El ministro tiene razones de peso para la pretensión de evitar las PASO. Prevenciones ideológicas, vidas pasadas y una ventaja insuficiente incentivan la competencia.
Por: Sebastián Lacunza.
Sergio Massa cambió esta semana de tono y de tema. Nueve meses en el Ministerio de Economía abocados a “la solución de los problemas” frente a “los ruidos de la política” —salvo alguna conveniente distracción, como el affaire Aracre— dieron paso al testeo de las aguas para una candidatura presidencial. El giro contó con conocidos condimentos del mundo Massa: talento escénico, aceitado sistema de relaciones y la osadía —o temeridad— que lo acompaña en sus decisiones.
El gruñido permanente que habita el espectro acústico del Frente de Todos sirvió como puente de plata para que Massa acumulara durante meses photo opportunities con empresarios, gobernadores, funcionarios del FMI, dirigentes territoriales y sindicalistas. Le valieron para distinguirse tanto de la pelea política como de la agenda que lo arrincona: el dólar, las reservas en el Banco Central y su síntoma por excelencia, la inflación, ese martillo mensual que golpea los hogares, en especial, los del tercio más humilde. Es decir, la base electoral peronista.
En su variante de estos días, Massa puso el foco en el objetivo que ya anticipaban quienes lo interpretan de cerca ante la letanía de la pregunta periodística: “¿Sergio quiere?” “Cuando haga falta, va a mover”. Pero anticipaban: “No se va a desangrar en una interna”.
Habló en voz alta, clara y a repetición. Martes, en la Amcham, casi de local: “Dirimir diferencias en una primaria es un gravísimo error”. Miércoles, junto a Axel Kicillof, en la inauguración de un gasoducto en el oeste bonaerense: “Las internas resuelven vanidades políticas”. Jueves, en el anuncio de un plan avícola en Navarro: “No nos entra un quilombo más”.
¿Eso quiere decir que Massa va a ser candidato a presidente de lo que surja del Frente de Todos? Un político que se enciende con la velocidad, aunque el rumbo no esté claro, considera prematuro decidirlo. No es el único en esa situación, por más atracción por el riesgo que lo haya conducido hasta ahora.
Bienvenidos a la cornisa
A mes y medio del comienzo de la formalización de frentes electorales y candidaturas, ciertos protagonistas juegan a maximizar la incertidumbre para ganar fuerza en la negociación final, clásico del cierre de listas. Flotan en el aire desde la unidad y el contorno de las dos principales coaliciones, hasta la fecha de las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Cunde el desconcierto en Juntos por el Cambio, por empezar, ante la anomalía que significa la evidente mayor sintonía de Patricia Bullrich y Mauricio Macri con Javier Milei antes que con otros integrantes de su alianza. Todo parece pender de un hilo y allí está para jugar al lego de la democracia el más Supremo de los supremos, el Opinador de la emisión monetaria, el Guardián del capitalismo, el Firmante de sus propias designaciones, el Hacedor de bendiciones y condenas, el Administrador de las decenas de miles de millones del Poder Judicial, el Plenipotenciario Jefe de Silvio Robles: Horacio Rosatti. ¿Le parecerá bien el calendario electoral? ¿Evaluará que alguna idea en circulación amenaza la Constitución? ¿Todos los candidatos que asoman estarán habilitados? ¿Algún expediente para sacar del cajón?
El ministro de Economía no quiere primarias. Es lógico. Si llegó para “hacer” en un gobierno al que le costó dar medio paso sin que estallara un conflicto, sería contraproducente iniciar un proceso electoral con el martillo inflacionario sumado a la fricción de la competencia interna, que suele ser degradante. De acá al 24 de junio, cuando vence el plazo de oficialización de las listas que participarán en las PASO, a Massa lo aguardan microbatallas cotidianas por las reservas, la inflación y el gasto público. De cómo transite esa cornisa dependerá que su candidatura se esfume o cobre fuerza.
