Con un discurso moderado y académico, explica que la estrategia del Gobierno consiste en que gran parte de ese 72% del PBI que está en cuentas fuera del sistema financiero se transforme en inversión productiva. Para eso, señala que tiene un plan, aunque no necesite de un Power Point para presentarlo a la sociedad. Dice que los debates internos sobre la gestión deberían verse más como virtud que como defecto.
—En esta misma serie, recientemente, Carlos Bianco, jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires, dijo que uno de los modelos productivos era Alemania. ¿Cuál es el modelo de desarrollo del actual kirchnerismo, el cuarto kirchnerismo?
—Más que el cuarto kirchnerismo, este es un gobierno del Frente de Todos. Están todas las expresiones del peronismo y fuerzas aliadas, incluyendo al kirchnerismo. Pero lo veo como algo más amplio. Hay muchos países de los que uno puede tomar algunas referencias particulares. Miramos los países escandinavos, sobre todo porque son países con alta dotación de recursos naturales, algo que también le ocurre, aunque en menor medida, a la Argentina. Cuando se analiza la situación estructural, Argentina tiene todas las potencialidades para desarrollar la actividad minera, energética, la agroindustria y otros sectores productivos. ¿Cómo logramos una organización social que ponga todo eso en valor? Los países escandinavos tienen como referencia haber logrado cosas muy positivas y tener una mirada social interesante. Coincido con Bianco respecto a Alemania. Hay mucho que aprender de las economías asiáticas. Ningún país sirve para extrapolar a Argentina. Los países de los que podemos hablar nos pueden servir como inspiración para algún tema en particular. Las soluciones deben surgir de las características de Argentina.
—En un reportaje de esta serie, Daniel Artana dijo que hasta hace un tiempo los economistas se dividían entre ortodoxos y heterodoxos y discutían, pero que hace un tiempo todos acuerdan en disentir con el Instituto Patria. ¿Cómo es la convivencia con el pensamiento económico kirchnerista?
—Hay un poco de mito sobre que hay discusiones con el Instituto Patria. Hay pluralidad de pensamientos en las fuerzas que componen el Frente de Todos. En otras épocas hubiese sido valorado como algo enriquecedor. Se lo critica por las discusiones, que son públicas. No hay grandes secretos. No todo el pensamiento económico vinculado a Cristina Kirchner está en el Instituto Patria. Quienes tenemos responsabilidades de gestión también tenemos un debate fuerte dentro del gabinete económico. Es lo que sirve para estructurar las políticas económicas. Todos los miércoles tenemos reuniones religiosamente. Allí definimos programas y medidas.
—¿Cómo explicarías los matices dentro del elenco de gobierno y la coalición?
—A través de instrumentos y medidas concretas. Estamos en una doble crisis. Veníamos del gobierno de Macri con una crisis financiera muy acelerada. La pandemia significó repensar instrumentos de apoyo al sector productivo y enfrentar una macroeconomía totalmente disruptiva.
“La soja está en niveles muy buenos para el país.”
—¿Las diferencias serían más del cómo que del qué?
—En nuestra fuerza política no hay diferencias importantes sobre valores centrales: un país que crezca de manera más justa, que dé oportunidades, que haya justicia social, que la actividad productiva y el trabajo sean ejes ordenadores. En eso no hay diferencias. Después pueden aparecer discusiones lógicas respecto al cómo y al timing.
—Fue conocida la polémica entre Martín Guzmán y Federico Basualdo por el tema tarifas. Ahora se escucha que la publicidad del Frente de Todos pone énfasis en que “paramos el aumento de las tarifas”. ¿Sería una diferencia de matiz o más estructural?
—Esa publicidad tiene que ver más bien con la memoria de los tarifazos. Hay una diferenciación respecto al gobierno de Mauricio Macri. Partiendo de un problema real, cierta desactualización del esquema tarifario, se fue al otro extremo. El tarifazo generó crisis en muchos hogares.
—No es una publicidad contra Guzmán sino contra Macri.
—Desde luego. Estamos discutiendo en este momento cómo generar un sistema tarifario más justo, que reduzca el peso de los subsidios. Creo que todos estamos de acuerdo en esto. Argentina necesita una segmentación. Hay subsidios que le llegan a toda la población de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires. El ejemplo extremo es que hay 10 mil hogares en Argentina que pagaron el aporte solidario a las grandes fortunas y al mismo tiempo tienen la mitad de la factura de la electricidad subsidiada. No tiene lógica.
—En eso también coincidís con Guzmán.
—Por supuesto.
