El presidente de la Cámara de Diputados se ufana de decir lo que piensa. Y marcar sus diferencias con otros actores del Gobierno. Defiende la propiedad privada pero esto no detiene las tomas. El interés por cuidar los votos propios.
La lectura fue inequívoca. Cuando en la carta difundida el lunes, Cristina Kirchner elogió su esfuerzo de “resignar la primera magistratura para construir un frente político con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos…”, hablaba de Sergio Massa.
Los memoriosos recordaron cuando en una entrevista con Luis Majul, en septiembre de 2018, Massa dijo que si no existieran los fueros, Cristina estaría presa.
Por lo que se lee, Cristina es de las memoriosas.
Por lo que se advierte, en estos días Massa no se esfuerza, al menos públicamente, para ayudar a ese olvido. Al contrario, de un tiempo a esta parte, y en paralelo a la kirchnerización del gobierno (reforma judicial, cepo cambiario, toma de tierras), el tigrense volvió a marcar diferencias y a jugar al distinto, cualidad que le dio resultados en el pasado y que le permite cuidar votos, su principal interés, y el capital con el que negoció su llegada a la presidencia de Diputados.
Veamos. Invitado al programa de Mirtha Legrand (hoy en verdad de su nieta Juana Viale), el siempre sonriente Massa afirmó: “En las coaliciones hay actores que no piensan igual. Yo no dejo de decir las cosas que pienso sobre el uso de las Taser, ni de defender la propiedad privada”. Para agregar: “Defiendo la propiedad privada, en mi coalición hay gente que no”.
¿Quiénes son los que no lo hacen y de los que se distancia críticamente Massa? La lista la encabeza Juan Grabois, el más explícito, actual ocupa en el campo de la familia Etchevehere en Entre Ríos. Pero incluye a quienes la defienden con gestos suaves y discursos ambiguos, como Kicillof, que emparentó las tomas con los barrios privados de su provincia, en una legitimación disfrazada; o la propia Cristina, que prefirió hacer referencia a que también existen en Chile, sin un gobierno "populista" e invitó a "debatir en serio el tema"; e incluso al presidente Alberto Fernández, que definió a la ocupación del campo en Entre Ríos como “cosas que pasan entre los ricos”.
Massa disiente hasta dónde se lo permiten, puede especularse. El y todos saben que la kirchnerización de su discurso significaría perder los votos que permitieron a Alberto Fernández llegar a la presidencia.
Pero también es cierto que a medida que el gobierno extrema sus posturas, las diferencias que Massa intenta mostrar como matices se transforman en esenciales e inhibitorias. El reconocimiento de la propiedad privada no es un detalle menor en la armadura ideológica de cada cual, obviedad que debería ser innecesario aclarar.
Así, lejos de tranquilizar a quienes asisten a la desarticulada marcha del Gobierno, la definición de Massa inquieta porque exhibe el pecado original: el agrupamiento de gente con ideas, en los casos extremos, antagónicas. Y la imposibilidad de hallar una síntesis común.
¿Es posible una coalición eficiente con estas características de origen? La respuesta se advierte en la realidad.
Fue exitosa como armado para un proyecto de poder. Pero no para consolidar una idea de país. En principio, porque la idea de país no es la misma para todos.
Un detalle final. Massa se ufana de su capacidad de decir lo que piensa. ¿Es suficiente? Puede pensarse que sí. Pero también podría ocurrir que sus disidencias se adviertan como insuficientes. ¿De qué sirve que exprese sus críticas si no ayuda a frenar a Grabois en su avanzada, ni a los autodemonimados mapuches en la Patagonia, ni a apurar el desalojo de Guernica?
Una crisis que no se sabe cuándo ni dónde termina exige más que el planteo de diferencias. Está claro que no fue elegido sólo para decir lo que piensa. Eso ya lo hacía antes de ser gobierno. Hoy nadie vería con malos ojos si intentara un poco más.
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