por Jorge Fontevecchia
Emmanuel Macron estaba en Buenos Aires interesado en entender cómo eran los timbreos de Macri para replicarlos en Francia cuando en medio del G20 emergieron los chalecos amarillos y le tomaron el Arco de Triunfo en París. Con sus diferencias intelectuales y veinte años de diferencia, ambos comparten características similares: irrumpieron en la política vertiginosamente, tienen mujeres que despiertan interés de la prensa, contrataron profesionales de la actividad privada para altos puestos de gobierno que antes estaban reservados a los políticos. En Francia dicen de los CEO de Macron en el gobierno: “Esta gente cree que debe trabajar de lunes a viernes y a las 7 de la tarde estar en su casa, cuando para los políticos el verdadero trabajo comienza a la noche, en las reuniones fuera de la gestión, y los fines de semana, cuando salen a visitar hospitales, besar chicos y compartir con la gente eventos”. El gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, confiesa que “los fines de semana ruego que llegue el lunes para descansar”. "Espero que los franceses se deshagan de este terrible presidente" dijo el vicepresidente de Italia, Matteo Salvini El eslogan de la oposición: “Macron gobierna para los ricos” (redujo el impuesto a la riqueza), es otra de las coincidencias con Macri, pero a diferencia de la Argentina, donde Cristina Kirchner podría significar una amenaza de torcer el rumbo hacia la izquierda, la amenaza del gobierno francés es la ultraderechista Marine Le Pen, quien perdió en 2017 por poco la presidencia con Macron, pero es la principal candidata a capitalizar el descontento con el actual presidente y sucederlo. Le Pen, además de medidas contra los inmigrantes, propone un referéndum para aumentar las condenas de cadena perpetua a cadena perpetua efectiva y pena de muerte, otro para salir del euro y otro para salir de la OTAN. Al igual que su admirado Trump, hay sospechas de que Putin contribuya a su éxito electoral, incentivando a los chalecos amarillos. También Le Pen propone que Francia deje el FMI por considerarlo una máquina de difusión de la ideología ultraliberal y que la salida del euro como moneda sea en conjunto con Bélgica, su vecino francófilo además de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, todos los países llamados Piigs por la primera letra de cada uno en inglés (en inglés pigs quiere decir cerdos) durante la crisis de las hipotecas la década pasada al ser los más afectados por la recesión. Cruzando el Canal de la Mancha, en Inglaterra, impera el mismo ímpetu por desarmar el orden que le dio paz y prosperidad a Europa después de la Segunda Guerra Mundial: OTAN, Unión Europea y euro. El Brexit es una demostración de cómo la clase política inglesa se comporta con la misma irresponsabilidad para conducir las angustias de una población que percibe el futuro como una amenaza, al revés de sus padres, abuelos y bisabuelos, que miraban el futuro con optimismo y como una fuente de oportunidades. El par miedo y derecha como causa y consecuencia ya tuvo su apogeo a comienzos del siglo XX, cuando los efectos en el desempleo de la crisis de 1929 generaron temor sobre la población, creando las condiciones de posibilidad para que surgiera el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. Todavía aquellas sociedades no se habían acostumbrado a sustituir definitivamente el trabajo manual y la tracción animal por máquinas, y la sensación de obsolescencia frente a lo nuevo actual tiene algunos puntos de contacto con aquélla. “Para qué queremos la OTAN si la amenaza de la Unión Soviética no existe más”, dice Le Pen. El miedo a la guerra que forjó la Unión Europea y el humanismo burgués que pregonaba el libre comercio como una forma de unir a los pueblos a través de un mercado mundial, sumado al miedo al comunismo que como mecanismo de defensa impulsó al Estado de bienestar en Europa, cumplieron su ciclo. Ahora el miedo es a la invasión de productos globales y de inmigrantes, dos formas de miedo: a la fuerza laboral externa transformada en importaciones, o internalizada, transformada en inmigrantes. En ambos casos es el miedo a que personas dispuestas a trabajar más por menos dejen sin trabajo a los habitantes de los países desarrollados. Una regresión que no podrá torcer la dirección de la flecha del tiempo porque a fin del siglo XX el espacio político pasó a ser el mundo y mucho menos la nación. En el clásico libro El honor del guerrero, el historiador de Harvard, Oxford y Cambridge Michaele Ignatieff escribió que “los seres humanos se hacen nacionalistas cuando temen algo y se preguntan: ¿quién me protege ahora? Solo saben responder: ‘Los míos’”. Como si la nueva generación de europeos en búsqueda de un pasado estable se rebelara contra la modernidad queriendo volver a atar el nudo gordiano. Como si al igual que en el oscurantismo el conocimiento y el poder volvieran a separarse retrotrayendo el mundo a la época de Hobbes para renunciar a un contrato social universal, apoyados más en la fuerza que en la razón para llamar nuevamente al Leviatán a que los proteja. Nacionalista y derechista, Matteo Salvini, líder de la Liga Norte, de Italia, atacó a Macron esta semana pidiendo a los franceses que derrotaran a su partido en las elecciones de la Unión Europea dentro de cuatro meses: “Espero que los franceses se deshagan de un terrible presidente. La oportunidad será el 26 de mayo, cuando los franceses podrán recuperar su futuro, su destino y su orgullo, los cuales están mal representados por una persona como Macron”. Y en Inglaterra Theresa May compite con su opisición en el ranking de impopularidad tras el Brexit y su fallida salida También esta semana Macron, junto a la ya casi saliente Angela Merkel, firmó un acuerdo uniendo aún más a Francia con Alemania para transmitir un mensaje a tantos vecinos separatistas. Al firmar Macron dijo: “En este momento en que Europa está amenazada por un nacionalismo que crece de sus entrañas, conmovida por los dolores del Brexit y preocupada por los cambios mundiales que trascienden el nivel nacional, Alemania y Francia deben asumir la responsabilidad y mostrar su decisión de seguir avanzando en el camino de la unión”. Y si algo le faltaba al nacionalismo europeo era Bolsonaro en Davos. Sigue mañana con "Mundo anárquico (II). Bolsonaro, una suerte para Macri". Por estar de viaje, esta columna fue escrita antes de escalar la crisis en Venezuela.
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