Milei ataca en medio del vacío político

Por: Joaquín Morales Solá. Solo Javier Milei cosecha después de la devastadora implosión del sistema de partidos políticos. Una Cristina Kirchner con la oreja mojada por el más intranscendente de los gobernadores peronistas, el riojano Ricardo Quintela, y por una criatura política suya, Axel Kicillof, es el mejor ejemplo del derrumbe final de lo que existía. 

Un radicalismo fragmentado en tres partes (los mileístas fanáticos, los antimileístas fanáticos y los que hacen equilibrio entre el elogio y la crítica al Presidente) es la prueba de que un partido que vivió 133 años podría no existir para festejar los 134. La debilidad opositora deja a la intemperie a sectores sociales o a instituciones que están bajo el fuego cruzado del oficialismo. En tales condiciones excepcionales, el jefe del Estado se atrevió a anunciar una modificación significativa de una ley de Mauricio Macri, que en 2018 les había sacado el IVA a los medios periodísticos para promover una sociedad informada; el Presidente también nombró jefe de la DGI a Andrés Vázquez, quien en 2009, poco después de la guerra de Cristina Kirchner con el campo, comandó un operativo con 200 personas de la AFIP contra el diario Clarín y otras compañías de esa empresa periodística. Milei no quiere un recaudador, sino un acosador profesional. Según una investigación de Hugo Alconada Mon, Vázquez, un especialista en inteligencia fiscal, conserva una excelente relación con Antonio Stiuso y Francisco Larcher, los jefes de la SIDE en tiempos de Néstor y Cristina Kirchner. Los espías no se jubilan nunca. Y el líder de la batalla contra la casta, como se autodefine Milei, insiste hasta el cansancio en sus intentos de enhebrar un acuerdo con Cristina Kirchner (o de conseguir cierta simpatía de ella), aunque sea la jefa de la casta. El valor de las palabras es relativo en un mundo relativo.

Los conspiranoicos se quedaron sin argumentos cuando escucharon a Estela de Carlotto contar cómo fue un encuentro circunstancial entre Cristina Kirchner y Kicillof. “Frío, muy frío”, dijo la dirigente de Abuelas, que milita en el kirchnerismo. Algunos ya estaban suponiendo que esa pelea electoral por la conducción del Partido Justicialista era una estrategia de Cristina para lograr que sus seguidores vayan en masa a votar el día de la elección partidaria. Entre esos divagadores están los que la quieren y los que la odian a Cristina; todos ellos ven a la expresidenta con tal poder de construcción política que no podría ser desafiada por dos indigentes políticos. Resígnense: haya o no elecciones en el peronismo, está siendo desafiada por ellos. Tanto Quintela como Kicillof dicen cosas que son ciertas sobre la finitud del liderazgo de Cristina, pero es raro que las señalen quienes no tienen más pergaminos que viejas capitulaciones ante la expresidenta. Ella terminará siendo presidenta de una organización política en la que no creyó nunca (“Ese pejotismo”, llamaba desdeñosamente al Partido Justicialista), pero el cargo no disimulará el comienzo de su decadencia en la vida pública. Ningún peronista –viejo, como Quintela, o disfrazado, como Kicillof– desafiaría nunca un liderazgo partidario con destino político o electoral. Todos sus opositores internos lo saben, pero no lo dicen: a Cristina Kirchner no le importa el partido de los peronistas, sino tener un poco más de poder frente a los jueces que están cerca de condenarla nuevamente por lo que hizo con la obra pública, y también frente a los magistrados que resolverán futuros juicios por supuestos actos de corrupción. Está más segura de estas exhibiciones de aparente poder que de la eventual incorporación de Ariel Lijo a la Corte Suprema. Los jueces que llegan a la Corte Suprema hacen su propio camino inmediatamente después de que aterrizan en la cima del Poder Judicial. El oportunismo político es la gimnasia cotidiana de no pocos jueces. Dicen, por ejemplo, que Ricardo Lorenzetti estudió los manuales de la escuela austríaca de economía hasta el extremo de debatir sobre ella con Milei cuando se reúne a escondidas con el Presidente. Logró la admiración del jefe del Estado. Lorenzetti, padrino político y promotor de Lijo, es un experto en el arte de seducir al poder.

Tanto Quintela como Kicillof dicen cosas que son ciertas sobre la finitud del liderazgo de Cristina, pero es raro que las señalen quienes no tienen más pergaminos que viejas capitulaciones ante la expresidenta

