El expresidente se adueñó de Milei y se metió en la segunda vuelta. La vice se atrinchera detrás de Massa. Una dialéctica en las sombras y la grieta en disputa.
Por Adrián D'Amore
"Tenemos que inspirar a los demás con nuestras acciones", dijo Mauricio Macri el 26 de marzo, un domingo como este pero hace siete meses, para renunciar a una candidatura presidencial y clausurar la posibilidad de pelear por su segundo tiempo. La frase vuelve a resonar por estos días después de su movida de medianoche, en la que reseteó el tablero electoral camino al ballotage al aparear en una alianza sin lugar para débiles a sus dos aspirantes a la Casa Rosada: la oficial, Patricia Bullrich, y el blue, Javier Milei.
“Voy a hacer lo que tenga que hacer” para ganar las elecciones había dicho Cristina Fernández de Kirchner en su primera aparición en un acto masivo después del atentado del 1 de septiembre de 2022. La promesa en aquella tarde de noviembre en Pilar traía reminiscencias a la decisión inesperada de 2019 con la que consagró candidato a Alberto Fernández y abrió el camino para el retorno del peronismo al poder. El ingeniero parece haber hecho suyas aquellas palabras esta semana.
Si hace cuatro años y monedas la Jefa se subió al sidecar para empoderar la fórmula del Frente de Todos y truncar la reelección de su enemigo amarillo mano a mano, en la cúspide de las boletas, ahora la disputa se produce tras bambalinas. El fundador del PRO movió las piezas del ajedrez y no necesitó poner el cuerpo en público para dejar bien claro quién es el Jefe. En los últimos meses, CFK fue saliendo de escena paulatinamente hasta esfumarse. No fue magia: el objetivo fue dejar que la figura de Sergio Massa se recortara de manera nítida e indiscutida como el líder del (todavía) oficialismo. Como en 2019, la táctica también evita poner en negro sobre blanco cuántos porotos puede cosechar por sí sola.
No es casual que el yin y el yang de la grieta se hayan visto obligados en 2023 a continuar su guerra desde los márgenes, al menos en lo que tiene que ver con el protagonismo público. La crisis permanente horadó los liderazgos y el desencanto se corporizó en un nuevo emergente. Como bien explicó Marcelo Falak en este medio, Milei reformuló drásticamente el antagonismo entre los K y los anti-K. Por esa razón algunas voces de Juntos por el Cambio, como el gobernador de Corrientes, el radical Gustavo Valdés, bregaba en los pasillos de la coalición para que la candidata presidencial abandonara su prédica enfocada en el exterminio kirchnerista y polarizara con el postulante libertario. “Para novedad, lo clásico”, debe haber pensado la exministra y cayó con las botas puestas.
“Cuando Milei habla de ‘la casta’ no solo habla de políticos atornillados en sus asientos. La casta es regional –porteños–, educativa –universitaria e intelectual–, ideológica –la de quienes comparten cierto sentido común–… La casta son los incluidos, los que no han perdido o son visualizados de ese modo por una legión damnificada”, detallaba Falak en su nota del 17 de septiembre pasado.
El fundador del PRO demostró tener su propia interpretación del nuevo clivaje. Con el pacto de Acassuso que puso a Juntos por el Cambio en estado catatónico, Macri dio un volantazo en plena carrera y alineó de un golpe la grieta que tantas satisfacciones le dio con la fractura que fue bandera de Milei hasta hace unos días, cuando el libertario se convirtió en un “gatito mimoso” (copyright Myriam Bregman) que cambió la motosierra por los timbreos.
#Ballotage | 19N
"Hay una parte, mayoritariamente de la juventud, que eligió algo totalmente nuevo, hay que aceptarlo", dijo Mauricio Macri en una entrevista con Radio Mitre pic.twitter.com/6wkrqnqyEc
— LETRA P (@Letra_P) October 27, 2023
Macri aprovechó la oportunidad y llevó la batalla final al terreno en que se siente más cómodo. Si Milei hubiese resultado el más votado el 22-O, el exmandatario quizá hubiera tenido que correr en auxilio del vencedor. Con el libertario segundo y con apenas 500 mil votos más que en las PASO, el abrazo de oso fue letal. Macri desdibujó a Milei, modificó su discurso y su campaña. Tiró al tacho el factor sorpresa y el carácter disruptivo del León y se adueñó del atributo más importante del candidato de La Libertad Avanza: su pasaporte a la segunda vuelta.