—¿En un país que depende tanto de la exportación de productos como las commodities, que pueden duplicar su precio en cinco años, es más difícil planificar a largo plazo que en otros que tienen una matriz muy diversificada?
—Tiene que ver con eso. Y con las diferencias de un país que hace muchos años que ofrece señales muy claras de inestabilidad. Argentina tiene que construir esa credibilidad. Sabemos muy bien dónde queremos ir.
—¿Era imaginable este precio de las commodities?
—Teníamos previsto un escenario que no era nada malo, pero hubo un shock. Tuvo que ver con cómo se posicionaron diferentes países, sobre todo los asiáticos, frente al escenario de la pandemia. Lo que está claro es que hubo volatilidad. La soja pegó un salto enorme y después tendió a reducirse.
—Parece que va más allá de una commodity en particular, que la alta emisión tanto de deuda como de moneda de los países centrales produce un aumento de todos los activos. ¿Es una oportunidad para Argentina?
—Hay oportunidades, sin duda. El escenario de la pospandemia acelerará muchas transformaciones. Debemos mirarlo con especial detenimiento. Se acelera la digitalización. Generará cambios en el mundo del trabajo; muchos de ellos positivos. Mejorarán la calidad de vida de la gente. Se acelerarán muchas agendas. Por ejemplo, la verde, la de la transformación ecológica, que significa reemplazar de manera mucho más activa y decisiva las fuentes contaminantes por renovables. Se reemplazarán los vehículos actuales por eléctricos. Esto, que era tendencia desde hace unos diez años, se aceleró. Lo que todos proyectaban para fines de esta década o la que viene llegará mucho antes. Argentina es un productor potencial de estas tecnologías y de los recursos naturales. Especialmente de litio, el hidrógeno verde.
—¿Saldrán la economía global y la Argentina en particular ya hacia la pospandemia?
—La respuesta depende más de los sanitaristas. Espero que sí.
—¿Y en términos económicos?
—No tengo ninguna duda. El mundo en 2021 demostró que aprendimos a vivir con la pandemia. De hecho, este año estamos creciendo alrededor del 6% o 7%. Recuperamos no todo el daño de la pandemia, pero sí una parte importante. Nos faltó recuperar las actividades imposibles de realizar con pandemia, como el turismo, la actividad cultural o lo que depende más de la movilidad. En la pospandemia el mundo se va a recuperar aceleradamente y Argentina deberá aprovecharlo.
—En el reportaje el año pasado, una de las preguntas fue que Keynes planteaba que en la posguerra había que ahorrar y si podía ser esa una prescripción de la pospandemia. ¿Vale esta sentencia o hay que continuar siendo procíclico con esta recuperación?
—Argentina tiene aproximadamente un 72% de su PBI invertido en cuentas fuera del sistema financiero argentino, en activos financieros líquidos. Argentina tiene ahorro potencial para generar una transformación productiva de inversión. Hay que generar condiciones para que parte de eso se movilice. Se viene una década de oportunidades.
—Un libro de Pablo Gerchunoff es “¿Por qué Argentina no fue Australia?”. Dijo que en realidad debería haber cambiado el título o hacer otro que es: “¿Por qué la Argentina no fue Argentina?”, como metáfora de la distancia entre las expectativas y lo logrado. ¿Por qué Argentina no fue ese país?
—Por varios factores. El primero es la inestabilidad. Hasta el año 83 había inestabilidad política. Vivíamos atravesados por golpes de Estado, por proyectos truncos, por una economía pendular, como la mencionaba Marcelo Diamand, otro economista que hizo aportes. Tuvo un peso decisivo. Luego, las dificultades se vinculan a esta inestabilidad política como para estructurar un sendero estable de crecimiento. Se logra con consenso o hegemonía. Argentina no tuvo ni consensos ni hegemonías. El único consenso es la democracia. Desde 1983 en adelante, todos los problemas que tuvimos, que han sido muchos, no implicaron renunciar a la democracia. Siempre se votó; el que ganó es poder; el que perdió se lo aguantó como corresponde.
“Argentina no tuvo ni consensos ni hegemonías para poder crecer.”
—¿La transformación se logrará por consenso o por hegemonía?
—Tenemos que hacerlo por consenso. Ante este escenario tan polarizado, lo que se llama grieta, y cuando las posiciones se empiezan a extremar, veo difícil que se consoliden hegemonías. Pero hay países que se desarrollaron en base a proyectos hegemónicos.
—¿Ves más posibilidades de consensos hoy que hace 5, 10 o 15 años?