Si Massa llegó para 'hacer' en un gobierno al que le costó dar medio paso sin que estallara un conflicto, sería contraproducente iniciar un proceso electoral con el martillo inflacionario sumado a la fricción de la competencia interna
Además de evitar el abismo económico y, si lo logra, coordinar su reemplazo, Massa necesita certezas para pelear la presidencia. Primero, tener chances de ganar el voto de la base cristinista. Factible, no sencillo. El ministro no nació ayer y el electorado, aunque a veces no parezca, tiene memoria. Un paso inexorable para vencer resistencias es el orden que sólo la vicepresidenta podría imponer en La Cámpora y el resto de los cristinismos, que cada tanto despiertan con ínfulas antiimperialistas. Eso, con el amigo de los halcones de Estados Unidos, no va.
Un tercer componente es la adhesión del resto el sistema peronista: gobernadores, intendentes y dirigentes, incluidos kirchneristas, que miran con perplejidad la imagen del paravalanchas al que se suben Máximo Kirchner, Mayra Mendoza y el Andrés “Cuervo” Larroque en los actos de Cristina. Otro período presidencial con La Cámpora en la trinchera apuntando hacia adentro es para algunos una pesadilla a la que prometieron no volver. La unidad peronista es conseguible con orden y competitividad. Si eso no existe, mejor que cada uno haga su juego.
Algo para decir
Ganar el voto de la izquierda ideológica kirchnerista es un capítulo aparte. Su mundo académico, parte del movimiento de derechos humanos, los asamblearios del 2001, la minoría batalladora surgida de la 125, los veteranos de la Fede, trotskistas que eluden el “todo es lo mismo” (oxímoron), progres, Ofelia Fernández, les pibes de los que surgió, los fans moderados de 678 (oxímoron), los lectores estoicos de Página 12, ATE, CTERA, algunos Metrodelegados, los cuatro cordobeses que predican contra Cadena 3, la maestra rural entrerriana azorada por los agrotóxicos y habitués de la Sala Lugones del San Martín tendrán algo para decir.
La elementalidad de la línea que baja Máximo Kirchner no permea tan fácil en ese conjunto. Entre ellos cunde mucho más de lo que se admite una mirada crítica a la Cristina inexplicable de los últimos años, pero tiran la presunción de que se viene una batalla fuerte que necesitará su liderazgo y un cuore que late de memoria. Tampoco es que sean tan puristas, ya supieron estacionar convicciones en nombre de la unión por el espanto. Si Cristina lo pide, ¿van a militar a Massa?
Otro período presidencial con La Cámpora en la trinchera apuntando hacia adentro es para algunos una pesadilla a la que prometieron no volver
Seducir a ese segmento, minoritario pero intenso, es desafiante para el incipiente candidato, pero las dificultades también asoman en la otra punta, la nomenklatura peronista de las provincias. En una de sus vidas pasadas, Massa ubicó al Frente Renovador en alianzas provinciales con el PRO y la UCR, y todavía quedan resabios de ese viaje. Carlos Haquim, vicegobernador de Gerardo Morales en Jujuy, acaba de ser electo diputado provincial para defender lo conquistado. Ya no se dice massista, se reafirma peronista. En Mendoza, parte del massismo se anotó en la Unión Mendocina con la que Omar de Marchi desafía al radical Alfredo Cornejo, en una competencia de derecha a cara descubierta. Con esas cartas credenciales, Massa necesita buscar el apoyo de un arco de gobernadores que vio al Frente Renovador en la vereda de enfrente durante gran parte de la última década.
Votos para ordenar
El ministro podría resolver buena parte de las prevenciones si su candidatura exhibiera una fortaleza en votos que, por ahora, se muestra insuficiente.
Cristina tenía la ventaja de imponer orden sea por el consenso pragmático o por el desaliento de rivalidades que correrían el riesgo de quedarse afuera de todo. Como triplicaba o sextuplicaba la intención de voto de Alberto Fernández, su pretensión de saltearse las primarias tenía un argumento de peso. Si la vicepresidenta usaba la lapicera para anotar postulantes adheridos a su propia boleta y les vetaba ir con otros, sus eventuales contrincantes del Frente de Todos se habrían visto en severas dificultades para completar casilleros y conseguir militantes en el territorio. Habría sido, coinciden todos los encuestadores, una interna testimonial.
