Por Ernesto Tenembaum
El jueves 25 de abril, el influyente diario británico Financial Times publicó un título estremecedor: "Argentina is on the brink". La Argentina está al borde del abismo, tradujeron unos. La Argentina está en la cornisa, tradujeron otros. La semana que termina tuvo varias noticias destacadas -el paro de Hugo Moyano, la sublevación de la oposición venezolana, el éxito del libro "Sinceramente", de Cristina Kirchner. Sin embargo, la noticia más relevante es que este es un fin de semana relativamente tranquilo. Es decir, que la Argentina no cayó al abismo tan temido. La historia de cómo se evitó ese derrumbe es muy ilustrativa de como funciona la dinámica política y económica en estas semanas, de los factores de poder involucrados y del rol que está teniendo el miedo al triunfo de Cristina Kirchner, que es mucho más trascendente de lo que parece.
La nota del Financial Times recuerda a otra muy similar que se publicó en abril del año pasado, cuando arrancaba la corrida que cambió al país. En ese entonces, Forbes publicó otra llamada "Es tiempo de huir de la Argentina". Sin embargo, los efectos de una y otra nota, hasta ahora, fueron distintas. El FT ubicó a la Argentina "on the brink", cuando el dólar había llegado a los 47 pesos, el jueves de la semana anterior. Esa semana terminó en un clima de enorme inestabilidad con una clara tendencia alcista. El día clave era el lunes. Unos minutos antes de la apertura de los mercados, el Banco Central sorprendió con un comunicado que cambiaría todo: anunció que se disponía a intervenir en el mercado de divisas, cuando lo creyera necesario, con los montos que decidiera, con tal de frenar el dólar. Eso desactivó la inminente corrida y la Argentina se alejó unos pasos del abismo.
El comunicado del Banco Central fue sorprendente porque contrariaba lo anunciado hasta el cansancio por el Fondo Monetario Internacional, esto es, que no le permitiría a la Argentina gastar reservas para contener el dólar por debajo del techo de la banda fijada en octubre pasado. El FMI mantenía una postura muy rígida sobre el tema, entre otras razones, porque recuerda lo ocurrido en la Argentina previo a la ruptura de la convertibilidad. En aquel entonces el Banco Central gastó casi todas las reservas para satisfacer la fuga de capitales, pero no logró evitar la crisis. Fue plata quemada. Esa experiencia, donde los prestamos del Fondo terminaban en manos de audaces inversores privados, generó una crisis en el organismo internacional y se prometieron nunca más repetir la historia.
Sin embargo, el último fin de semana, cuando Argentina parecía caer al abismo, esa rigidez se esfumó en segundos.
No es la primera vez que el gobierno de Mauricio Macri le tuerce la mano al staff del Fondo Monetario. En el año 2018, Macri consiguió que le enviaran una cantidad de dinero inverosimil. Nunca un país recibió tanta plata del FMI y, probablemente, nunca más volverá a recibirla. Ahora logró que, contra toda su tradición y convicciones, los técnicos del Fondo le permitieran usar los dólares prestados para controlar el tipo de cambio. Parecía, hasta el lunes, un imposible.
La explicación acerca de por qué han sucedido estos hechos revolucionarios dependerá de quien la cuente. En la Casa Rosada dirán que Macri es un hombre confiable para el mundo y por eso la Argentina tiene esas ventajas. Pero, si esto ocurre, ¿por qué los capitales se van? ¿por qué el riesgo país está tan alto? ¿por qué la tasa de intereés tiene estos niveles y, sin embargo, no alcanzan para convencer a nadie? Ese contraste encuentra una lógica en la definición de la expresión "el mundo". No se trata de capitales que decidan llegar para inversiones productivas, ni tampoco financieras. El mundo es un eufemismo para definir al Departamento de Estado. El Fondo Monetario nunca hubiera tomado decisiones tan drásticas y contrarias a su opinión, si la Argentina no fuera una pieza importante en el tablero político del Cono Sur. Estados Unidos es un actor clave en el Fondo. Solo la presión de la Casa Blanca puede explicar el giro copernicano de esta semana.