—Sí. Mi optimismo se sustenta en los actores sociales. En la clase política sigue predominando la chicana y la polarización. En los sindicatos, los sectores de la producción, veo un entramado en el que puedan anclar esos posibles consensos.
—Suele decirse que vos y Martín Guzmán tienen más puntos de contacto con economistas de la oposición que con algunos del mismo oficialismo. ¿Hay momentos en que te sentís más cerca de ellos?
—De los que trabajan activamente en la oposición, no. Encuentro muy pocos puntos de contacto. Sí con economistas que no son activos en la oposición, pero que claramente no son ni votantes ni simpatizantes del Frente de Todos. Mencionabas a Pablo Gerchunoff recién. Me parece una persona interesante. He tenido alguna discusión hace poquito por WhatsApp a raíz de su último libro. No coincido en muchas cosas, pero otras me parece que brindan un enfoque interesante.
—¿Las diferencias que hay, por ejemplo, entre Hernán Lacunza y Nicolás Dujovne colocan a Lacunza más cerca tuyo y de Guzmán que de Dujovne?
—No conozco tanto. Tengo una buena opinión sobre Hernán Lacunza. Me parece una buena persona y le tocó un momento durísimo cuando fue ministro de Economía. Pero no tengo claro cuáles son las diferencias reales.
—¿Quiénes serían los protagonistas de los consensos necesarios para las transformaciones?
—El consenso fundamental tiene que ver con las ideas y los rumbos y objetivos. Sería salir, como diría Leopoldo Marechal, por arriba del laberinto. En lugar de chicanas o cosas de corto plazo, es ver la Argentina que queremos, la que nos gustaría, la vida que queremos vivir. ¿Podemos ser una Argentina que exporte más y que también cuide el mercado interno? Yo estoy convencido de que sí. ¿Podemos entrar en los desafíos de la industrialización verde? ¿Podemos tener una industria manufacturera? ¿Por qué se dan estas discusiones tan extremas en las que el gobierno anterior nos decía que la industria no servía más, que invitaba explícitamente a los industriales a dejar de invertir e importar los bienes que antes producía? Argentina no se puede privar de los 1.200.000 puestos de trabajo que genera la industria. Sí tenemos que trabajar en su competitividad, en productividad, y lo estamos haciendo. Estructurar consensos es una cuestión de fondo. Hay muchos ejemplos en estos 18 meses que demuestran que es posible.
—¿Cuáles son?
—Uno está en la industria automotriz. En 2017 generó un déficit de divisas de 8.100 millones de dólares. La energía en otros momentos fue altamente demandante de importaciones. Llegó a importar 10 mil millones de dólares. Reestructuramos esos sectores. Con el consenso de los actores, podemos hacer cambios importantes que tengan impacto macro. Empezamos la gestión, nos juntamos con las terminales automotrices, empresas transnacionales, con la cadena autopartista, donde hay un poco de todo, nacionales y extranjeras, y con los sindicatos, tanto con Smata como con UOM. Ese trabajo de meses estructuró varios consensos. Necesitamos un sector automotor que reduzca el déficit de divisas y este año pasamos de 8.100 en 2017 a 2 mil. Iremos a cero déficit de divisas en 2023. ¿Cómo lo vamos a hacer? Aumentando exportaciones. Todos los proyectos nuevos, de Toyota, de Ford, tienen más contenido hacia la exportación, más orientación exportadora. Al mismo tiempo, trabajamos en localizar más autopartistas en el país. Teníamos autos con un contenido nacional de un 20%. Hoy los autos tienen arriba del 40%/42%. Preguntamos si querían seguir con estas idas y vueltas en las que el país recurra a devaluaciones. Propusimos un esquema donde el sector que se desarrolle al mismo tiempo contribuya a una macro más equilibrada. En estos meses de gestión dimos pasos muy importantes. Los proyectos presentados son significativos.
—¿Cuántos autos se vendían en 2017, cuando había 8 mil millones de dólares de déficit? ¿Más del doble que hoy?
—Para ser bien claro, de cada cien autos que se patentaban en Argentina, 27 eran nacionales y 73, importados. Hoy en Argentina la mitad de los autos patentados son fabricados en Argentina, con trabajo argentino. El otro modelo no es sustentable. Quizá se venden más autos, pero al ratito entrás en crisis financiera.
—Dijiste en otra entrevista que “el cálculo de recuperación del 7% tal vez quede un poquito corto”. ¿El rebote no generará una restricción externa de falta de dólares como para que se venda la misma cantidad de autos que antes, para lo cual es necesario un déficit, aunque sea parcial?
