Para quienes no manejamos el idioma de Goethe la palabrita es bien difícil: Bundesnachrichtendienst. El trabalenguas se simplifica si se apela a la sigla BND. Se trata del Servicio Federal de Inteligencia, el organismo de espionaje exterior de Alemania que depende directamente del canciller, en este caso la muy poderosa Angela Merkel.
Por Julio Blanck
¿A cuento de qué viene esto? A que emisarios del BND pasaron por Buenos Aires semanas atrás para reunirse con directivos de la nueva Agencia Federal de Inteligencia, el cambio de nombre con que el gobierno de Cristina reemplazó a la vieja SIDE.
Según fuentes del mundo de los espías, los alemanes no vinieron a hablar de intercambio de información ni de operaciones conjuntas: vinieron a hablar de negocios.
Al parecer el nuevo jefe de la inteligencia estatal, Oscar Parrilli, se entusiasmó con la idea de construir una nueva sede para la AFI, algo así como un edificio tecnológico de última generación.
El emprendimiento, razonablemente, atravesaría la gestión de esta administración y de la próxima. Quizás parte del encanto de la iniciativa era que podía licitarla el kirchnerismo ahora y ejecutarla el que venga después. Sería mucha plata circulando. Obra pública para todos.
Pero después de los primeros sondeos el entusiasmo por la nueva sede tecnológica parece haber menguado. Parrilli, un emprendedor entusiasta, se conformaría con un plan de reformas en el edificio histórico de la SIDE, en la calle 25 de Mayo a metros de la Casa Rosada.
Dos arquitectas que revistan en el equipo que se llevó de la Secretaría General de la Presidencia tendrían papel protagónico en las remodelaciones. No hay que desdeñar la capacidad constructora del nuevo jefe de la vieja SIDE: bajo la batuta de la Presidenta, Parrilli se ocupó de varias oleadas de refacciones en la Casa Rosada, que la dejaron notablemente mejorada y embellecida.
Qué tiene que ver esto con conducir el sistema de espionaje estatal es una pregunta que sólo hacen quienes no entienden la lógica del modelo kirchnerista.
A los del BND les explicaron que el megaproyecto no iba a andar. Igual habrían acordado alguna forma de asesoramiento en materia tecnológica. Al final de cuentas, se trata de gente conocida.
En noviembre pasado, el periodista Daniel Santoro reveló en Clarín que el Gobierno había comprado a Alemania equipamiento destinado a interceptar llamadas telefónicas y correos electrónicos.
Fuentes de inteligencia aseguran que ese moderno equipamiento sigue siendo inferior al que dispone el espionaje militar que reporta al verdadero jefe de la inteligencia del Gobierno, el teniente general César Milani.
Cuadros de la antigua SIDE, hoy al mando de Parrilli, responderían operativamente a Milani. Cuentan entre sus recursos más avanzados con una veintena de equipos móviles de intercepción electrónica y escucha, que estarían montados en autos y camionetas que se desplazan por calles y avenidas en zonas determinadas y circuitos prefijados.
Pero sería injusto suponer que los asuntos edilicios son los únicos que ocupan las horas del buen Parrilli. En verdad, el nuevo Señor Cinco está concentrado en el objetivo político central de su gestión, que es llevar adelante la guerra contra el ex jefe operativo de la SIDE, Jaime Stiuso.
Aquí hay una auténtica novedad: para mejor cumplimiento de esa misión, Parrilli se convirtió en un jefe de inteligencia que vive dando reportajes. La locuacidad pública no suele maridar bien con el mundo secreto de los espías. Pero estos son tiempos de relato.
A Stiuso lo echaron promediando diciembre después de haber mandado en la SIDE por casi tres décadas. Se le había ido de las manos al Gobierno y sobre todo estaba fisurado el control de la Justicia, que Cristina tanto demanda. Un mes después sobrevino la denuncia del fiscal Alberto Nisman contra la Presidenta y enseguida la oscura muerte del fiscal. Desde hacía diez años Nisman trabajaba bajo el monitoreo de Stiuso.
Al Gobierno no hay quien le saque de la cabeza que Stiuso tuvo que ver con la denuncia de encubrimiento en el ataque a la AMIA y con la muerte de Nisman. Quienes piensan distinto, todavía no encontraron pruebas para refutar esa hipótesis a la que la Presidenta se aferra con fervor autoexculpatorio.
