Milei y el dilema del opositor deseado

Milei y el dilema del opositor deseado

El Presidente se beneficia al polarizar con el kirchnerismo, pero inversores y gobiernos extranjeros miran con inquietud el regreso de la exvice; la percepción de que la inflación y los precios no van de la mano y el impacto interno del poder creciente de Santiago Caputo.

Por: Jorge Liotti.

El almuerzo en la elegante embajada del país europeo estaba cerca de concluir, después de una larga charla en la que se habían destacado los logros económicos del Gobierno y las perspectivas de inversión. Fue el momento en el que el anfitrión expresó su única preocupación: “¿Qué posibilidades tiene Cristina Kirchner de volver al poder?”. Días después, en el piso 19 de una importante multinacional el gerente para la región de la empresa se interesó por el tema en una conversación con delegados locales: “¿Quién viene después de Javier Milei? ¿Tiene posibilidades la expresidenta?”.

En el momento de mejores indicadores para Milei, cuando los mercados le sonríen y la opinión pública mantiene su apoyo, los que miran más allá de la coyuntura parecen haber detectado una sombra inconveniente en el horizonte. No saben todavía si es un frente de tormenta o si se trata de un acto reflejo basado en las experiencias del pasado. Pero todos quieren estar seguros de que el camino del equilibrio fiscal y la apertura económica se va a mantener en el tiempo, y que no ocurrirá lo mismo que con las reformas de Cambiemos. En definitiva, quieren saber si Milei es un paréntesis en la historia moderna del país, o un punto de inflexión.

Mauricio Macri durante la campaña de 2017Cambiemos

El gran temor es que se repita la historia de 2017, cuando Mauricio Macri ganó ampliamente la elección pero la reaparición de Cristina como candidata bonaerense marcó el punto de partida de la recuperación peronista. Una cosa es el resultado numérico de una legislativa y otra es la interpretación simbólica de ese resultado. Y el escenario podría repetirse el año próximo, con un triunfo nacional de los libertarios que coexista con una victoria kirchnerista en la provincia de Buenos Aires (hoy las encuestas hablan de paridad entre el peronismo y una eventual alianza de LLA y Pro). Si esa perspectiva se ve reflejada en los primeros sondeos del año próximo podría cambiar el ánimo de los mercados, generar inestabilidad cambiaria y transformarse en la profecía autocumplida. Esta elucubración es vista en el Gobierno como una ensoñación perversa porque no le asignan ninguna chance de éxito a la expresidenta frente a una sociedad que no quiere volver al pasado de ningún modo.

Hay una tentación de polarizar con el kirchnerismo que es rentable en la coyuntura, pero que resultaría adverso como perspectiva de futuro. Lo que puede ser funcional electoralmente para mantener vigente el pasado que representa Cristina, le puede resultar contraproducente en términos de proyectar gobernabilidad. Es el dilema del opositor deseado. Los grandes jugadores, el FMI, los mercados, los gobiernos extranjeros observan el tablero político completo y ven a Milei parado como protagonista absoluto en el centro, y lejos a Cristina; después, el desierto. Y esa fotografía no les da certezas.

Cristina Fernández de KirchnerPrensa CFK

Pero, ¿qué representa realmente hoy Cristina Kirchner? ¿Cuál es su peso político verdadero? ¿Acaso no demostró una gran debilidad cuando tuvo que mover a todo su aparato sólo para quedarse con la presidencia del PJ, algo que en otros momentos hubiera resuelto con un tuit? ¿Puede mantenerse vigente si esta semana la Cámara de Casación le confirma la condena a seis años de prisión en la causa de Vialidad, un festival de negociados y corrupción?

