La entidad, que está en manos de un hombre del peronismo de La Matanza, jamás tuvo un rol preponderante como vector de precios de los alimentos, más allá de lo que sí sucede con las frutas y verduras
Diego Cabot
Si este cronista tuviera que ilustrar la escena optaría por un productor frutihortícula sentado en un bar, de esos notables en los que la ventana se abre para arriba y queda a media altura. Aquel hombre, viejo conocedor de los pasillos del Mercado Central, lee la noticia sobre la posibilidad de que ese organismo importe alimentos para bajar el precio. Terminada la lectura, baja la visera de su gorra, mueve el escarbadientes que tiene en sus labios y exclama: “Jeje, otra vez”.
Ir poral Mercado Central para bajar los precios de algunos alimentos es una receta a la que la Argentina ha recurrido varias veces. Eso sí, siempre que transcurrió ese camino lo hizo en medio de la desesperación por los precios y con la necesidad de mostrar ante la opinión pública una impostada acción frenética frente a la inflación. Desde Ricardo Mazzorín hasta Guillermo Moreno, todos los que usaron esa tangente que queda camino a Ezeiza fracasaron. Ahora a esa dupla seguramente se sumarán Sergio Massa y Matías Tombolini. Un cuarteto que bien podría recorrer los barrios recitando el credo intervencionista bajo el nombre de “Los Centraleros”.
Importar alimentos para bajar el precio en las góndolas es, quizá una de las medidas menos efectivas que hay para controlar la inflación. Podrá, en su caso y si este engranaje de madera se mueve a tiempo y coordinado, lograr alguna oferta de ocasión. Pero no más que eso. Vaya un ejemplo. En la Argentina faltaron neumáticos y como había pocos, subió el precio. Si el Gobierno los hubiese importado, pues el valor habría caído. Ahora bien, ¿qué pasa cuando dejen de entrar las cubiertas? Simple, todo regresa al lugar anterior.
El Mercado Central está lejos de representar un vector de precios para el mundo de los alimentos. Lo es, sí, para el sector frutihortícola de la zona metropolitana. Actualmente, esa estructura tripartita donde convive el gobierno bonaerense, el porteño y la Nación, está descabezada. Hace tres semanas renunció el presidente de la entidad, Nahuel Levaggi, un dirigente social que estuvo en el cargo desde marzo de 2020.
La gestión de Levaggi fue duramente cuestionada por los “puesteros”. Sucede que por primera vez llegó a ese lugar un referente de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), una organización rural de pequeños productores basados en la agricultura familiar y los movimientos campesinos.
Luego de dejar su lugar por considerar que sus políticas no tenían rebote en el Gobierno, Levaggi dio una entrevista a Tiempo Argentino: “Hay un imaginario de que en el Mercado se construyen y se definen los precios. En realidad se van definiendo los precios en frutas y verduras, pero entendiendo que el Mercado Central es uno de los más de 40 que hay. Hay muchísimos en el conurbano y otros a nivel nacional. Por otro lado, la fruta y la verdura se define por oferta y demanda. Un cajón de tomate no vale lo mismo en un día a las tres, a las ocho o a las 11 de la mañana. Tienen precios distintos porque son productos perecederos y si se ponen feos los se tienen que tirar”.
Levaggi fue un alfil puesto en ese lugar por el diputado nacional e hijo presidencial, Máximo Kirchner, cuando él y La Cámpora manejaban la secretaría de Comercio Interior con Paula Español. El dirigente rural se hizo conocido aquellos días de Mauricio Macri en el poder cuando lideró las protestas de la mano de la UTT, donde cuestionó la política agropecuaria del entonces presidente. Hubo movilizaciones a Plaza de Mayo, que se denominaron “verdurazos”, donde se regalaban principalmente lechuga, ajíes y berenjenas en la explanada de la casa Rosada. Tomate, no había.
Con Levaggi fuera, el predio quedó en manos de la política bonaerense. El hombre fuerte por estos días es Aníbal Stella, un referente del peronismo propuesto por Fernando Espinoza, el intendente de La Matanza, el municipio donde se localiza el terreno sobre el que se asienta el mercado.
El tercero en el poder tripartito es Ezequiel Capelli, enviado del Gobierno de Buenos Aires y que, según comentan en los pasillos, es cercano al diputado bonaerense y candidato a gobernador, Diego Santilli.