America Latina está gobernada mayoritariamente en estos años por dirigentes más amigables con los Estados Unidos que los de la década pasada. Pero esa suma y resta da distinto si se mira hacia los países más poderosos. En México, gobierna Antonio Lopez Obrador, probablemente el presidente más distante de Washington en muchas décadas. En Venezuela, Maduro. Jair Bolsonaro, en Brasil, es un presidente mucho más conflictivo y menos exitoso de lo que esperaban sus aliados. En ese contexto, la Argentina de Macri es un aliado clave. La derrota de Macri a manos de Cristina Kirchner sería otro golpe para la política de Trump en la región.
Las cosas nunca son del todo lineales, pero es difícil no percibir el componente electoral que jugó en la magnitud de los préstamos y en la decisión de intervenir en el mercado de divisas exactamente en el momento en que apareció la primera encuesta donde la ex presidenta se imponía claramente en el ballotage.
El miedo a Cristina provocó que Macri tuviera un arma más para poder controlar el dólar, tal vez aminorar la inflación, quizás llegar a las elecciones en un contexto económico más benigno y, quien dice, lograr así, aunque sea de manera agónica, su reelección.
Ese miedo, por supuesto, también juega su rol fronteras adentro. Es muy interesante percibir lo que ocurrió en los sondeos de opinión desde que se conoció la encuesta de Isonomía donde la ex presidenta la llevaba nueve puntos a Macri en un ballotage. Día tras días, los números se fueron emparejando hasta colocar al Preisdente, de nuevo, en una posición competitiva. Eso obedece a varias razones: una de ellas es que el miedo de un sector de los independientes al regreso del kirchnerismo provocó que rapidamente se inclinaran por Macri.
A eso ayudó otro factor. Hasta la semana pasada, la ex presidenta era una candidata muda. Dejaba que Macri se cociera en la salsa que preparó el enfoque económico de su Gobierno. Si la gente se olvidaba de ella, mejor. Lo importante era que recordaran la caída del poder adquisitivo, la inestabilidad económica, la falta de futuro. Asi, elegirían a la mejor herramienta para castigarlo, es decir, a ella.
Pero, de repente, Cristina apareció. El primer hecho fue el lanzamiento de "Sinceramente", cuyo impresionante éxito editorial la puso en primer plano y contribuyó a definir un debate clave para esta campaña electoral. ¿Cristina cambió y se transformó en una especie de Nelson Mandela, el líder sudafricano temido por los blancos que, cuando llegó al poder, luego hacer estado 25 años preso, en lugar de vengarse reconcilió al país? ¿O sigue siendo la misma de siempre, con sus rabietas, sus deseos de revancha, su admiración por líderes totalitarios, su incapacidad de reflexionar? Sinceramente es un buen título para su libro. No tiene nada de hipócrita. Es la misma de entonces.
A eso se le agregó el paro de Moyano, irrelevante para frenar el plan económico, pero muy funcional para el Gobierno, la incapacidad del kirchnerismo para despegarse de Maduro cada vez que Venezuela explota, las amenazas de Maximo Kirchner de no pagar la deuda, y, frutilla del postre, la propuesta de despedir a todos los jueces del país que lanzó un grupo de intelectuales kirchneristas.
Cuando el kirchnerismo se despliega, lo hace con toda su fuerza. Y el Gobierno festeja, como tantas otras veces.
Así las cosas, termina una semana en la que el miedo a Cristina forzó al Fondo a permitir algo impensable y emparejó las encuestas.
No es demasiado, para un Gobierno, apostar todo al rechazo que genera su enemigo. Pero es lo que hay.
¿Alcanzará esta vez para vencerla, como sucedió en casi todas las elecciones desde que, en 2007, ella llegó al poder?
Pasarán muchas cosas aun antes de que se conozca la respuesta a esa pregunta.
Por pronto, la Argentina se alejó unos centimetros del abismo
Algo es algo.
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