—Buscamos una buena calibración entre las políticas productivas y macroeconómicas. Tenemos la ventaja de contar con un ministro de Economía que entiende la situación productiva y un ministro de Desarrollo Productivo que entiende la macro. El ejemplo de los autos lo demuestra. Con los celulares es más complejo. Avanzamos en reducir el déficit con más producción nacional y mayor orientación exportadora. Con la energía, lanzamos el Plan Gas y hoy tenemos Vaca Muerta produciendo en niveles altísimos de actividad. Habrá gas producido en Argentina que evitará importaciones en el futuro. Es una salida virtuosa: más producción nacional, y hacemos una contribución positiva a la sostenibilidad macroeconómica.
—En esta misma serie de reportajes, Carlos Heller, quien conduce la Comisión de Presupuesto en la Cámara de Diputados, dijo que se sorprendió de la cantidad de puntos de acuerdo que tenía con Sergio Massa, a quien imaginaba más a la derecha. ¿Tuviste sorpresas de ese estilo?
—No me sorprenden los puntos de acuerdo. Son parte del abanico del Frente de Todos.
“Muchos empresarios siguen pensando que el Estado lo resuelve todo.”
—¿Esperabas más disensos?
—No. Ni una cosa ni la otra. Está claro hacia dónde queremos ir. En eso hay consenso. Después hay matices. No tengo ninguna duda de que, a la hora de sentarse a conversar, Sergio Massa y Carlos Heller encontrarán muchos puntos en común. Como yo los tengo con ambos.
—¿Cuándo se producirá el acuerdo con el FMI? ¿Qué efectos tendrá sobre la economía real?
—El cuándo es un tema que está en la cabeza de Martín. Lleva la negociación. Es él quien debe dar la respuesta más adecuada. Sobre los efectos, hay que verlo con mirada equilibrada. Ni todos los problemas de Argentina se resolverán y se ganará toda la credibilidad, ni tampoco será para desdeñar. Será importante, dará certidumbre respecto a los próximos años, sobre todo en lo referido a los vencimientos de deuda, cómo quedará estructurada la proyección de vencimientos de capital, de intereses y los pagos, las necesidades de divisas para los próximos años. Así se despeja un problema significativo. Después, depende de nosotros. Si podemos continuar con una senda de recuperación de la actividad productiva, logramos un buen rebote pospandemia en los sectores más golpeados, como el turismo y las actividades del mercado interno, que se ven afectadas, nos permitirá salir adelante con un escenario de reactivación interna. Ahí juegan las políticas transformadoras: la industrialización verde, la movilidad sustentable, lo que tiene que ver con el desarrollo de nuevos sectores industriales, la digitalización, la economía del conocimiento. La agenda que planteamos a pesar de la pandemia. No nos quedamos en la coyuntura. Planteamos una agenda para toda esta década.
—Sobre la inflación dijiste que “el peor momento fue marzo. Viene en desaceleración, aún en niveles importantes, pero con perspectiva de que se vaya reduciendo y convergiendo al 2% mensual”. “The Economist” tiene un artículo sobre el crecimiento de la inflación en Inglaterra por el aumento del precio de las commodities alimentarias. Obviamente, allí hay un tema. ¿En qué tiempo se podrá pasar de una inflación de 3 a 2 y de 2 a 1?
—De 3 a 2, muy pronto. Estamos en un proceso de desaceleración después del pico de marzo. Durante los próximos meses estaremos en una inflación mensual de 2 puntos. De 2 a 1 es un cambio importante que requiere como precondición esta estabilización macroeconómica y esta finalización de los acuerdos de deuda. Tener un escenario más previsible a nivel macroeconómico. Igual que Guzmán, pienso que la inflación es un problema multicausal. No hay una sola explicación en el caso argentino. Por eso, además de una política fiscal correcta, se necesita concertación salarial, de precios, acuerdos con los sectores productivos. El diálogo social que planteó el Presidente es un camino importante.
—En el reportaje del año pasado dijiste: “La convertibilidad sacó al país de la hiperinflación, no es menor, pero pasado un tiempo no había que seguir con la misma receta que ahogó parte de la producción del país. Había que ir modificando lo herramental según las circunstancias. Este es un problema que tiene que ver también con los consensos”. En esta misma serie de reportajes, Domingo Cavallo dijo que cree que en 2023 sería imprescindible una estrategia similar para resolver el problema de la inflación, la bimonetarización de la Argentina. ¿Será necesario un plan de shock?