La respuesta no es tan lineal como parecería. Encuestadoras importantes dan cuenta de que su imagen no ha sufrido alteraciones significativas y de que su poder menguante no tiene reversión. Poliarquía, por ejemplo, muestra que en los últimos tres meses Cristina bajó su imagen negativa del 56% al 53% pero también lo hizo la positiva de 32% a 29% (creció la regular). Federico Aurelio, que midió 40% de negativa y 30% de positiva (con proyección de indecisos pasan a 58% y 40% respectivamente), remarca: “Su imagen es un línea recta, no cambia. Pero el tema es que sigue liderando el 35% cercano al peronismo”.

Y en este dato reside la fortaleza interna de la expresidenta: en un escenario de mucha fragmentación por fuera del oficialismo, es la única que convoca a un núcleo sólido. Aurelio aporta dos datos más que son relevantes. El primero: cuando a los adherentes al peronismo se les pregunta si prefieren de líder a Cristina, a Axel Kicillof o a un líder nuevo, el 50% elige a ella, el 30% al gobernador y el 20% apuesta por una figura de renovación. Es decir, el recambio todavía no tiene rostro y eso mantiene la vigencia, aunque desgastada, de la expresidenta. El segundo elemento es que a nivel nacional están parejos los sectores del peronismo kirchnerista y del no kirchnerista, pero mientras que uno tiene un liderazgo claro, el otro es una confederación de caudillos locales que no la digieren pero que no se animan a enfrentarla. Y en este sentido la disputa por la conducción del PJ reposicionó a Cristina como la principal referente del espacio. Así lo refleja un estudio de Mora Jozami, que la ubica al tope de las figuras que representan a la oposición, con el 32%, seguida de “nadie” con el 25% y Kicillof, con el 15%.

Acto de Axel Kicillof por el día de la lealtad, en BerissoIgnacio Amiconi - LA NACION

Sin embargo, toda esta reconstrucción política de Cristina arrastra un problema que desde hace más de una década no logra resolver: ella tiene un piso alto de adhesiones, pero un techo bajo, porque por fuera de su espacio es tremendamente resistida. Eso la transforma en la líder de un sólido tercio, esencialmente gracias al peronismo bonaerense (en el interior es mucho más débil), pero sin proyección real para una elección presidencial, que con el mecanismo del ballottage le impide una perspectiva favorable. De esa limitación básica salieron los experimentos de Daniel Scioli y Alberto Fernández. Y en ese espejo se miró Kicillof cuando la semana pasada resolvió bajarse de la confrontación con Cristina, resignar protagonismo en 2025 y esperar a que llegue su momento en 2027.

En una charla reservada reciente, Cristina reconoció estar en camino para ser candidata el año próximo (no para de pisarles el territorio a Kicillof y a los intendentes), pero también dijo que para la presidencial no piensa competir ni bendecir a nadie para no pagar el costo de la decisión. “Ella va a quedarse con las listas y que después corra la interna para presidente. No tiene un candidato propio y Axel no la convence. Por eso está en una trampa”, sintetizó un testigo de la conversación.

Mariano Borinsky, Diego Barroetaveña y Gustavo HornosRodrigo Nespolo - LA NACION

En ese mismo diálogo la expresidenta blanqueó que apelará la condena que espera de la Casación, pero que su inquietud pasa por saber si la cámara le habilita el recurso para apelar ante la Corte Suprema, o si tendrá que ir en queja, lo cual, según su mirada, complicaría el trámite. Su situación judicial conecta directamente con la postulación de Ariel Lijo al máximo tribunal, porque está convencida de que el juez está detrás de los magistrados que la condenarán. Por eso nunca bajó una señal a su bloque de senadores para acompañar su pliego. Ella también lo entendió como un gesto de simpatía que espera que les haya llegado a los actuales cortesanos que no quieren a Lijo.

Cristina parece representar hoy un liderazgo de resistencia, que administra su declinación con astucia, pero que no tiene el instrumental para construir un proyecto de expectativa a futuro. Evita la dispersión, pero obtura el recambio; solidifica su visión ideológica, pero no ofrece una mirada renovadora que tome en cuenta el cambio de época que significó la llegada de los libertarios al poder. Los años dorados ya le quedan lejos y cada vez le cuesta más revivirlos con un discurso que nunca trasciende la muralla que separa a los propios de la mayoría que en algún momento la votó.

