POR RICARDO KIRSCHBAUM
Con ese contexto y desde el territorio elegido, el discurso debe leerse en clave interna. La Presidenta puede haber expresado dos preocupaciones: la morosidad de Scioli para enancarse en la campaña kirchnerista y la amenaza que significaría para los planes de la Casa Rosada el lanzamiento de Massa.
A ambos los descalificó sin nombrarlos siguiendo el esquema argumental que inauguró en el gran acto del 25 de Mayo. Dijo que hay dirigentes a los que “nada los toca” y que están confortables con un “millón de amigos”. Y remató pidiendo que se imaginen a ellos “enfrentando a las corporaciones, el FMI, la ley de medios o discutiendo por los trabajadores y jubilados ”. El sábado pasado, desde el palco, la Presidenta inauguró la nueva “década” sembrando el temor sobre quienes pueden llegar a la Casa Rosada para “terminar” con todo lo que dice el kirchnerismo que hizo.
No es extraño, entonces, que ahora se haya dedicado elípticamente a Scioli y a Massa. A uno le reclama que se juegue personalmente en las elecciones, en medio de rumores de un acuerdo secreto entre el gobernador bonaerense y Francisco de Narváez, quien aparece disputándole a Alicia el primer lugar en la provincia. Y a Massa lo sacude porque el intendente de Tigre puede ser la sorpresa que deje patas para arriba el tablero político si se presenta como alternativa en las elecciones legislativas.
Todas las encuestas en territorio bonaerense muestran a Massa nítidamente arriba de cualquier otro candidato.
En su discurso, la Presidenta mostró su decepción por el gasto generoso para crear y sostener un formidable aparato de propaganda que, en el infortunio, es inútil e ineficiente para ayudar al Gobierno.
Es interesante, también, que Cristina se haya dedicado a los suyos en sus críticas. Quizá haya advertido que ya no hay una defensa compacta de su gestión y, mucho menos, de quienes están involucrados en denuncias de corrupción.
Cristina dijo que está “cansada de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mí de idiota”.
El párrafo pareció dirigido a los dirigentes y sectores que no se han encolumnado a rechazar las gravísimas denuncias de corrupción, sobre todo al sistema que habrían armado Néstor Kirchner y Lázaro Báez con las licitaciones de obras públicas.
Es que aún en el apoyo al Gobierno hay limites cuando se trata de salir a justificar el dinero sucio de la política.
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