—Las políticas de shock son muy cruentas, tienen efectos muy duros en corto plazo. No siempre dan resultados, porque las consecuencias sociales son tan graves que la propia reacción impide que continúen, algo que muchos economistas encerrados en la tecnocracia no terminan de considerar. Tampoco es que funcionen en todas las circunstancias. Una cosa es la economía que le tocó a Domingo Cavallo a comienzos de los 90, que venía de dos hiperinflaciones, no una, sino dos, 1989 y 1990, con precios que se estaban moviendo al 100% mensual, y hacer un corte todo cruento de un solo lugar. Y otra son las economías con inflaciones intermedias, como Argentina, como Chile o Colombia, antes, a los que les llevó mucho tiempo bajarla. La bajaron no con políticas de shock, sino con políticas graduales. Llevó un tiempo bastante largo de modificación. Lo hicieron con crecimiento. Argentina tiene la posibilidad de bajar la inflación. Para crecer necesitamos bajar la inflación. Una inflación como la actual es un problema. Nadie lo discute. Para ir a una inflación más baja se necesita concertación y objetivos claros, no a través de un gradualismo del después vemos, sino acordar con sectores productivos y sindicales. Es lo que planteamos desde el comienzo. La pandemia fue un hecho tan disruptivo que nos puso la agenda en otro lugar.
—¿La sociedad argentina puede soportar 15 años para llegar a una inflación de un dígito?
—En Chile o Colombia esa reducción tardó cerca de ocho años. Pasar de más del 30% anual a niveles por debajo del 10%.
—Cien por ciento de inflación en los 80, a comienzos de 90, era alto, pero era en un contexto con inflación en la mayoría de los países del mundo. ¿Tener 50% de inflación hoy es tan escandaloso como en los 90 tener 200%?
—La inflación es un problema, sin ninguna duda. La constante restricción de dólares es uno de los problemas importantes y además genera el impacto inflacionario. El peligro del shock, además de los efectos indeseados de corto, es que no funciona.
—¿Sería la diferencia entre la situación de Cavallo y la de Ricardo López Murphy?
—López Murphy no tuvo un problema inflacionario. Al revés, tenía una economía en deflación.
—Sí, pero necesitaba hacer un shock para que no explotara la convertibilidad.
—Quiso evitar que la convertibilidad dejara de funcionar. De hecho, la convertibilidad terminó y el efecto inflacionario fue bastante moderado. Un 40%, y después se estabilizó.
—Un tema poco mencionado es la poca competencia, la cartelización o la poca cantidad de oferentes de productos. En líneas generales, en la Argentina dos o tres empresas de cada rubro concentraban el 80% o el 90% de la oferta. ¿Cómo se resuelve que algunas empresas trasnacionales se vayan de la Argentina y que haya menos empresas ofertando sobre el mismo tipo de rubro?
—La concentración existe en algunos mercados. No creo que ahí esté la causa de la inflación. Claro que, ante el menor chisporroteo, la existencia de mercados oligopólicos hace que haya sectores que ajusten más rápido.
—De la multicausalidad de la inflación, ¿qué viene primero en orden de magnitud?
—El principal problema es de restricción externa, la falta de divisas, las dificultades para generar un mercado de capitales en moneda local. Es un tema que lleva ya varias décadas. Es un problema estructural. Aquello del 72% del PBI argentino invertido en activos financieros fuera del país o fuera de los circuitos formales.
—¿La primera es que cada tanto tenemos una inflación devaluatoria?
—Los grandes saltos de precio se dan cuando hay devaluaciones. No siempre hay problemas de puja distributiva. Los hay cuando la economía está más cerca del pleno empleo. Hablar de puja distributiva hoy o pensar hoy que una suba salarial va a tener efecto inflacionario me parece un despropósito, más allá de que algún sector esté un poquito más ajustado en rentabilidad. Hay margen para aumentar los salarios sin que tenga ningún efecto en materia inflacionaria. También esto es una cuestión de calibración. En nuestra profesión se vuelve un cliché si la emisión es inflacionaria o no tiene nada que ver. Depende de cada momento. No es correcto pensar que en cualquier circunstancia que el Banco Central emite dinero para financiar al Tesoro, eso es inflacionario indefectiblemente.
—A la larga, sí.
—Depende. En esto hay política económica y monetaria. El otro extremo, pensar que el Banco Central puede de manera indefinida financiar al Tesoro... Eso me parece un disparate.
“Desde que comenzó el gobierno de Alberto Fernández, hubo más de 900 anuncios de inversión.”
—¿Para tener un plan sustentable en términos inflacionarios, lo que hay que resolver es la restricción externa?
—La Argentina necesita imperiosamente eso, que implica muchas cosas.