Esa estructura maneja un predio de 500 hectáreas de las cuales sólo entre 50 y 70 corresponden al área de ventas de fruta y verdura. El resto se reparte en empresas de logísticas y naves que están alquiladas por compañías como Mercado Libre, Coca-Cola, Quilmes o Diarco, por nombrar algunas. Además, hay un lugar destinado a las ventas de alimentos, un alicaído puesto de pescado y alguna feria de textiles con muchas marcas que suelen tejer cocodrilos con la boca mas abierta como logo.
A diario ingresa fruta y verdura, ya no a través de productores directos sino que lo hacen por medio de los consignatarios. Son ellos quienes venden a los compradores a bulto cerrado y a cambio de una comisión. Allí se comercializa entre el 50 y 60% de la fruta y verdura de la zona metropolitana, pero un porcentaje más bajo respecto del total del país.
A diferencia de otros canales, el frutihortícola no funciona por las góndolas masivas. Por caso, las ventas de esos productos en las grandes cadenas no representan más del 15% del total país.
Como se dijo, el Mercado Central está lejos de poder controlar precios internos. Sí lo podría hacer con algunas frutas u hortalizas que, mayoritariamente, son importadas. Un caso es la banana, reina del paladar frutal argentino con casi el 30% de consumo del rubro. Si bien hay producción y productores locales, la mayoría es importada. De hecho, es un enorme y millonario negocio traer bananas de segunda, que son las que se consumen en el país, de productores como Ecuador. “Para ellos [los importadores] siempre están los dólares baratos, y para nosotros que producimos en el país y contratamos empleados de acá nos queda el dólar a casi 500″, se quejaba un productor local ante LA NACION hace unos días, cuando el problema se avecinaba.
Justamente, este es un punto central: para importar alimentos se necesitan dólares baratos. Y esa falencia de billetes que emite Estados Unidos es el problema medular de la economía argentina. Toda una contradicción: usar el bien más escaso, más demandado y más barato que existe en el país -el dólar oficial- para importar alimentos, una de las ventajas competitivas más impresionantes que tiene el país.
El Mercado Central, además, no tiene ninguna injerencia en el precio de todos los otros rubros. Apenas hay un pabellón que es una feria donde se comercializan productos de segundas marcas. Interesantes precios, por cierto, pero insignificante respecto del mercado total en el país.
La ineficiencia de la receta de importar alimentos o intervenir los precios desde el ese predio tiene como dos grandes referentes a Mazzorin y a Moreno. El primero era secretario de Comercio Interior de Raúl Alfonsín desde 1986. En 1988, para bajar el precio al que se comercializaba el producto, importó quinientas toneladas de pollos de Hungría, que fueron depositados en los frigoríficos La Plata y Platense. La firma Frigorífico Avícola compró toda la partida, para comercializarla, pero sólo llegó a recibir 167 toneladas. La mayor parte, en cambio, quedó depositada en los frigoríficos y, tres meses después, fue interdicta por el Senasa, porque los pollos habían llegado al límite del período durante el cual podían ser conservados congelados. Cuando se conoció la operación pasó a la historia como una de las medidas más ineficientes y caras ya que costó 50 millones de dólares.
Moreno reinó en el Mercado Central con otros métodos, a puro garrote. Alguna vez, cuando el índice de precios que había intervenido y con el que mentía mes a mes desde el Indec, tenía algún valor fuera de registro, decomisó todo el stock como venganza a los productores. “Si Massa es un encantador de serpientes, Moreno era un apaleador”, lo definió un hombre que comercia en el predio y que va, al menos, tres veces por semana. La política de Moreno en cuanto a la contención de precios fue tal fracaso que tuvo que dibujar las estadísticas para disimular las subas.
Pero las ideas de importación de alimentos no quedaron solo en aquellos personajes del Central. En 2014, ante la suba del tomate, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, amenazó con comprar en el exterior la cotizada perla roja. “Tenemos un sistema de alerta temprana: cuando alguno de los miembros de la cadena ve que puede haber problemas de precio o abastecimiento con algún producto nos tiene que avisar. El señor [Alfredo] Coto nos dijo que la semana que viene podía haber problemas con el tema del tomate”, comentó entonces Kicillof. Aquel “tomategate” pasó. Los precios habían subido por otras razones, solo que la mirada conspirativa confundió los motivos.
Massa y Tombolini serán ahora los Quijotes que usarán al Mercado Central de cuartel general para derrotar a los gigantes. Si estos nuevos “hidalgos caballeros” miran con cuidado, encontrarán rastros de varias batallas perdidas. A ellos también los esperan sus Dulcineas, sólo que no en el llano del hogar sino en los cargos públicos desde donde miran las embestidas.
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