Sin la vicepresidenta en la contienda, el escenario es otro. La hipótesis del traslado automático de los votos de Cristina a cualquiera que ella beneficie con el dedo (Massa, “Wado” de Pedro) se desinfló. Sólo Axel Kicillof conservaría esa condición.
“En una pelea de candidatos del Frente de Todos ‘enanos’ en cuanto a intención de voto, Massa sigue siendo el más competitivo. Está unos escalones por arriba del resto, pero a una distancia no muy significativa”, indica Lucas Romero, director de Synopsis.
Gustavo Córdoba, de Zubán & Córdoba, pinta una foto similar, y agrega un movimiento. “Massa ha caído y eso genera una competencia interna que pocas semanas atrás no se veía. En ese contexto debe leerse la mejora de (Daniel) Scioli y de (Agustín) Rossi”. Esos puntos que suben el embajador en Brasil y el jefe de Gabinete tienen un correlato en la renuncia de Alberto Fernández a la reelección presidencial.
Así las cosas, los escalones “no significativos” suman incentivos para un armado entre Scioli, enemigo íntimo de Massa, y Rossi, o Juan Grabois u otra opción por izquierda. No se trata sólo de una presión por arriba, sino también del efecto llamada a presentar candidaturas alternativas en las intendencias del Gran Buenos Aires, aunque Massa y Cristina cierren las listas.
El juego de Kicillof
La falta de certezas, la presión de Máximo Kirchner y la peor de las hipótesis —el desplome del peronismo hasta el tercer lugar en el tramo presidencial— llevan a Kicillof a jugar con la idea del desdoblamiento, incluso a costa de perder la división del voto de derecha sin el efecto arrastre de Milei si las elecciones fueran unificadas.
Romero advierte que el corte de boleta entre el segmento presidencial y el de gobernador rara vez supera el 10%. La prueba más significativa de ello fueron los decisivos cuatro puntos porcentuales por debajo de Scioli que dejaron a Aníbal Fernández fuera de la gobernación de Buenos Aires en 2015, en beneficio de María Eugenia Vidal.
Por más confianza que se tenga Kicillof —cuya justificación está por verse—, una elección separada, a todo o nada, con lJuntos por el Cambio unido y la opción libertaria licuada por no estar atada a Milei, tiene más apariencia de fuegos artificiales destinados a impresionar a un receptor oculto que a una hipótesis real.
Alquimias con plazo fijo
La economía podría decidir la suerte de estas alquimias politiqueras. En 2021, cuando el PBI comenzaba a recuperarse tras las caídas abismales de la pandemia y el bienio final de Mauricio Macri, el Frente Todos perdió 35% de sus votos de dos años antes. El mapa electoral muestra que, en su mayoría, fueron ciudadanos que eligieron quedarse en su casa.
Desde entonces, el desarreglo político en el oficialismo se agravó y cristalizó, la actividad continuó su recuperación hasta hace poco, hay más empleo, pero los ingresos del tercio de trabajadores informales se siguieron deteriorando sin fondo. Los números del primer trimestre de 2023 ratifican una dinámica que se da en los últimos ocho años. Son argentinos que no pagan ganancias, algunos no tienen ni la posibilidad de aprovechar los descuentos en el supermercado, no tienen voz en las reuniones de Amcham, una parte de ellos son agredidos, despreciados y estigmatizados por los candidatos de las derechas y su alter ego, los canales de noticias; viven en casas y barrios muy deteriorados y no están representados por los líderes de la CGT que hoy se prestan a fotos con Massa y —no importa cuándo leas esto— el presidente en funciones.
Una lectura recorre facciones oficialistas y es la que, en definitiva, lleva a Massa a ofrecer su corazón. La competencia entre JxC y Milei por ver quién se muestra más decidido a llevar a cabo cierres, despidos y rebajas salariales, y mano dura para todo el mundo menos los privilegiados, convocará a los más humildes y a parte de la clase media a votar en defensa propia. A la hora de la verdad —interpretan— volverán a expresarse valores acendrados en la sociedad argentina.
Hay dirigentes que sienten una convicción íntima de que el peronismo está llamado a representar esa voz por designio histórico. Harían falta estrategia, liderazgo, coherencia y candidato para semejante gesta.
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