La inflación y los precios

La variable independiente del sistema político es Javier Milei; el resto depende de que a él le vaya bien o mal, especialmente Cristina Kirchner. Y la variable independiente para que a Milei le vaya bien, es la recuperación económica; el resto es subsidiario. El Gobierno ha demostrado hasta ahora como los principales logros de su gestión el equilibrio fiscal, el ordenamiento económico y el control de la inflación. De los tres objetivos, sólo el último es directamente percibido por los ciudadanos, ya que los otros escapan de su apreciación directa. Los mercados miran la macro; los votantes sienten la micro.

Pero el mérito de la baja de la inflación tiene dos atenuantes importantes. El primero, que viene de arrastre, es que la gente no percibe una mejora real en sus ingresos en relación con su poder de compra, expresado con la frase “no llego a fin de mes”. Pero a eso se agregó otro fenómeno curioso que se ha empezado a visibilizarse últimamente y que emergió con nitidez en los focus groups que organizó la consultora Shila Vilker con votantes de Milei. “La inflación bajó, pero los precios no”, dijo uno de ellos. “Los precios suben más que la inflación”, refrendó otro, como si estuvieran disociados.

La foto que compartió Milei por el triunfo de Trump

Ninguno cuestionó la medición del Indec que esta semana difundirá los datos de octubre, probablemente a la baja otra vez. Sólo expresaron que para ellos, el número de la inflación representa un dato estadístico abstracto que no se corresponde con lo que perciben en los precios reales cuando van a hacer compras. Los votantes duros del Gobierno expusieron en esa mesa sus penurias para pagar las cuentas y un joven incluso contó que tuvo que volver a vivir con sus padres porque no le alcanzaban sus ingresos para alquilar, pero aun así seguía apoyando a Milei. Como dice el consultor Pablo Knopoff, “la gente le da al Gobierno un tiempo que no tiene para sí mismo. Es notable porque el votante dice: ‘Milei está arreglando los problemas del país, no los míos personales´. Hay una brecha entre los que perciben una cosa y la otra de 20 puntos, que favorece al Presidente. Y en esa diferencia se justifica la espera a que la situación mejore”.

Cuando Mora Jozami preguntó en su encuesta: “¿En su vida diaria siente que la inflación está bajando?”, un 60% respondió negativamente. Es clave este indicador porque allí reside el corazón del apoyo social a Milei. Por eso en la Casa Rosada tienen su propia medición sobre el tema, y están aliviados porque muestra una ligera mejoría: los que dicen que llegan a fin de mes pasaron del 50% al 56%. Saben claramente que una cosa es la estadística y el discurso político, y otra la realidad que percibe el votante.

Las recientes elecciones en Estados Unidos dejaron una lección en ese sentido. El desempleo cayó al 4,1% (al final de la gestión de Donald Trump estaba en 6,7%), el PBI creció 15,5% en cuatro años (5,8% en el anterior mandato republicano) y la inflación retrocedió al 2,4% anual. Sin embargo, la mayoría de los norteamericanos interpretó que el desempeño económico de Joe Biden fue negativo y volvieron a optar por el candidato naranja. Pesó más el recuerdo de los años duros, como el 9,1% de inflación de mediados de 2022. Eso es lo que miran en la Casa Rosada: el contraste con el pasado les sigue dando un diferencial muy favorable. Y así se refleja en la actitud de los votantes de Milei que reunió Vilker en sus focus. Aún los más desencantados con el Gobierno, admiten que ante la falta de alternativas, lo volverían a votar si las elecciones fueran hoy.

