Pasó de hacer humoradas en Twitter y tener gente en varias dependencias a manejar una estructura más pequeña, con escaso predicamento político. Ya no es un hombre de consulta, aunque aparece en casi todas las fotos
Alejandro Arlía se reía. Sorteaba botines por Twitter, organizaba asados para supuestos militantes-seguidores-funcionarios y/o genuflexos y se sacaba fotos como si fuese un boxeador de un sketch de Benny Hill. Eran los días en que supervisaba las cuentas públicas, tenía contacto directo con la Nación, les daba órdenes a otros ministros y hasta era orador adulado de Peronismo Sin Fronteras.
Hoy, Arlía ya no ríe tanto. En redes sociales lo llenan de reproches por el estado de las rutas o su pasiva actuación durante las inundaciones de La Plata, nadie se prende en las otrora ocurrentes convocatorias y sus asados se resuelven con muy pocas achuras. Ya no supervisa el área de Economía, no lo dejan mirar ninguna cuenta pública y no da órdenes ni
a los funcionarios de su cartera, Infraestructura, que en su mayoría no le responden.
Este licenciado en Economía, máximo referente del PJ de Brandsen, quedó a cargo de una estructura mucho más escuálida de lo que siempre fue la cartera de Obras Públicas. Y mutó de ser un superministro y hombre permanente de consulta a un entusiasta funcionario que ocupa un casillero en el organismo público bonaerense. Eso sí, sigue en el equipo titular de Ola Naranja.
¿Por qué semejante transformación? Arlía acomodaba expedientes en la Jefatura de Gabinete durante la presidencia de Eduardo Duhalde, hasta que Scioli desembarcó en la Provincia junto a Alberto Pérez. El lo puso en la Subsecretaría de Asuntos Municipales bonaerense, desde donde tejió un próspero diálogo con jefes comunales, has-ta involucrarse en cuestiones económicas. Enseguida creció en la estructura gubernamental. Se ganó la confianza de Scioli y de sus colegas. Pasó por el Ministerio de Producción hasta llegar a la cúspide en Economía, cuando seleccionaba los llamados de teléfono que atendía.
Fueron sus mejores días, de apogeo total. A sólo prip de radio lo tenía al ex titular de Arba Martín Di Bella explicándole los pasos a seguir o informando sobre su gestión. A su entonces segunda, Nora de Lucía, la instruía tu-pido. También a la licenciada Silvina Batakis. Llevaba hasta calle 6 todos los números prolijos. Estaba a sus anchas.
Se hacía el canchero en las redes sociales, incluso el seductor, y armaba y desarmaba en Peronismo Sin Fronteras, una ya nostálgica agrupación política.
Arlía alardeaba de la relación que mantenía con sectores crecientes del peronismo de aquellos días, como José Ottavis, o el armado que tejía a través de Juan Manuel Pignocco, su ex jefe de Gabinete, con el encumbrado Gabriel Mariotto. Era cuando sorteaba los lustrosos botines Bochín.
Pero su pase a Infraestructura no fue un ascenso, todo lo contrario. Paulatinamente comenzó a perder injerencia en cuestiones neurálgicas y sensibles, como la confección del Presupuesto. “Sus últimas estimaciones presupuestarias fueron desacertadas. Y Scioli debió reunirse con gente de mayor experiencia”, graficó una persona muy cercana al Gobernador.
De apoco, su hegemonía se fue debilitando. Se distanció de Nora de Lucía, Silvina Batakis dejó de reportarle prácticamente al mismo momento que agarró la posta en Economía, y a Di Bella lo sacaron elegantemente por la ventana. No le quedaron socios políticos en el Gabinete. A veces, Iván Budassi -de Arba- lo registra, al igual que Cristian Breitenstein en Producción.
El movimiento de piezas de Scioli en 2013 lo debilitó aún más. Le quitó el área de servicios públicos y empresas de Infraestructura y la puso en manos del activo Franco La Porta. Arlía pasó de anunciar la estatización de la autopista La Plata-Buenos Aires a tramitar el telepeaje por ventanilla, como cualquier hijo de vecino. Todas las empresas del Estado, o mixtas, como Aubasa, Absa, Bagsa, etcétera, quedaron absolutamente fuera de su órbita.
“Si bien se lo reconoce como una persona técnicamente capaz, cansaron sus modos y su pedantería”, graficó a La Tecla el mismo hombre del poder. Aquí tal vez radique su notorio retroceso en el esquema de poder.
A Infraestructura, gestión Arlía, sólo le dejaron tres subsecretarías. Una la maneja su ex DGA en Economía, Eduardo Maurizzio, un técnico ciento por ciento. En otra, la de Tierras, está el abogado Fabián Stachiotti, quien supo ser socio de Di Bella y viene de la vieja estructura de Arba. Ninguno de ellos tiene grandes antecedentes en obras públicas. Arlía, tampoco.
Otros hombre clave de su ministerio no son de su riñón, como el administrador general del Instituto de la Vivienda, Pablo Sarlo, quien mantiene una “saludable autonomía”, según describieron en el edificio de calle 7 entre 58 y 59 de
La Plata.
Arlía apareció en las fotos de una de las inauguraciones más importantes que hizo Scioli en los últimos meses: el tercer carril de la autopista. Pero su injerencia fue notablemente menor. De he-cho, se lo hicieron saber.
Tanto es así, que el ministro ya venía golpeado, porque desde el gremio que tiene acciones en Aubasa informaron al Gobernador que los papeles para el mantenimiento de la traza, firmados en los primeros días de la estatización, no estaban del todo prolijos. Incluso Scioli se reunió con uno de los empresarios de la construcción más importantes del país para resolver el tema. Lo resolvió. Y la obra del tercer carril se hizo en tiempo y forma. Quedó perfecta. Tuvo que abordar el problema en persona junto a Franco La Porta y el gremio que responde a Moyano.
Sus chistes en Twitter ya no son tan recurrentes, su sonrisa de otrora mutó a preocupación, y los genuflexos no abundan a su alrededor. Ya no ríe como antes, el ministro Arlía.
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