Por: Nicolás Wiñazki.
Cristina y Máximo Kirchner volvieron de Santa Cruz hace poco más de una semana. Descansaron en familia en la provincia que gobierna la cuñada de ella, es decir, la tía de él, y donde aun viven los hijos del diputado que es líder de La Cámpora, o sea, los nietos de su mamá vicepresidente. Cristina hizo de su retorno secreto a la Capital Federal un retorno público a la política: usó su tuiter para publicar una tira de textos breves y críticos sobre sus obsesiones de siempre: la Justicia, la Corte Suprema, el fiscal Carlos Stornelli, el espionaje ilegal, la oposición y los medios.
El legislador Máximo, en cambio, continúa en silencio. Lo que no significa que no haya vuelto a hablar. Se reunió en privado con varios dirigentes, sobre todo de la provincia de Buenos Aires, a los que les repitió lo que ya conocían de su pensamiento, pero que confirma que todo sigue igual para el primogénito K que mueve a una parte del poder y el dinero de varios de los organismos claves del Gobierno.
Kirchner transita con trauma el último año del mandato del presidente Alberto Fernández. Y de su compañera de fórmula, su mamá. Es un silente ofuscado, al menos, por ahora, en el ámbito público. Las rabias privadas las deja trascender en diálogos reservados pero no secretos con la dirigencia afín.
O a través de voceros informales que, para la interna, son indudables mensajeros de sus objetivos. Máximo enfrenta una paradoja que consiste en una habitualidad en su familia dedicada a la política: los rivales a vencer, o a cooptar mediante negociación o claudicación contraria, se encuentran por el momento más en el oficialismo que en la oposición. Son las rarezas que su genealogía contagió a la coalición de gobierno que alcanzó el poder y que fue conocida, en su apogeo, como el Frente de Todos. Máximo se calla para no generar todavía más confrontación entre los propios. Aun así opera, con brutalidad variable, contra el propio Presidente de la Nación; los ministros que no le son afines; el gobernador bonaerense Axel Kiciloff; el ministro de Economía, Sergio Massa; y hasta disiente con su madre sobre diversos aspectos políticos.
El enfrentamiento que más profundizó es el que mantiene con Alberto Fernández.
Ninguno de los dos intenta, como en el pasado, ocultarlo.
Esa bronca se transforma en acción política a pesar de que las venganzas mutuas se instrumenten vía funcionarios del Estado.
El Jefe de Estado es desconocido por los ministros o secretarios de Estado que militan en la agrupación La Cámpora.
Él, ya castigado hace demasiados meses por esos modos, los deja hacer. Aunque ahora se anima a tomar alguna represalia contra quienes le disputan algo de su poco poder.
Una de las últimas renuncias de una funcionaria develó esa metodología novedosa pero que aun no se profundiza sobre funcionarios ultra K de peso real en el Gabinete.
Victoria Donda era todavía titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) cuando participó del último acto que encabezó la vice en el partido de Avellaneda. El único ministro que también estuvo en esa audiencia fue el titular de Interior, Eduardo De Pedro, más relevante en el esquema del poder central.
Donda debió dejar su puesto días después.
Donda destacó en un comunicado que quien realmente sí escucha y realiza política “sin rencor” era Cristina Kirchner.
Se inauguraba así la nueva etapa entre funcionarios K y los “albertistas”, si es que tal categoría aplica a la política .
Máximo fue quien ordenó también que ningún funcionario de La Cámpora se hiciera presente en un acto que el Presidente lideró en la provincia de Mendoza. Coincidió así con el gobernador radical de esa provincia, Rodolfo Suárez, que evitó recibir al Jefe de Estado.
Otra funcionaria “camporista” había ninguneado al Presidente en un acto que compartieron en Mar del Plata. Fue Fernanda Raverta, del ANSES. Ella dio un discurso en el lanzamiento de mejoras del plan de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Mencionó a Alicia Kirchner, a Néstor y a Cristina ídem, y evitó resaltar la gestión de Fernández, quien la escuchaba algo azorado sobre el mismo escenario.
