milei.
Se podrán enumerar ejemplos atendibles de corrupción y corruptelas en las universidades públicas, de negligencia administrativa, de insuficiencia de los claustros para subsanar los abismos entre clases sociales. Durante semanas, el Gobierno y sus periodistas los difundieron hasta el cansancio e inventaron muchos más. Ninguno de esos problemas, reales o ficticios, se soluciona con una rebaja salarial a un cuerpo docente y científico que vive la crisis con incredulidad y espanto.
Milei acecha con la violencia de la que es capaz a la universidad pública, un mundo que representa su antítesis
Resistencia
Las universidades públicas argentinas enfrentaron vendavales; a todos sobrevivieron, de ninguno salieron del todo indemnes. La Noche de los Bastones Largos apuntó a estudiantes y profesores en 1966, con argumentos propalados por una dictadura militar que encuentran eco casi seis décadas después. Pasaría el terrorismo de Estado (1976-1983); miles de estudiantes y docentes desaparecidos, carreras cerradas y exilio. No por nada, las ciudades universitarias por excelencia —Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba y Tucumán— fueron diezmadas, con víctimas de todo el Cono Sur de América. Las asfixias financieras durante los años de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y el final de Mauricio Macri fueron traumáticas, sin llegar al extremo actual.
Todo eso ocurrió. Nada de eso impidió que, en 2024, con toda el agua transcurrida y los Milei apostados en Casa Rosada, se produjeran las dos mayores marchas universitarias de la historia, bajo la trilogía Pública, Gratuita, Federal.
Escudo universitario federal creado por @pilardibujito, que se tornó un ícono en las marchas universitarias @pilardibujito
Es evidente que entre los más de un millón de manifestantes en todo el país se encontraron votantes del oficialismo. Tan evidente como que, a días de la elección en primera vuelta de 2023, más de quince rectores identificados con la Unión Cívica Radical, varios de ellos de las universidades más grandes del interior, posaron para una foto en las escalinatas de Derecho de la UBA en respaldo a Patricia Bullrich, la entonces candidata del macrismo y hoy ministra que afila los cuchillos para reprimir protestas de los estudiantes en cuanto vea un espacio.
El daño ya comenzó. Docentes dejan cargos porque encuentran una opción mejor en el exterior o el mundo privado, alumnos a los que sólo les queda tiempo para trabajar, o ven sus becas disminuidas y no pueden cubrir los gastos mínimos que significa cursar.
La extensión del daño y/o la magnitud de la resistencia de las universidades para torcerle el brazo a un Gobierno cuyo fin último es anular la educación pública están por verse. Difícil predecir una época en la que el darwinismo social goza de prestigio, pero da para intuir que los Milei, Luis Caputo, el Gordo Dan y el resto del elenco gubernamental carecen de capacidad para medir qué se está cocinando en los hogares de esos tres millones de estudiantes y docentes universitarios.
Por lo general, los Gobiernos llegan tarde o temprano al punto en que no se pueden explicar a ellos mismos. Las contradicciones con sus banderas se vuelven flagrantes y las medidas no se defienden tanto con la razón o el apego simbólico, sino con el argumento de la supervivencia, para que no llegue alguien peor. Si eso supone aprobar leyes dañinas, la feligresía sabrá comprender. Raúl Alfonsín, Carlos Menem, los Kirchner y Macri demoraron años hasta que la pelota pasó bajo dominio del rival. A Fernando de la Rúa y Alberto Fernández, ejemplos análogos en cuanto a liderazgo débil, frente económico adverso y división de la alianza de Gobierno, la ficha les cayó antes de las elecciones de medio término.
Milei no entró en el modo autómata que signa a los Gobiernos que se arrastran hasta las elecciones. La iniciativa todavía está de su lado, despliega las polémicas y conserva efectividades conducentes para ganarse el favor de unos cinco radicales, los tres peronistas tucumanos y el sello filoperonista de Misiones. El prime time de los canales de Clarín y La Nación, pese a las disputas de facciones que se dejan ver, sigue siendo generoso con la propalación de versiones intoxicadas.
No obstante, hay emergentes a tener en cuenta. Desde diciembre pasado y hasta hoy, la unanimidad de las encuestas marca que la principal de las promesas del ultra está siendo incumplida. El ajuste no lo está pagando “la casta”, sino la mayoría, en especial los sectores más desfavorecidos. Esa percepción es compartida incluso por gran parte del electorado de Milei, que en buena medida adhiere a la teoría del “sacrificio” para alcanzar el elusivo bienestar. Por ahora, no sólo brilla por su ausencia el crecimiento marítimo-escatológico que Milei y Caputo anunciaron en abril, sino que ni siquiera se asienta la estabilidad, con una inflación mensual en torno a 4%. Cuánto durará ese extraño sentimiento de quien admite haber sido engañado, pero asume la condición con gusto, es una pregunta abierta.
De lo micro a lo macro
Milei comenzó con recortes sectoriales proclamados con goce. Los falsos enfermos que se aprovechaban de los remedios y tratamientos caros, los ñoquis del empleo público, los comedores populares que revendían la comida, etcétera. Un conjunto de relatos no probados, diseminados por el Ministerio de Capital Humano y transmitidos sin objeciones por las principales vocerías.
El segundo semestre de Milei llegó con hachazos a gran escala, que procuran perpetuar redistribuciones regresivas orquestadas en la primera parte del año. Con poco más de un tercio de la Cámara de Diputados, un bloque conformado en torno a pasiones tristes, el Ejecutivo logró confirmar semanas atrás una rebaja en las jubilaciones de unos $16.000 y, ahora, un recorte a los salarios universitarios. En ambos casos —jubilaciones y sueldos docentes— se encuentran en un piso histórico. Cierra el cuadro el acecho al Hospital Garrahan, de referencia en pediatría de América Latina, y al de psiquiatría Laura Bonaparte.
Son sablazos que afectan a millones de hogares, a los que no se brinda ninguna explicación coherente. A Milei le quedan los vítores en las conferencias ante empresarios —ayer, en Córdoba, dio la nota Alejandro Bulgheroni, uno de los dueños de Pan American Energy, cuando aplaudió con sonrisa congelada la alusión presidencial a los “zurdos de mierda”—, los temibles streamers del canal Carajo, Lilia Lemoine, el PJ de Osvaldo Jaldo, los radicales ultras y el fiel PRO. Hasta a Rodrigo de Loredo, Margarita Stolbizer y Miguel Ángel Pichetto, que tantas ganas tenían de “darle las herramientas al Presidente”, no les quedó otra que bajarse del barco en las últimas votaciones en Diputados.
Qué papelito al viento resultó el presunto partido republicano de centroderecha democrática llamado PRO. Son cada vez más las dirigentas del macrismo liberal que prefieren no ver sus posturas públicas de meses o años atrás, porque sienten vergüenza de constatar dónde terminaron.
Mauricio Macri, tan autogobernado toda su vida, parece atado por lazos invisibles a un Presidente que lo ningunea de múltiples maneras, como si hubiera razones inconfesables que explicaran el vínculo.
En un bucle interminable, circula que el expresidente se ofende de los desplantes de su socio ideológico, por lo que planea dejar de ayudarlo. Luego, se encuentran ambos en Olivos, o el exmandatario se saca chispas con Santiago Caputo, y, finalmente, las bancadas del PRO se ocupan de actuar como oficialistas, para subsanar el descalabro intelectual de La Libertad Avanza. En lo que va del año, media docena de veces se filtró que el punto límite había llegado.
Acaso la oportunidad de tomar distancia ya pasó, y sólo quede acompañar.
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