Gabinete concentrado

El regreso de Trump al poder embriagó al Gobierno en una euforia que se sumó al optimismo de las últimas semanas. Milei se obsesionó de inmediato con la idea de verse lo más pronto posible con el líder republicano y pidió que le gestionaran un viaje a Mar-a-Lago para esta semana. Algunos lo dan por hecho; los más cautos sólo dicen que “está encaminado”. Quiere mostrarse con su nuevo amigo de aventuras para dejar en claro que son ellos quienes representan genuinamente a las sociedades del siglo XXI. Elon Musk les aporta el sello futurista.

Gerardo Werthein, en Casa Rosada, luego de su jura como CancillerMarcos Brindicci

Milei ya avisó ante los suyos que la relación con Estados Unidos la va a llevar él en persona, lo cual le quita relieve a la designación del futuro embajador en Washington. En la Cancillería aseguran que el nombre no está definido y que se tomarán su tiempo porque entre la transición del poder en la Casa Blanca y los plazos que llevaría aprobar el pliego en el Senado, es probable que hasta el año próximo no desembarque la nueva misión.

El dato curioso a la hora de evaluar el reemplazo del ahora canciller Gerardo Werthein es que apareció el nombre de Guillermo Francos. Si bien no parece tener chances porque Milei no quiere que deje la Jefatura de Gabinete, el funcionario hizo saber puertas adentro que para él sería un destino encantador. Desde que tuvo un fuerte altercado con Santiago Caputo, que después se sumó a una severa descompensación, el funcionario viene dando señales de que no lo incomodaría un retiro con honras.

Karina Milei, Guillermo Francos y Santiago CaputoLisandro Catalán

En el fondo subyace un dilema que Milei por ahora busca disimular: cómo maquillar la realidad de que el verdadero hombre fuerte de la gestión es Santiago Caputo. Y que esa realidad refleja un gabinete cada vez más concentrado en el triángulo de hierro. Francos ya no quiere lidiar con ese estigma y apuesta a una coexistencia pacífica, pero no está cómodo. Sandra Pettovello resiste gracias a su relación personal con el Presidente, pero vio la mano del asesor detrás de la insólita cafetera que terminó eyectando a dos de sus funcionarias. Mariano Cuneo Libarona finge demencia mientras detrás suyo se cocina la futura Corte Suprema de la mano de Caputo y Sebastián Amerio. El vicecanciller Eduardo Bustamante reza para que la revisión interna del pronunciamiento contra el bloqueo a Cuba no encuentre sus huellas en los argumentos que justificaron el voto en la ONU. Y Florencia Misrahi se ampara en la protección del tío Luis, ante la convicción de que la Casa Rosada buscó moverle el piso en la AFIP.

Florencia Misrahi, 170 aniversario Bolsa de CerealesLA NACION/Soledad Aznares

En el entorno presidencial admiten que originalmente pensaron en un diseño que disolviera la agencia y que quedaran la Aduana y la DGI como órganos autónomos dependientes del Ministerio de Economía. El ministro Caputo se opuso. A partir de eso llegaron los nombramientos de Andrés Vázquez en la DGI y de Andrés Velis en la Aduana, una movida con el sello del cerebro presidencial y el aroma del viejo espionaje. Hoy rige en el organismo recaudador una convivencia profesional, pero tensa. En la Casa Rosada creen que Misrahi no continuará en su cargo, aunque no piensan removerla. Ella mandó señales de que no evalúa renunciar, mientras el titular de Economía la sigue apoyando.

En el mundo miran todos estos movimientos para determinar la sustentabilidad del proyecto político de Milei, una figura que los cautiva, pero que al mismo tiempo los asusta. Cuando observan su convicción fiscal, se enamoran; cuando lo ven iracundo contra las instituciones y los medios, retroceden. Al ver su centralidad política quedan seducidos, cuando vislumbran su proyecto de nueva hegemonía, dudan. Cuando se acerca a Mauricio Macri, festejan; cuando ven la sombra amenazante de Cristina Kirchner, se inquietan.

El presente también se construye con las perspectivas de futuro. Y el futuro se apoya en las señales del presente. La Argentina de Milei todavía es un blend de expectativas e incertidumbre.

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