—¿Cavallo chocó frente a eso porque tenía que endeudarse, porque no lograba el superávit comercial?
—Cavallo pensó que se había acabado la restricción externa por el simple hecho de haber tomado un patrón bimonetario. La convertibilidad tuvo éxito para frenar el shock hiperinflacionario, fenómenos muy graves. En ese sentido, logró estabilizar. El problema es que después se enamoraron de su propia receta.
—¿Un plan económico debería tener en cuenta no tanto la reducción del déficit fiscal a la nada, sino la reducción del déficit comercial?
—La reducción del déficit de divisas, más ampliamente. Para mí es el eje central. Cuando Argentina tiene superávit en sus mercados de divisas, crece y realmente lo hace sin inconvenientes y puede resolver sus problemas fiscales sin problemas.
—Tu visión de la economía tiene una moderación que no se diferenciaría en cualquier otro país de una persona del establishment económico. Cuando digo establishment, no lo hago en sentido peyorativo. ¿Por qué hay una perspectiva sobre que el Gobierno es tan antimercado, tan anticapitalista?
—En Argentina, o en el mundo, existieron visiones quizás extremas. Hay una visión que dice “el mercado resuelve todo” y otra que dice “el Estado resuelve todo”. No es una cosa ni la otra. Cuando se le deja al mercado resolver todo, terminamos como terminamos: con crisis de sobreendeudamiento, con perdedores en el medio, problemas de desempleo. Cuando el Estado quiere resolver todo, también termina agotando buena parte del talento y la capacidad del sector privado.
—Así planteado, se parece a la socialdemocracia alemana. Alemania creció con la premisa de tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario. Tiene una imagen de país pro capitalista, te diría ortodoxo en términos económicos. Sin embargo, la imagen que tiene Argentina es que tiene un gobierno bien distinto a esa posición de equilibrio y moderación.
—Planteamos esta discusión e intentamos estructurar justamente estos consensos. Creemos en un Estado con un papel muy activo. Así lo ejecutamos.
—¿La voluntad es un Estado no mayor que el alemán?
—Depende de los momentos. Si el Estado alemán interviene y rescata a Lufthansa, una empresa privada, nadie lo ve problemático. Cuando dijimos que había un problema con Vincentin, se armó una situación muy complicada. Hace poco participamos en un rescate muy positivo para la empresa Impsa, la vieja empresa de Pescarmona, una empresa única en América Latina. Estuvo muy cerca de cerrar sus puertas, y perdíamos esa tecnología única para América Latina. Implementamos un esquema de trabajo, incorporamos al gobierno de la provincia de Mendoza, donde está la sede de esta empresa, y aun así encontramos algunas señales de resistencia. Hay prejuicios en ambos extremos. Ojalá lo que yo creo fuera el pensamiento del establishment. Lo veo mucho más volcado a la idea de un liberalismo, de una Argentina donde el mercado resuelva todo. Por ese camino no nos ha ido bien.
—¿Los empresarios argentinos tienen esa mirada de que el Estado no tiene que intervenir en nada?
—Muchos sí, aunque no me gusta generalizar. Para ponerle nota positiva, hace un tiempo escuché a Daniel Herrero, el CEO de Toyota. Una persona muy interesante. Trabajamos mucho en el plan automotor. Le preguntábamos cómo pudieron desarrollar un proyecto productivo exportador y que tiene alto contenido de partes y piezas nacionales. Su respuesta fue: “Hicimos lo que teníamos que hacer. Buscamos sostenibilidad”. Los empresarios deben repensarse en la sociedad. Para valorizar ese 72% de ahorro nacional que está fuera de la Argentina, llegará el tiempo en el que todos tienen que poner. Lo digo como invitación a construir consensos.
—¿No cabría una autocrítica para construir esos consensos? El kirchnerismo más duro planteó que había que usar los derechos especiales de giro para pagar deuda o la idea de estatizar la medicina privada. Cuestiones que se lanzan en los discursos que generan una sensación equivocada respecto del grado de intervención en la economía.
—A veces se lanzan planteos que pueden ser invitaciones a la discusión, al debate público, a poner sobre la mesa problemas. Son recogidos por algunos como definiciones de política económica. Precisamente diste ejemplos de cuestiones que no se implementaron como políticas. Profundizar la democracia es tenerles un poco menos de miedo a debates necesarios.
—¿Alguna autocrítica, algo que corregir, independientemente de la pandemia, casi a la mitad del mandato?
