El Presidente y el candidato más votado deben hacer un intento que pueda distender la tensión política y económica.
La Argentina es un país dramático. El cruce de la Cordillera y la batalla de Caseros tuvieron drama. El bombardeo de Plaza de Mayo en 1955 y la Guerra de Malvinas lo repitieron en épocas diferentes del mismo modo que el drama volvió a teñir los días temblorosos del 2001. Pero,¿por qué tiene que ser el drama el que reine siempre cuando llega el tiempo de los cambios en los hombres y mujeres de gobierno? Durante los treinta y seis años de democracia restaurada no hemos encontrado una respuesta para esta pregunta.
En mayo de 1989, Carlos Menem venció a Raúl Alfonsín en las elecciones presidenciales que se habían adelantado por la hecatombe económica, la disparada del dólar y la hiperinflación. Por eso, viajó a La Rioja el dirigente Rodolfo Terragno, un intelectual lúcido al que respetaban el presidente saliente y el presidente electo. Estuvo todo un día intentado ordenar una transición madura hasta chocar con el fracaso. Mientras volvía en un avión a Buenos Aires, Alfonsín anunciaba su renuncia y el adelantamiento de la entrega del poder en medio del caos social. La historia está ahí, al alcance de los libros y del buscador de Google.
Lo que le sucedió a Mauricio Macri y a Alberto Fernández el domingo pasado no tiene porqué imitar aquellos niveles de dramatismo. El candidato del Frente de Todos le sacó una considerable diferencia de votos al Presidente en las PASO y se perfila con grandes chances de ganar las elecciones en la primera vuelta del 27 de octubre. Y si bien no hay nada definido todavía, a los operadores financieros les bastó para volcarse al dólar y retirar en masa sus inversiones de los bonos y acciones argentinas, llevando a más de 1700 puntos el riesgo país.
El escenario no es la híper de Alfonsín ni se acerca a los ardores sociales del 2001, pero los indicadores económicos han alcanzado un grado de tensión que requiere un gesto republicano de los protagonistas electorales que le ponga un dique a la preocupación de los argentinos. Macri no pareció comprenderlo cuando salió el lunes a dar su conferencia de prensa. Enojado y aún bajo el shock de la derrota, centró más sus declaraciones en el pasado de sus opositores que en darle respuesta a los millones de ciudadanos que acababan de darle la espalda en las urnas. El mismo lo reconoció ante varios de sus ministros y de los aliados políticos con los que se reunió en las horas siguientes.
Las medidas para aliviar las urgencias económicas y reactivar el consumo que Macri apuró después constituyen un intento de corrección tardía al que ayudaron Miguel Angel Pichetto, Elisa Carrió y también los radicales, quienes intentaron acercar iniciativas de auxilio desde la política. Justamente la ciencia que muchos macristas habían relegado durante estos años en aras del altar de la tecnocracia, que se reveló insuficiente para contener la crisis.
Claro que si la responsabilidad primaria de llevar tranquilidad a la sociedad antes de la elección del 27 de octubre es del Presidente, a los candidatos opositores también les corresponde una cuota importante de colaboración. Sobre todo a Alberto Fernández, que pasó a ser el más serio aspirante a la Casa Rosada después de sumar más del 47% de los votos en las PASO. Su postura desdeñosa ante cada pregunta y el extraño juego del “lo llamé, no me llamó” que mantuvo con Macri sólo lograron agigantar la incertidumbre sobre el futuro inmediato que sobrevuela a la mayoría de los argentinos.
Es absolutamente cierto que Fernández no está obligado a dar las garantías que se le exigen a un presidente electo y que el período de transición no comienza hasta que haya resultados definitivos en los comicios generales. Pero son demasiados los antecedentes de irresponsabilidad institucional en la gestión de gobierno que el kirchnerismo perpetró en sus doce años en el poder. El último lo cometió la compañera de Alberto en la fórmula presidencial. Cristina ni siquiera aceptó entregarle los atributos de mando a Macri en el 2015. Hay una demanda republicana que el peronismo todavía no terminó de aprobar en sus múltiples contorsiones para mantenerse tantas veces en la orilla de los que dan las órdenes.
En la noche del martes, era una vez más el ministro Rogelio Frigerio el que fatigaba los teléfonos de operadores y amigos en busca de una señal de distensión entre el Presidente y el candidato más votado que llevara tranquilidad a la sociedad y a los mercados. Entre el diálogo personal, la foto de ocasión, el mensaje conjunto o simplemente el intercambio de declaraciones razonablestiene que haber un gesto institucional que permita transitar normalmente las nueve semanas y media que quedan en medio del fragor de la competencia electoral.
No es fácil pero todos los economistas serios que Macri y Alberto han consultado les responden más o menos lo mismo. Se necesitan acuerdos básicos sobre política cambiaria. Con los fondos de inversión saliendo de las opciones en pesos, es urgente la estabilización del dólar en el esquema de flotación administrada. El otro flanco inquietante es la deuda. Y hay quienes recomiendan un acuerdo inmediato con el Fondo Monetario para poder recomprar deuda en el mercado secundario y minimizar los riesgos. Caminos hay muchos. Sólo hay que elegir uno y emprenderlo.
No son días fáciles para Macri los que corren. “Está flaco y gris, pero con ánimo de batalla”, dijo uno de los dirigentes con el que habló poco después de la derrota inesperada. Su biografía de ancestros calabreses revela que es un hombre obstinado. El embajador Ramón Puerta suele recordar las huellas del secuestro extorsivo que sufrió en agosto de 1991. “Nunca den por vencido a un tipo que estuvo encerrado trece días en un sótano de tres por tres metros”, advierte.
El martes, Macri tuvo apenas el desasosiego de una visita de estudiantes santafesinas a la Casa Rosada. Un periodista que andaba por allí le preguntó si por la noche iba a mirar el debut del italiano Daniele De Rossi, la nueva estrella de Boca. Y cuando le dijeron que el partido era a las 21.10, prometió estar atento para ver al descenlace de la Copa Argentina. La difusión del diálogo le valió una lluvia de críticas en el infierno de las redes sociales. Un Presidente preocupado por el fútbol en medio del vendaval poselectoral.
Boca pudo ser su única alegría del martes 13 porque el veterano de la Roma marcó enseguida un bonito gol de cabeza. Pero el débil Almagro lo peleó, lo empató al final y el poderoso Boca se quedó afuera por penales. Cuando quiere, la Argentina sabe ser un país cruel hasta en las circunstancias minúsculas.
Comentá la nota