Tímido y con dificultades para relacionarse con la gente en su juventud, Macri llega a la Casa Rosada en paz con su exigente padre
Abrazado a un futbolista desnudo bajo una ducha, el presidente no cabía en sí de gozo. Aquella noche de mayo de 2000, Mauricio Macri enloqueció. Martín Palermo, el magullado ídolo boquense, había regresado de sus cenizas futbolísticas y en el minuto final del superclásico anotaba un increíble gol a River, con la Bombonera llena coreando su nombre. El entonces presidente de la entidad no encontraba forma de expresar tanta alegría contenida: por eso entró al vestuario y abrazó al goleador en plena ducha.
Pasaron más de quince años de aquella noche de ensueño y gloria deportiva, una de las que Macri más recuerda de su tiempo en el club que lo hizo conocido en todo el país, que le dio prestigio y lo catapultó a la actividad política lejos de las garras y el emporio construido por su padre, Franco. Una de las noches más intensas que vivió hasta la de ayer, claro, cuando millones de argentinos determinaron que sea él, y no su adversario kirchnerista Daniel Scioli, quien los gobierne desde la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre.
El aire puro de las sierras de Tandil fue el primero que respiró, un 8 de febrero de 1959. Su madre, Alicia Blanco Villegas, así lo decidió, por encima de los deseos de Franco, quien tendría con el primero de sus cinco hijos una oscilante y traumática relación que combina el amor, la exigencia y la competencia eterna. Los semanales partidos de bridge entre padre e hijo en la casa de Franco en Barrio Parque, hoy más esporádicos, fueron a la vez punto de encuentro y de pelea. "Nos decimos barbaridades", reconoció alguna vez el patriarca familiar, hoy con 85 años.
Con un padre exitoso en los negocios, omnipresente en lo emocional y distante en lo afectivo, Macri nació y creció sin privaciones, muy lejos de la pobreza. Fue a los mejores colegios e instituciones educativas, como el Cardenal Newman, donde terminó el colegio secundario, y a la Universidad Católica Argentina (UCA), en la que se recibió de ingeniero.
Antes de terminar sus estudios, que incluyeron un posgrado en Estados Unidos junto a su primera esposa, Ivonne Bordeu, ya había entrado en la constructora Sideco, propiedad familiar. A los 23 años, su padre lo designó gerente general de Socma, a cargo de miles de empleados. "Era tímido, muy tímido. Tenía dificultades para relacionarse con la gente", recuerda hoy José Torello, uno de sus amigos de la adolescencia y juventud. Entonces, "para parecer más grande" se dejó crecer el bigote.
Pasaron años de vida empresarial, viajes al exterior, veraneos en Punta del Este, tres hijos y el primer divorcio. Hasta que llegó el fatídico 24 de agosto de 1991, cuando fue secuestrado por la denominada Banda de los Comisarios. Estuvo doce días en cautiverio, pero los efectos de aquellos dramáticos días en los que temió por su vida y de los que salió ileso luego de pagar un millonario rescate, lo acompañaron durante años. Iván Pavlovsky, su vocero desde 1995, recordaría que, por mucho tiempo, Macri entraba a una habitación y pegaba su espalda a la pared como modo inconsciente de autodefensa.
Precisamente en 1995, en plena década menemista y ya convertido en una celebridad para las revistas del corazón, Macri toma la decisión de romper lazos contractuales con su padre: se presenta a elecciones y se convierte en presidente de Boca Juniors. Entonces en pareja con la voluptuosa modelo Isabel Menditeguy, abre una tarea de doce años consecutivos en los que obtuvo títulos deportivos y reconocimiento a su "estilo gerencial" de conducción.
