Mauricio Macri tenía la certeza de que no podría ganar las PASO ni la primera vuelta electoral, pero siempre apostó a no quedar muy lejos para después tirarse con todo al balotaje. Con la chapa de las PASO puesta y lejos de Daniel Scioli en la disputa personal, anoche mismo volvió sobre sus pasos y se recostó sobre sus aliados frentistas, que sumando sus cosechas lo acercan algo a su objetivo.
Pero lo que le suman la UCR y la Coalición Cívica también le deben haber recordado la pesadilla de Martín Lousteau y el balotaje porteño, donde todos los cálculos previos de fidelidad se rompieron en pedazos. Y es probable que también reflexione sobre si no fue él mismo el primero en ponerle un techo a sus posibilidades electorales.
Quedar a doce puntos de Scioli es un golpe neto a su autoestima. Lejísimos de aquella frase optimista que solía repetir a sus colaboradores: “yo solo llego al 45%”. Su discurso post-balotaje le dejó una experiencia. Anoche no habló de economía, no quiso arriesgarse a otro abucheo. Pero la música y los globos hicieron mutis rápido en Costa Salguero, ilustrando el ánimo que había.
Desde mayo, Tres Líneas informó en detalle sobre una serie de errores tácticos cometidos por Macri (o inducidos por Jaime Durán Barba) que ayer le pasaron factura colocándole un límite que si bien no es definitivo, deberá remarlo.
El principal de ellos, su decisión a favor de la ‘pureza Pro’, debería dejarle una lección fuerte. En el mismo acto en que la eligió como su política en términos electorales, comenzó una especie de escalamiento: se lo pasó hallándole defectos a los otros, detectando ‘impurezas’ en suma a peronistas, fueran K o no, como el massismo. Radicales y lilitos también sintieron su ninguneo desdeñoso.
Desde su aparición en la política, allá por el 2002, Macri se mostró como alguien intachable. Tras sus primeras definiciones políticas, recibió un aluvión de críticas. “No entiendo, vengo a mejorar a la política y me agreden”, decía dolido. Pero él mismo no podía ver el peso de su propia historia personal, ni que quien resuelve si alguien mejora o empeora el cuadro existente, esa es la sociedad misma que luego lo expresa con el voto.
Pero Macri no se encuentra solo en este error. En otro continente y en sus antípodas ideológicas, la nueva izquierda española de Podemos que irrumpió hace cuatro años y parecía ir derecho a hacerse con el poder, al optar por el crecimiento sin contaminación de lo que llama La Casta (el PP y el PSOE y cualquier otra fuerza) ya empieza a verificar las dificultades de llevar a la práctica sus sueños de gobernar España.
Cambiemos, aquí, al igual que Podemos allá, cometieron la misma grave falla de considerarse superiores a todo lo existente, de presumir que su sola presencia en el escenario colocaría al resto por detrás suyo. Como eso no ocurrió, ensayó un drástico cambio de discurso que por lo visto ayer, no le alcanzó para recuperar posiciones.
Para colmo, su primera aparición en la mañana de ayer fue para denunciar el robo de boletas y criticar el sistema electoral de papeletas, luciendo de movida como un candidato quejoso. Durante el resto de la jornada, otros dirigentes del PRO repitieron esos argumentos como una desabrida letanía. En sus propias palabras, no está bueno.
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