Al negarse a apoyar a Daniel Scioli en el balotaje, Sergio Massa lució el tono arrogante de los meses posteriores a su triunfo en las legislativas de 2013, gesto del cual se autocriticó este año. Pero también olvidó la (mala) experiencia de dirigentes peronistas que apoyaron a otras fuerzas y que luego se fueron irremediablemente al olvido, como Carlos Menem o Carlos “Chacho” Alvarez.
Massa prefirió mantenerse abrazado al rencor hacia un gobierno que está de salida, a tener un gesto no con Scioli, sino hacia el peronismo en general, fuerza en la que piensa militar en el futuro, algo imcomprensible. Menem pagó en 2003 haber saboteado las posibilidades de Eduardo Duhalde en ’99. Nunca pudo volver ni siquiera a conducir el PJ riojano.
Chacho Alvarez, quien en el ‘95 enfrentó PJ en fórmula con el mendocino José Octavio Bordón, más tarde se alió a la UCR en la Alianza y fue arrastrado por su debacle, fue rescatado generosamente por Néstor Kirchner, pero sólo para cargos fuera del país. Hoy para el peronista común, de cualquier parroquia, él, Bordón o Menem, ya no significan nada.
Sus voceros hicieron saber a la prensa que Massa prefiere una derrota del candidato del Frente para la Victoria y el PJ, para avanzar luego a la conquista de la conducción del… PJ, vía José Manuel de la Sota, quien junto a Roberto Lavagna también ratificó que no votará al candidato del FPV.
Lavagna, por su edad y trayectoria, ya no tendrá muchas posibilidades; De la Sota es un gran líder del PJ en Córdoba pero desde el 2003 no ha podido nacionalizar su figura y ha fracasado tres veces en instalar su candidatura presidencial. Pero Massa tiene 44 años, un futuro político que arriesga al recaer en posturas altaneras y soberbias, por las que ya pagó un alto costo.
En 2013, tras su victoria bonaerense en las legislativas, se sintió futuro presidente y se lo hizo sentir a propios y extraños. Olvidó la tarea de construir y a principios de este año empezó a perder compañeros de ruta. Se arrepintió y así lo expresó. Pero ahora vuelve a tropezar con la misma piedra, creerse lo que no es, desde un lejano tercer puesto y sin tomar en cuenta la experiencia.
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