—Nos tocó una situación dificilísima. Si se repasa, seguro hay cosas que las hubiese hecho de otra manera; pero tengo muchas más cosas para destacar que autocrítica. Sobre todo, haber sido gran piloto de tormenta, sostenido la actividad y el empleo. Hoy, en esta Argentina de pandemia, ya hay varios sectores productivos que están produciendo por encima de 2019. No es poco. Y al mismo tiempo lanzamos agendas nuevas: la industrialización verde, la industria 4.0. Hablamos de litio, del cannabis medicinal y una agenda de reformas que cambiarán la cara de la economía argentina.
“El Gobierno no tiene ningún amigo en el mundo empresario”
—¿Hay un cambio de manos de los activos de las empresas, primero de manos de extranjeros a jugadores locales y luego dentro los jugadores locales a jugadores más cercanos afines a la ideología del Gobierno?
—Lo rechazo a pleno. La verdad es que no. Hay movimientos de cambios de mano habituales en la economía argentina y en muchas del mundo. No se puede decir que algunos de estos movimientos tengan que ver con algo que está alentando el Gobierno. El Gobierno no tiene ningún amigo en el mundo empresario. Tenemos diálogo con todos los sectores. Podemos tener más afinidad conceptual con alguno, pero no existen amigos en el sentido que usted dice.
—¿Es malo o bueno que se vayan empresas extranjeras y las sustituya capital nacional?
—En ese sentido no tengo ningún tipo de dogma ni prejuicio. No es ni bueno ni malo. Me interesa ver los proyectos productivos, cuáles son los objetivos, que incorporen trabajo, que incorporen tecnología e innovación. Es de segundo orden si está encabezado por una empresa nacional o extranjera. Se instaló un debate falso acerca de si hay un éxodo de empresas y desinversiones. No es cierto. La inversión en el primer trimestre de este año aumentó un 14% respecto a 2019. Desde que comenzó el gobierno de Alberto Fernández, hubo más de 900 anuncios de inversión, muchos concretados, otros en ejecución, por 34 mil millones de dólares. De ese monto, un poco menos de la mitad es de firmas extranjeras; en el resto hay firmas nacionales grandes, pequeñas, medianas. Tenemos una política muy fuerte de apoyo a la inversión de las pymes, pero también celebramos la inversión en términos generales. Vemos cambios de mano que tienen que ver con estrategias internacionales. Walmart tomó la decisión de retirarse de Brasil, de Inglaterra y de Argentina. Allí no hay ningún éxodo. Fue comprada por otro empresario, Francisco de Narváez, que la está gestionando. Es alguien que conoce el sector
—En el caso de DirecTV, también está la salida de Latinoamérica.
—Hay varios fenómenos que responden a estrategias globales.
“En el Gobierno, cuando hay discusiones económicas, si no se llega a un consenso, la decisión final la toma Martín Guzmán”
—Hay versiones sobre la creación de un megaministerio después de las elecciones conducido por Sergio Massa o por Cecilia Todesca para el período poselectoral. ¿Se requiere una coordinación superestructural?
—Circulan decenas de versiones. Creo en la necesidad de coordinar las políticas económicas. Se puede hacer de varias maneras. Una es con un megaministerio de Economía. Eso puede generar una coordinación más estricta; pero puede perderse diversidad de agenda y agilidad de las agendas sectoriales. La otra alternativa, que eligió Alberto Fernández, es generar un gabinete económico. Que tiene un coordinador. La persona que tiene la última palabra es el ministro de Economía. Cuando hay diferentes discusiones, si no se llega a un punto de consenso, la decisión la toma el ministro de Economía. Pero la verdad es que discutimos muchos temas y tomamos decisiones en conjunto. El ATP surgió de ahí. De discutir durante largas horas cómo hacíamos para enfrentar una crisis sin antecedentes. Y la experiencia fue excelente: en pocos días planificamos una política, la diseñamos e implementamos. Empezó a principios de abril, y a principios de mayo la gente tenía depositado el sueldo en su cuenta. Requirió una coordinación enorme. Se hizo con un gabinete económico fuertemente coordinado. Allí, jugaron un papel clave el jefe de Gabinete y la vicejefa, una economista que conoce muchísimo la realidad argentina y el Estado.
“El plan económico tiene una secuencia que es finalizar la reestructuración de la deuda”
—¿Habrá luego de las elecciones correcciones en materia de déficit, valor del dólar y tarifas?
—Como en todo esquema de funcionamiento, se toman medidas de acuerdo con las circunstancias. El plan económico tiene una secuencia que es finalizar la reestructuración de la deuda. Ya se avanzó el año pasado con los acreedores privados. Resta la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Con respecto a las tarifas, se avanzará en una segmentación que termine de dar racionalidad al esquema de subsidios. Luego se tomarán otras decisiones teniendo en consideración las diferentes variables y la evolución de la pandemia.