Heredados de su experiencia en Sideco, Socma y Sevel, nacen allí su "apuesta a trabajar en equipo", su obsesión por mantener horarios rígidos y reuniones breves, su férrea disciplina a la hora de negociar los premios con los jugadores, que le hizo ganar, en boca de Diego Maradona, el apodo de "Cartonero Báez". Aún hoy Macri hace pagar unos pesos a cada ministro que llega tarde a las reuniones de gabinete. Sus discursos, al menos los de gestión, no suelen durar más de diez minutos, y la ansiedad lo carcome cada vez que debe pasar más tiempo de lo deseado en un lugar donde no se siente a gusto.
¿Ejemplos? Su cara de fastidio en el tedeum de 2014, con la presidenta Cristina Kirchner a pocos metros siguiendo encantada la Misa Criolla interpretada por Patricia Sosa. O su intento inicial de recorrer, en media hora, el extenso Museo del Holocausto en Jerusalén, donde finalmente se quedó, conmovido, más de una hora, también el año pasado.
Su exitoso paso por Boca coincide con sus inicios en la política. Él, que conocía a muchos políticos desde su posición empresarial, comenzó a generar fuerza propia desde la Fundación Creer y Crecer, germen de Compromiso para el Cambio (CPC), el antecedente directo de Pro, que nace en 2005. Dos años antes, con Horacio Rodríguez Larreta como compañero de fórmula y Gabriela Michetti encabezando la lista de legisladores, Macri se presenta a candidato a jefe de gobierno por CPC y es derrotado, en segunda vuelta, por Aníbal Ibarra.
En ese 2005, y ya con la idea de volver a competir por la ciudad, Macri es elegido diputado nacional porteño. Les gana nada menos que a Elisa Carrió y a Rafael Bielsa, pero su paso por el Congreso tuvo sabor agridulce: casi no habló en dos años como legislador, y lo aburrían las sesiones largas. El entonces jefe de la bancada Federico Pinedo era quien le avisaba media hora antes de cada votación para que llegara a tiempo.
Llegan 2007, el triunfo ante el kirchnerismo y el inicio de su gestión en la ciudad. Las victorias consecutivas en lo que se convirtió en su principal bastión, el lento y trabajoso armado de una alternativa a nivel nacional. Separado de Malala Groba, Macri inicia una nueva vida en 2010, con la llegada de Juliana Awada, con quien se casaría en noviembre de ese año y tendría a la pequeña Antonia.
"Juliana le aportó paz, lo sensibilizó, lo hizo menos desconfiado y mejor persona", coinciden un colaborador inseparable y un amigo de siempre. Tan amigo como el empresario Nicolás Caputo (su "hermano de la vida" y principal asesor en las sombras) y Pablo Clusellas, ambos ex compañeros del Cardenal Newman.
En estos últimos años terminó de pulirse el candidato a presidente. El que combinó los consejos del consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba con sus clases de fonoaudiología para mejorar su dicción y sus visitas a su "armonizadora budista". El que con sus alianzas con la UCR y la propia Carrió logró perforar el "techo bajo" que aparecía en cada focus group, siempre asociado con lo que él mismo repite: "Hay prejuicio instalado por el kirchnerismo: que voy a gobernar para los ricos". Como presidente ya prometió seguir donando su sueldo a Margarita Barrientos, promotora de las innegables mejoras del barrio carenciado Los Piletones, en Villa Lugano.
El Macri presidente es, sin dudas, distinto al que soñó su padre, que resistía hasta hace poco sus intenciones y confesó que prefería "a algún joven de La Cámpora" en ese lugar en lugar de a su propio hijo. Adicto a los dulces, anticigarrillo y dispuesto a disfrutar más de la vida que en sus épocas de empresario exitoso, Mauricio "heredó" de él a su secretaria, Anita, a ministros porteños como Daniel Chaín y Néstor Grindetti, y su parte de la quinta de fin de semana, Los Abrojos.
Dicen que hace un mes, padre e hijo pasaron largas horas juntos en el Hospital Italiano, donde Franco fue internado por una hemorragia. "Estamos en paz", contó Macri, el que ayer le ganó a un destino que parecía escrito, el que consiguió el premio mayor, lo impensable en aquella noche de gloria bajo una ducha en la Bombonera.
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