Martín Lousteau no es el autor exclusivo del ocaso del radicalismo, pero se encargó de fulminarlo cuando creyó que podía presidirlo después de haber sido un alto funcionario de Felipe Solá y de Cristina Kirchner. Lousteau edificó también la crisis terminal de los Kirchner con el campo argentino cuando se le ocurrió firmar la resolución 125, que disponía impuestos confiscatorios para los productores de soja. Casi provoca la renuncia de Cristina Kirchner a la presidencia. Lousteau es un orfebre de la destrucción ajena. Termine como termine la crisis del radicalismo, luego de que el bloque de senadores vota casi siempre contra la opinión del presidente del partido, lo cierto es que la acefalía de hecho de ese partido provocó la división de la bancada de los diputados radicales. El presidente del bloque de diputados, Rodrigo de Loredo, intentó hacer equilibrios entre los elogios a la economía de Milei y la crítica a sus modos y su destrato institucional. Con todo, no pudo contener a los fanáticos antimileístas, que no quieren convivir con los radicales que prefieren las ventajas del poder. La carencia de una conducción nacional y de una expectativa de poder, luego de que se disolviera Juntos por el Cambio, explican la crisis del radicalismo. En el mientras tanto, serán los gobernadores del radicalismo los que liderarán las posiciones de los legisladores de ese partido en el Congreso. El más influyente es el mendocino Alfredo Cornejo, que ya fue presidente del radicalismo y que ideológicamente está más cerca de Milei que de Lousteau. La posición de Cornejo es parecida, en sus ensayos de objetividad y equilibrio, a gran parte del radicalismo de Córdoba, uno de los más importantes del país.

Entre el desorden y el caos, vale la pena detenerse en la posición de Pro porque es el único partido que apoyó institucionalmente algunos proyectos de Milei y, sobre todo, le evitó hace poco en el Congreso el rechazo a los vetos de la reforma previsional y del financiamiento universitario. Los dos proyectos se habían originado en las filas opositoras del Parlamento. La importancia de la relación de Milei con Pro puede medirse con cierta precisión si se imagina qué habría pasado si aquellos rechazos a los vetos se hubieran concretado. La imagen de un presidente sin Congreso, hasta el extremo de ni siquiera poder usar el derecho de veto, habría repercutido de mala manera en los mercados. Los inversores nacionales e internacionales habrían dejado de mirar a la Argentina. Ya le pasó a Mauricio Macri cuando perdió las elecciones primarias de 2019; al día siguiente, fue un lunes negro en el que se fueron los amigos y los enemigos del mundo de los negocios. También le sucedió a Fernando de la Rúa cuando en el año 2000 renunció a la vicepresidencia Carlos “Chacho” Álvarez y dejaba teóricamente al oficialismo sin mayoría parlamentaria. Hasta el Fondo Monetario Internacional huyó del país.

El Gobierno está dividido en su relación con Macri. Karina Milei, la hermanísima; Santiago Caputo, el ingeniero del caos; Sebastián Pareja, el audaz armador libertario en La Matanza arisca, y Eduardo “Lule” Menem, asesor principalísimo de Karina, aunque percibió salarios durante 40 años en el Senado como empleado peronista, creen que La Libertad Avanza debería absorber a Pro porque, dicen, “sus votantes ya están con nosotros”. Javier Milei es más astuto que los supuestos astutos: el día en que Pro se plegó a la oposición para tumbar el decreto de necesidad y urgencia que le transfería 100.000 millones de pesos más a la SIDE, el Presidente lo invitó a Macri a una ronda de milanesas. Cerca de esa predisposición presidencial a no romper con el macrismo están también el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, quien en reuniones con empresarios en el reciente Coloquio de IDEA les dijo que el Gobierno necesitará de Pro hasta 2027, por lo menos, y la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien suele reunirse con Macri. Sin embargo, el propio Mauricio Macri debe serenar a su primo Jorge Macri, jefe del gobierno capitalino, porque este le reclama el apoyo que le da al mileísmo cuando él recibe solo destrato del oficialismo nacional. Sucede que los legisladores de la Capital de La Libertad Avanza votan contra los proyectos de Jorge Macri en la Legislatura como si fueran cerriles opositores. Los mileístas de Karina y Caputo el joven hasta quieren tener el año próximo candidatos propios en la Capital compitiendo, entre otros, con los del macrismo. La Capital será el escenario de la gran batalla electoral de 2025 porque elegirá senadores nacionales. Santiago Caputo le explicó al presidente del bloque de diputados de Pro, Cristian Ritondo, que el proyecto de ellos es que La Libertad Avanza y Pro se queden con los tres senadores nacionales de la Capital. “¿Cómo? ¿Por un senador van a destruir una posible alianza nacional en todo el país?”, le respondió, estupefacto, Ritondo. Nadie le contestó hasta ahora.

Desde el Gobierno, Macri es desafiado también por Patricia Bullrich, quien aspira a ser jefa de Gabinete en lugar de Francos. Francos es el artesano parlamentario de Milei. ¿Podría Bullrich cumplir ese papel? Improbable. Bullrich y Rodríguez Larreta se quedaron con una minoría imperceptible en el bloque de diputados nacionales de Pro, que lideran Mauricio Macri y Ritondo. Funcionarios cercanos a Patricia Bullrich contaron que esta lo vio no hace mucho a Macri y le reprochó su rechazo a la candidatura de Lijo a la Corte Suprema. “Parecés Carrió: te oponés a todo”, dicen que le reclamó al expresidente. Macri le habría contestado despectivamente. Al lado de Macri no respondieron la consulta sobre la veracidad de esa versión. Macri la llevó a Bullrich a cimas políticas desconocidas para ella, pero esta no tuvo nunca ningún reconocimiento para el expresidente; tampoco lo tuvo con Carrió, que la hizo diputada nacional. Cuidado, Presidente: la ingratitud no tiene cura.

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