Trabaja 16 horas por día sin salario. Conoció al jefe de Gabinete en Tigre, por negocios inmobiliarios. Fue rugbier y le sobran contactos en la Iglesia. Los pingüinos desconfían de él.
“Soy un cretino como todos.” Con esa sinceridad, Jorge O’Reilly se presenta en el universo del kirchnerismo. Asesor ad honórem de la jefatura de Gabinete con despacho en Casa Rosada, exitoso desarrollador inmobiliario en Tigre, egresado del Colegio Cardenal Newman, ex jugador de rugby y descendiente del ex dictador Alejandro Lanusse, O’Reilly es hoy el principal asesor de Sergio Massa en temas empresariales y religiosos.
Hasta su incorporación al gobierno de Kirchner, era conocido por ser la cabeza visible de Eidico, un emprendimiento inmobiliario que nuclea a 12 mil propietarios en todo el país y tiene proyectos por un monto de inversión superior a los 400 millones de dólares.
Pese a que no tenía antecedentes en política, el asesor de Massa comenzó a trabajar 16 horas por día y se hizo conocido en tiempo récord entre los pingüinos. Funcionarios del Gabinete afirman a grabador apagado que Massa y O’Reilly comparten algo más que la pasión por la gestión pública. Pero el ex rugbier lo niega. “No tengo ninguna relación económica con Sergio. En Tigre, estuvo apenas seis meses como intendente y ni siquiera me quiso aceptar dinero para la campaña. Por eso, terminé apoyando a su rival, que era Ernesto Casaretto”, respondió ante la consulta de Crítica de la Argentina.
Su nombramiento despertó expectativa entre grandes empresas que imaginaron que encontrarían en él un camino para eludir los malos modales del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. O’Reilly se reúne en forma periódica con las tabacaleras para consensuar una ley de Tabaco y recibe a las multinacionales que se dedican al rubro aceitero. Pero algo viene fallando. “Las promesas se quedan en el aire y el que manda es Moreno”, se quejó ante este diario un hombre de negocios.
En el Ministerio de Economía, cuestionan su protagonismo. El día que vio por primera vez al ministro de Economía, Carlos Fernández, se llevó a Massa a un rincón para preguntarle “¿quién es el barbeta?”.
O’Reilly tiene 39 años y conoció a Massa en los 90, durante un festival en Rincón de Milberg. El asesor cantaba con su grupo Los Isleños y fue otro “joven” de la generación el que los presentó: el macrista Horacio Rodríguez Larreta. Años después, cuando el jefe de Gabinete era diputado provincial, el empresario le fue a pedir que intercediera ante la secretaria de Tierras y Vivienda bonaerense a favor de uno de sus proyectos inmobiliarios. Desde entonces, afirma, sólo se vieron cuatro o cinco veces. Pero en una de ellas, Massa lo citó a la ANSES para proponerle que fuera su candidato a intendente en Tigre, pero no pudo convencerlo. “No sé si Sergio es canoninazable o no, pero no me podía negar a su ofrecimiento”, les explica O’Reilly a sus amigos.
Massa le tiene tanta confianza que, hace un mes, trató de ungirlo como embajador en el Vaticano. Católico fervoroso, O’Reilly llegó a cosechar el respaldo de sectores afines a Benedicto XVI, pero no logró el apoyo de la Presidenta, que finalmente optó por Juan Pablo Cafiero.
En el momento en que el matrimonio presidencial debía decidir el reemplazante de Alberto Iribarne, el jefe de ministros y su asesor recibieron en la Casa Rosada al canciller del Vaticano, Monseñor Dominique Mambertí, y al nuncio Adriano Bernardini. Poco después, desde el Vaticano le hicieron saber al canciller Taiana que O’Reilly era el preferido para el cargo. El empresario también pretende resolver el entuerto del gobierno nacional con la Iglesia por el caso Baseotto: hizo un análisis jurídico del obispado castrense e intentó recomponer la relación con el capellán que sugirió tirar al mar al ex ministro Ginés González García.
Pero en el ámbito eclesiástico tampoco se lleva bien con todos. El egresado del Newman le recomienda al Gobierno que establezca un vínculo institucional con el nuncio y deje de lado al cardenal Bergoglio porque, tal como le susurra a Massa, hace “política partidaria”. Su salto a la función pública no le quitó la costumbre de hablar con eslóganes empresariales. Su pragmatismo y desconfianza de las ideologías lo pone en sintonía fina con el jefe de Gabinete. Y como beato no logra convencer a nadie. “No tengo muertos en el ropero, si querés pensá que no tuve tiempo, pero no los tengo”, jura O’Reilly.
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