El Presidente fue a cenar a un restaurante de esa ciudad llamado Casa Pampa, propiedad del empresario Roberto Fiocca. Como consecuencia de ese hecho inofensivo, quizás por azar, por profesionalismo de la burocracia, o por política e internas, llamó la atención en el poder lo que pasó después. Tras esa comida de Fernández, un balneario que es propiedad de Fiocca fue inspeccionado por el ministerio de Trabajo bonaerense, al mando del amigo de Máximo, el gremialista Walter Correa. Incluso la AFIP marplatense, que depende políticamente de Raverta, también le solicitó papeles de sus negocios al dueño de Casa Pampa, que evitó hacer comentarios al respecto.
¿Será cierto, como afirman fuentes del oficialismo, que el propio Presidente se comunicó después con las autoridades de la sede de AFIP en Mar del Plata para pedirle explicaciones sobre lo ocurrido? Los rumores más extremos afirman que incluso habría pedido la renuncia del encargado de enviarle a su amigo la orden de analizar sus papeles impositivos.
Fuentes que frecuentan a Máximo Kirchner destacaron a Clarín que el hijo de la Vice no puede reprimir su enojo con el Presidente, y que se siente incómodo también con algunas medidas impulsadas por el ministro de Economía, Massa, a quien sin embargo dice valorar en diálogos privados.
¿Cómo podría caerle al principal dirigente K que resistió el acuerdo con el FMI que Massa haya podido cumplir las pautas económicas que impuso el organismo multilateral? ¿Y qué podría pensar Kirchner del pago de mil millones de dólares a bonistas, dinero que se podría haber destinado a otros objetivos, según su ideología?
Kirchner hijo está en silencio, espera que Massa logre bajar la inflación, pero quien sí habló sobre un tema que el ministro no quiere imponer como política pública fue el ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires, Andrés “Cuervo” Larroque, uno de los mejores amigos del jefe de La Cámpora.
Massa Larroque volvió a pedir que el Gobierno obligue al empresariado a pagarle una suma fija como aumento a sus trabajadores.
“El Cuervo” apoyó la gestión de Massa pero pidió, en una entrevista radial, profundizar sobre cuestiones que para él siguen irresueltas.
Criticó con dureza a Alberto Fernández: “A uno le gustaría ver al Presidente a la cabeza de esta pelea y si no pasa tenemos que ver entonces qué hacemos".
Larroque es un funcionario bonaerense fiel a los Kirchner. Es parte del Gabinete del gobernador bonaerense Kicillof.
Ese dirigente es otro de los grandes dilemas que carcomen al primogénito K.
Su madre valora, estima y consulta sobre economía y política a Kicillof. Es uno de los dirigentes a quien ella más protege. Su hijo no concuerda con el análisis de su madre respecto a la valoración de la gestión bonaerense.
Kicillof trabaja para ser reelegido como mandatario provincial.
Máximo preferiría que el postulante que apoye su espacio sea otro peronista del conurbano: su principal aliado en la Provincia, el jefe de Gabinete de la Gobernación, intendente en uso de licencia de Lomas de Zamora, Martin Insaurralde. Convive con cierta paz con Kiciloff por mandato materno y conveniencia política.
El gobernador que quiere ser reelecto es consciente que de que la vice escucha de su hijo, y de otros dirigentes, que él debería saltar de la Provincia para ser precandidato a Presidente. No aceptaría ese destino. “Yo trabajé para ser gobernador y quiero seguir siéndolo. Si tengo que ir a las elecciones como candidato a Presidente prefiero irme a mi casa”, es el pensamiento íntimo del gobernador. Muchos intendentes del PJ de Buenos Aires que antes resistían la gestión de La Plata empiezan a darse cuenta que tal vez lo más conveniente para mantener sus cargos tras los comicios es alinearse con Kiciloff alejándose así de los Kirchner. El año electoral acaba de empezar.
De acuerdo al relato de las fuentes consultadas por este diario, Máximo tuvo varias reuniones con jefes territoriales del peronismo tras su vuelta del sur. Fueron esos dirigentes los que reconstruyeron sus operaciones políticas contra casi todos los jefes del ex Frente de Todos. Kirchner analiza la coyuntura política de este modo, siempre de acuerdo a sus interlocutores: considera que es obvio abrirse al diálogo con actores y sectores de la economía, y de la política, a los que el kirchnerismo suele enfrentar y castigar como enemigos. Antes de eso, afirmaría, se debe volver a retener al “voto propio”: “Primero tenemos que resolver nuestros quilombos internos antes de buscar votos en electorados más amplios”, resume, palabras más, palabras menos.
En eso está. A su modo.
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