—¿La brecha genera problemas para la inversión, la producción y la liquidación de divisas?
—La brecha es un problema. Nunca lo pusimos en discusión. Es el resultado de un mercado de cambios desequilibrado. Un sector externo desequilibrado, que no es un fenómeno nuevo. Se inició en 2018, en esa brutal salida de capitales que generó primero dos saltos cambiarios; uno en abril y otro en el mes de septiembre. Y luego recurrir al Fondo Monetario Internacional con un programa financiero, uno de los más grandes de la historia del organismo, y que no funcionó. No solucionó ninguno de los problemas macro y nos generó un problema serio. Tenemos una deuda muy grande que no se invirtió en nada. No es que se invirtió en proyectos de infraestructura o en mejoras en la economía real, ni mucho menos. Empezamos el gobierno con restricciones cambiarias. Cuando las hay, aparece una brecha. La administran para que sigan en estos niveles el Ministerio de Economía y el Banco Central. Nuestro objetivo es salir de esa situación. No creemos en la desregulación cambiaria del gobierno de Macri, un claro fracaso, ni tampoco pensamos que sea un esquema a largo plazo. Son medidas restrictivas que aspiramos a ir flexibilizando en la medida en que la situación macroeconómica y externa se vaya normalizando.
—¿Cómo será 2022 en materia de brecha, corrección cambiaria e inflación?
—Está claro que el tipo de cambio tuvo una evolución por debajo de la inflación este año. Pero los términos de intercambio para Argentina mejoraron muchísimo. Esos son efectos que se compensan o se complementan. Argentina pudo devaluar menos porque tuvo un shock que permitió un mayor ingreso de dólares por exportaciones, tal como se ve con las liquidaciones del complejo agroalimentario, fundamentalmente. Lo otro son temas para la Ley de Presupuesto 2022 y de mi colega Martín Guzmán.
“Pretender una programación económica como si tuviéramos una economía normal sería voluntarismo”
—¿Que sea una coalición con distintos matices dificulta la construcción de lo que normalmente le reclaman, como un plan económico? ¿Es posible construir lo que se llama un plan ante tanta heterogeneidad?
—Tenemos un plan. Hay dos problemas con esto. Uno lo define muy bien mi amiga y colega Cecilia Todesca. Dice que el problema es que no es el plan que les gusta a ellos. Por eso cuestionan la supuesta falta de plan. Lo otro es que Argentina está acostumbrada, y más aún en el período de Macri, a esto de presentar un conjunto de Power Points con proyecciones muy vistosas pero que nunca se cumplen. Son puro voluntarismo, no tienen anclaje en la realidad. Hoy, con el nivel de incertidumbre que tenemos, nos parece poco responsable andar proyectando a veinte años, como hacía Nicolás Dujovne. No había ningún fundamento en eso. Nosotros vamos paso a paso. Comenzamos el gobierno con medidas claras. Presentamos una Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, que dio definiciones en temas fiscales, del sector externo, vinculados a deuda, al sector energético. Se planteó un esquema que rigió buena parte de las decisiones económicas. Después, naturalmente, implementamos medidas que tuvieron que ver con reacomodar el sector financiero. Empezamos el gobierno con tasas de interés arriba del 80%/90%, lo cual hacía imposible la inversión productiva. La pandemia generó un plan de salvataje. El ATP fue el mayor plan de salvataje de la historia argentina hacia el sector productivo. La mitad del trabajo registrado tuvo algún aporte vinculado al ATP. Al mismo tiempo, hemos implementado una serie de medidas de reactivación productiva y de planes que tienen que ver con la nueva matriz productiva. Hay iniciativas que confluyen, que intentan recuperar la previsibilidad macro.
—¿Hay un tema epistémico en relación con la definición de plan? ¿La crítica surge de una mirada más matemática de la economía?
—Hay cuestiones que tienen que ver con diferentes formas de entender la economía. Somos una fuerza política y un sector técnico que cree en la planificación. Hoy estamos en un escenario de emergencia. Estamos saliendo, esperemos, de la crisis del coronavirus. Todavía vemos señales de incertidumbre que falta despejar. Pretender una programación económica como si tuviéramos una economía normal, o que tendiente a normalizarse, sería voluntarismo. Sí estamos trabajando en esa normalización.
Por Jorge Fontevecchia
Producción: Pablo Helman y Debora Waizbrot.
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