El gobernador quedó empoderado tras el triunfo en el Imperio y obtiene un resultado vital en el primer turno electoral como jefe del oficialismo provincial. El amplio margen, en tanto, revalida la gestión de Llamosas. Duro revés para una generación del PJ, para la porción más alineada con el massismo y para el radicalismo de De Loredo y Ferrer.
Por Gabriel Silva.
Dicen que, salvo las propias, al gobernador Martín Llaryora las victorias de los candidatos que apoya le gustan que sean así: imprevisibles; y de un margen tranquilizador, aunque el suficiente como para no confundir quién es el líder. Con parte de esa lectura se entiende el triunfo de Guillermo de Rivas en Río Cuarto, el candidato que impulsaba el actual intendente Juan Manuel Llamosas para la sucesión y que después de algunas idas y vueltas, fundamentalmente por el temor a las consecuencias de un PJ fracturado, también terminaron acompañando desde el oficialismo provincial.
Con baja participación del padrón, De Rivas se impuso de manera contundente al radical Gonzalo Parodi y relegó a un duro tercer lugar a Adriana Nazario, la última pareja del exgobernador José Manuel de la Sota. Factor determinante para sostener este escenario de tercios y con resultado imprevisible hasta el final como corolario de la división del peronismo, paralizador incluso para los amantes de los pronósticos a la hora de cotejar con complejas derrotas en otros distritos de PJ fracturado.
Sin embargo, una vez más hubo masterclass de Llaryora para interpretar las campañas, los contextos y, sobre todo, las oportunidades. El gobernador entendió que había una porción del peronismo dispuesto a desafiarlo o a mirarlo por encima del hombro a ver cómo se desenvolvía en esta primera elección como jefe de la coalición oficialista, inmerso en una fuerte crisis económica y sometido casi a diario a ver la manera en la que lleva adelante su relación con el Gobierno nacional.
A partir de ahí, el primer acierto fue respetar la voluntad de Llamosas de respaldar a De Rivas como candidato. Aunque con una certeza clave por parte del heredero del cordobesismo: desde el minuto uno entendió que De Rivas no se iba a transformar en un obstáculo a futuro ni en un enano que podía llegar a crecer. Al igual que lo supo siempre con Llamosas, con quien la relación de fuerzas fue absolutamente desproporcionada por más que Llaryora le reconoce haber sostenido, gestionado en dos períodos y asegurado la continuidad en la capital alterna de la provincia con el contundente triunfo de ayer.
El otro acierto por parte de Llaryora en su rol de líder estuvo, además, en la manera en la que condujo al resto del oficialismo provincial hacia la opción De Rivas. Sobre todo al grueso del peronismo que entendió que el escenario más desfavorable no sólo era la derrota de De Rivas, sino un eventual triunfo de Nazario y la posibilidad del nacimiento de un eje PJ como contrapeso al llaryorismo. Así, desde los diputados Carlos Gutiérrez y Natalia de la Sota, hasta la vicegobernadora Myrian Prunotto, ministros como el influyente Manuel Calvo o el líder del bloque oficialista en la Unicameral, Miguel Siciliano, salieron sin especulaciones a respaldar a De Rivas y la gestión de Llamosas. Incluso con una jugada declaración de la hija del exgobernador que derivó en una serie de fricciones en el sur provincial.
La pelea por el ADN del triunfo
Como ocurre en este tipo de triunfos, para algunos más inesperados que otros, la paternidad de la victoria es claramente superior a la orfandad de la derrota. Sin embargo, previo al desembarco exitista del cordobesismo hubo también una acción de Llaryora a la hora de poner la gestión local, la coordinación con los funcionarios provinciales y hasta la negociación con despachos nacionales para resolver varios asteriscos que habían quedado pendientes en la agenda.
Como ejemplo, la interacción con funcionarios de Javier Milei para destrabar el tramo de la autovía a Holmberg o el arribo semanal de ministros y secretarios provinciales con actividad permanente. “A todos nos pidió bajar con agenda, gestión, acuerdo y medios de manera constante con la gente de Juan Manuel y ‘el Guille’” reconoció un ministro ayer a este diario.
Pasaron, entre otros Juan Pablo Quinteros, Laura Jure, Victoria Flores, Pedro Dellarossa, Calvo, Liliana Montero y una asidua escala de Prunotto tejiendo también una pata radical en el armado que derivó en escaños en el Concejo.
El reconocimiento a la gestión
Cierto es también que, al margen de los atributos en la estrategia provincial y, particularmente, de esta nueva generación del Panal, el llamosismo obtuvo un triunfo de estas características por la gestión. Amparado en el escaso nivel de participación del padrón, pero con una diferencia que revalida los ocho años de Llamosas.
“La Provincia jugó y muy bien, pero un triunfo por este margen no se obtiene si no se aprueba la gestión”, señaló un funcionario del entorno del intendente saliente y dijo que los que objetan la participación “buscan horadar la legitimidad del triunfo”. “Si la gente quiere cambiar el color político de una gestión, se moviliza y vota igual. No hubo vocación de cambio”, dijo.
Beneficiados en la escasez de recambio opositor
Hace casi dos semanas, Alfil advirtió que Río Cuarto podía reconfigurar el mapa político completo y que muy atentos a ello estaban Luis Juez, Rodrigo de Loredo y Marcos Ferrer. Juez, por pedido de Parodi, no participó en la campaña y anoche las críticas apuntaban al eje radical. Sobre todo a De Loredo por la comparación en ambas derrotas.
Que los tres sigan siendo las referencias opositoras puede ser un beneficio individual, pero la musculatura de Llaryora es insoslayable ante una oposición que luce atomizada y con fotos de una forzada e incómoda unidad, mientras el gobernador crece sin socios. Para peor en el arco opositor, el PRO hizo una pésima elección y los libertarios, con una mano del legislador Agustín Spaccesi, dejaron a Mario Lamberghini a las puertas del Concejo. Campaña, estrategias y resultados que en esta nueva era del cordobesismo ya se habían visto.
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