Stiuso es el enemigo público número uno y van por su cabeza. Removieron parte de su estado mayor, le cortaron circuitos de abastecimiento, lo persiguen judicialmente y le ampliaron la denuncia por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito.
El hombre está en la mala pero tiene cómo defenderse: la difusión de los nombres de 138 agentes designados desde la llegada de Parrilli, con profusión de cuadros de La Cámpora y del kirchnerismo puro, se pareció mucho a una gentil devolución de los desplazados. Que siguen teniendo múltiples enchufes dentro de La Casa de la calle 25 de Mayo, pero a los que cada día les van derrumbando otra posición.
Para darle una vuelta más de tuerca a la guerra con Stiuso ahora el oficialismo apelaría a su reserva estratégica: mandarían a la batalla a las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, para recordar el papel de los servicios de inteligencia durante la represión ilegal en la dictadura militar.
Es cierto: nada dijeron durante la larga década en la que Stiuso sirvió a los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner. Pero el relato ya demostró largamente que las necesidades suelen ganarle la pulseada a las convicciones. Cada cosa a su tiempo.
Detalle curioso, de esa represión ilegal está acusado de participar el teniente general Milani. Pero de eso no se habla.
Por cierto, el descabezamiento de Stiuso fue aplaudido, con la discreción del caso, por personajes de la política que tuvieron ocasión de interactuar con el todopoderoso espía en estos años de democracia.
Uno de estos políticos, hoy opositor, recordó que Stiuso tenía una frase para graficar cómo terminaba controlando a las sucesivas conducciones políticas que le fueron poniendo. “A todos los que vienen acá yo los contagio de sida”.
Esto es, que impregnaba a los funcionarios políticos de la lógica, los procedimientos y las ventajas del trabajo secreto. Y que una vez adaptados a ese sistema, él seguía operando según su propia conveniencia.
Algo de eso quizás ocurrió con Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, jefe y subjefe de la SIDE nombrados por Néstor y que después de la década ganada cayeron en diciembre junto a Stiuso.
A Larcher además lo pusieron en la máquina de picar judicial por el caso Nisman, quizás porque Cristina no le perdona su amistad con Sergio Massa y el hecho de no haberle advertido que el crédito de Tigre se lanzaba como candidato en 2013 dispuesto a arruinarle el plan de re-reelección, como finalmente ocurrió.
Larcher declaró el jueves ante la fiscal Viviana Fein, que investiga como puede –y puede poco– la muerte de Nisman. Las fuentes de inteligencia aseguran que no dijo nada que pudiera comprometer al Gobierno. Larcher es un soldado.
En cambio otro ex jefe de espías, Alberto Mazzino, más vinculado a la línea tradicional de La Casa, contó algunas inconveniencias en sede judicial, según reveló el diario La Nación. Por ejemplo, que las escuchas de la vieja SIDE eran utilizadas muchas veces con fines políticos y su contenido se informaba al Gobierno. Chocolate por la noticia.
Más allá de estos avatares, la nueva AFI sigue adelante con sus planes.
José María Olazagasti, mano derecha del ministro Julio De Vido, encargado de muchas tramitaciones que no debían ver la luz, conserva su despacho en el Ministerio de Infraestructura pero ahora también tiene oficina en 25 de Mayo. Funciona como número tres de la jerarquía política de la AFI.
Allí hace lo de siempre: habla con intendentes, con jueces, con funcionarios y dirigentes. Escucha, consulta, pide instrucciones y arbitra los medios para convencer. Lo pusieron allí para que se quede cuando se vaya el Gobierno.
El número dos, Juan Martín Mena, lleva el trabajo del día a día. Centraliza la operación sobre la Justicia, territorio que conocía en tanto llegó desde el ministerio respectivo. Era habitual su tráfico intenso en los tribunales, con suerte diversa.
Su laboriosidad parece haberle granjeado cierta consideración de los que sobrevivieron a la era Stiuso. “Es el que trabaja” dicen esas lenguas que hablan mal de todos.
A Parrilli, en cambio, le adosaron un sobrenombre poco decoroso vinculado a sus largos años como asistente personal de Néstor y de Cristina desde la Secretaría General. Pero es el que tiene la confianza de la Presidenta. Es lo que cuenta y lo que alcanza. Por ahora.
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