Por Jorge SigalMientras en otros países los gobiernos se alternan entre derecha e izquierda, en la Argentina el peronismo sigue impregnando todo, de diestra a siniestra.
Nadie parecía recordar a esa altura a Carlos Menem. Aunque el padre del neoliberalismo local había conducido, con enorme respaldo social, los destinos de la Nación durante diez años, la amnesia ciudadana se lo había devorado. Borrón y cuenta nueva. Volvían los 70, la patria liberada, las proclamas emancipadoras, el latinoamericanismo, la justicia social y los derechos humanos. De manera expeditiva, al "uso nostro", se había decretado el fin de una ideología. Nadie era de derecha.
Influido por la incipiente euforia izquierdista de la época, un periodista de Radio Nacional entrevistó por entonces al actor español José Sacristán. Era domingo por la mañana y las respuestas de quien militaba en Izquierda Unida y se define "moralmente comunista" sonaron destempladas. Ambos interlocutores hablaban de política, pero desde sitios muy diferentes. Cuando el cronista comparó al líder del derechista Partido Popular José María Aznar con el tirano Francisco Franco, el protagonista de Solos en la madrugada lo interrumpió: "¡Vosotros, los argentinos, no tenéis una puñetera idea de lo que fue el franquismo!". Y, visiblemente enojado, se explayó sobre las diferencias que hay entre una dictadura terrorista y un líder de derechas elegido por los votos. Recordando la experiencia de su propia familia, de su padre perseguido por el generalísimo, enfatizó que, aun estando en las antípodas de su pensamiento, Aznar fue representante de las mayorías circunstanciales de su país y, por ese solo dato, debía ser aceptado por sus oponentes. El respeto a las diferencias no es un tema complementario del sistema democrático, sino que hace a su esencia. Mientras existan clases y sectores sociales diversos, si se elige el camino del sufragio, el veredicto lo dan las urnas. Eso trataba de explicar el encabronado Pepe a su desconcertado entrevistador.
En España y Francia, pero también en Chile, Uruguay y Brasil, la alternancia entre dos polos, izquierda y derecha, se ha establecido como la base de un sistema que hasta el momento parece funcionar bajo los parámetros de lo que el politólogo italiano Gianfranco Pasquino denominó "país normal". No quiere decir, por supuesto, que sean sistemas justos, sino simplemente más previsibles y razonables dentro del universo capitalista. El péndulo oscila entre dos orillas y va marcando la impronta de cada período: a izquierda, mayor atención a lo social; a derecha, preeminencia del mercado y el orden establecido. Por los márgenes, también hay lugar para los más radicalizados. En Chile, por ejemplo, las encuestas marcan para las próximas elecciones un pronunciado aumento de intención de votos al Partido Comunista.
En la Argentina, donde no se comprende entre qué y qué va la puja, el peronismo sigue impregnando el continente, cubriendo la cancha de lado a lado. De diestra a siniestra. Entonces, puede suceder que un jefe sindical que defiende a un gobierno "progresista" acuse a otro sector gremial de responder a las órdenes de "la Cuarta Internacional", un anacronismo que ya no se usa ni entre los socios retirados del Círculo Militar.
La semana pasada, al hablar en el acto por los 20 años de la revista Noticias, el ex presidente Eduardo Duhalde hizo un discurso de tinte renovador. Se notaba su esfuerzo por mostrarse cerca de los líderes de la izquierda europea. Habló de Felipe González y hasta del veterano comunista Santiago Carrillo, con quienes se reunió en una reciente gira española. Cabe recordar, también, que Francisco de Narváez, supuesto representante de la derecha, declaró en el último tramo de la campaña electoral que era partidario de la estatización de los servicios públicos. Ningún dirigente de su fuerza pareció sorprenderse, ni siquiera su socio político Mauricio Macri, solitario defensor, hasta la fecha, del libre mercado.
La mélange ideológica nacional genera una enorme sensación de frustración, porque impide debatir en serio propuestas y programas, y convierte al sistema de partidos políticos en un simple certamen de imputaciones cruzadas. No hay alternancia sino simple sucesión de presidentes, gobernadores y legisladores. Si nadie es de derecha y nadie es de izquierda, de verdad, no hay país normal.
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