Como un ventrílocuo, instaló su discurso en la boca de Milei en la recta final hacia el 19N y le dio competitividad electoral a aquella bravuconada que escenificó junto a Mario Vargas Llosa en 2019, cuando afirmó que si fuera otra vez presidente avanzaría “en la misma dirección, pero más rápido”.
Experto en manipulaciones, Macri se dispone a exprimir el carácter binario de una segunda vuelta electoral. Cuando hay que decidir entre dos opciones los contornos se borronean y los grises pasan de moda. Entonces, el discurso anti-K con el que sucumbió Bullrich puede tener otro efecto sin terceros en discordia y con su candidato bot como vocero renovado.
Es que, al fin de cuentas, en Argentina, cuando se trata de partir el universo en dos, el antiperonismo es una identidad en la que se puede encastrar las piezas más disímiles en un solo movimiento. Con su truco de prestidigitación, Macri quiere jugar el partido en esa cancha, de local, apelando a las tripas de ese colectivo cuyos límites no necesariamente se encuadran en la antítesis casta-anticasta.
En esa senda, el expresidente fundamentó su apoyo a Milei este viernes y dijo que el economista es "el único camino que tiene hoy la Argentina". Fue una metáfora poco feliz en vísperas del 40 aniversario de la recuperación democrática, periodo que el minarquista deplora, a la vez que considera al terrorismo de Estado como una guerra entre bandas, en contra de toda jurisprudencia y memoria histórica. Tiene su lógica: la dictadura no fue otra cosa que la expresión organizada más sanguinaria y criminal del antiperonismo.
Macri y Cristina en agosto de 2012 en la Bolsa de Comercio.
Del otro lado, CFK tercerizó la pelea y Massa es un candidato zen que pone la otra mejilla. Camaleón anfibio de la política, subió la apuesta: si la avenida del medio fue inviable, ahora va por el gobierno de unidad nacional. La avenida del medio somos todos, predica. El Riesgo Milei es un gran motivador. En su empresa, cosecha centros de figuras urticantes para la épica K que buscan sacarlo de la trampa que tendió el fundador del PRO. En 48 horas, Jorge Lanata y Julio Cobos lo premiaron con la misma definición: “Massa no es kirchnerista, es peronista”.
El candidato oficialista levanta un frontón de goma espuma para amortiguar los pelotazos en su contra y teje con el sector de la casta que tiene un camión de facturas para pasarle a Macri. No está claro cómo se traducirá esa rosca en las urnas.
Mientras, el ballotage de Cristina tiene sus propias reglas. Si gana Milei, Macri asoma como el dueño del nuevo gobierno. Si gana Massa, el exmandatario pagará todos los costos en JxC, pero la vice no sólo delegará la lapicera de la gestión, como en 2019. Si una nueva alianza electoral pone al líder del Frente Renovador en la Casa Rosada, el oficialismo será otro y el liderazgo, también.
Aquel “voy a hacer lo que tenga que hacer” de CFK se vuelve abismal en esa proyección. Si Macri usa a Milei como escudo humano para mantenerse en la pelea por el poder, la expresidenta se atrinchera detrás de Massa sabiendo que un triunfo de Unión por la Patria es también el ocaso de una lógica donde ella es protagonista.
En la imagen que ilustra esta nota, cuando en 2012 la entonces presidenta y quien era el alcalde porteño se cruzaron en el aniversario de la Bolsa de Comercio, hay una silla vacía. En 11 años, nadie pudo ocupar ese lugar. El 19N alumbrará una nueva foto. Algo se puede arriesgar: en la mesa del poder, tres son multitud.
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