Por: Roberto García. Detrás de las revelaciones que pueden cambiar prácticas de políticos, empresarios y sindicalistas.
Sargento, como Cabral. Con menos heroicidad, claro. Pero famoso, este año al menos y tal vez otros por venir, debido al asedio de un trastorno –se supone– que lo compelía a registrar en cuadernos escolares puntuales actos propios y de sus superiores civiles en tiempos que servía, como chofer, en el ministerio de Julio de Vido y del kirchnerismo (el que hasta hace dos días aún le daba albergue laboral en el municipio de Mussi, Berazategui). Confeso transportador de su jefe inmediato, el ex viceministro Baratta, para el acopio y traslado de bolsos y bolsas con dinero que explican la cesión y licitación de obras para determinadas empresas relacionadas al sector público. Oscar Centeno, pensionado militar, menos de 20 mil pesos por mes, 13 hijos, tres matrimonios, coleccionista de recuerdos con caligrafía de otra época y prosa de informante. Una inesperada derivación literaria, si se quiere, de “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville, aquel memorable cuento de mediados de 1800, objetor de ciertas formas del capitalismo, hombre que aceptaba los encargos y luego, en su ejercicio, se desprendía de la cadena de autoridad con la argucia: “Preferiría no hacerlo”. Curiosidad psicológica en la comparación. Altamente probable: Centeno nunca supo de esta obra maestra, pero su diario compulsivo confirma un sistema expoliatorio siempre conocido, pocas veces investigado, que no solo se derrumba con la divulgación sino que también modifica prácticas comunes de la política, los empresarios, los sindicatos, los magistrados. Excusas y realidad. Como suele ocurrir, se discutirán formalidades jurídicas, las razones tardías de la publicación, su origen, el carácter de “operación” de la denuncia, los intereses y aprovechamientos partidarios, hasta la autonomía e integridad del mensajero que entregó esas anotaciones a la Justicia: el periodista Diego Cabot. Víctima y beneficiario de otro delivery inconsciente del propio Centeno. Empezó entonces el proceso del siglo con presos, imputados e indagatorias, el juez Claudio Bonadio a cargo, tal vez en su última actuación antes de jubilarse. Podría ser un mutis a toda orquesta. La apertura de esta etapa incluye la odiosa e histórica disputa del magistrado con la ex presidenta, a quien aspira a encarcelar por participar en la asociación ilícita, hoy a salvo de la celda por el imperio del fuero, ese privilegio de nobleza que se le concede a los senadores por encima del resto de los habitantes, todos presuntamente iguales ante la ley. Dato singular: este juez, discreto y silencioso, debe ser el más amigo del rubro con alguien que ha utilizado todo tipo de argumento para proteger a la viuda de Kirchner: el papa Francisco. Nadie sabe, sin embargo, si discrepan sobre Cristina: son secretos vaticanos. Se conocen de antes, Bonadio no reniega de su peronismo ni de la marchita, tampoco el paso común y compartido por Guardia de Hierro. De hábitos austeros en relación con buena parte de sus colegas federales, hoy Bonadio aspira a que su mayestática causa sea avalada por la Sala l que habrá de considerarla. Habrá demora: de los tres integrantes, solo hay dos magistrados en esa Cámara, Bruglia y el recién designado Llorens, quien por razones de parentesco habrá de excusarse para opinar: es primo del ex funcionario del mismo apellido complicado en la investigación, también preso, sospechado miembro de la cúpula corrupta del ex ministro De Vido. Del juez, al margen del desdén que se corresponden con Cristina, no habrá quien lo asocie con el diario La Nación –medio que instaló el descubrimiento de las anotaciones de Centeno– y, menos, con el Presidente Macri, de quien debe disponer una opinión semejante a la de su interlocutor en Roma. Aun así, el ingeniero está exultante, ha dado varias vueltas olímpicas por el descubrimiento y el proceso desatado. Ni parece reparar en cierta vecindad con los presuntos ilícitos denunciados: 1) es primo de quien fuera titular de Iecsa (soterramiento del Sarmiento), Angelo Calcaterra, a quien le había vendido la compañía en su momento desde Sideco tipo “pagámela como puedas”, 2) participación en un negocio de fulminante prosperidad con otra empresa vinculada, Isolux, de triste historia y 3) el parentesco de su esposa y él mismo con un socio de su familiar detenido en el caso de los cuadernos, Glazman. Al revés de Macri, a la doctora Kirchner no le causa gracia la novedad de este juicio, ya que fue convocada a declarar y le reclaman permiso al Senado para allanarle el departamento. Ayer respondía en un acto de origen sindical, pero sin decir en ningún momento: juro no haber visto plata, montones de plata, ni haber olido la repugnante humedad de ese dinero, en el departamento de Recoleta en el que ahora vive y al que volvió a visitar, como mandataria, unos días después de la muerte de su marido. De lejos, el episodio de las anotaciones encuadernadas por Centeno supera en volumen dinerario y complejidad a las revelaciones sobre los aportantes truchos en la última campaña de María Eugenia Vidal, hallazgo del periodista Amorín. Por más que esas anomalías y delitos sean extensibles a todos los partidos y en fechas diversas, reconozcan paralelismo con otros países –finalmente Rajoy debió dejar su puesto por una situación semejante– la nómina y falsedad de los contribuyentes afectó los vínculos en el poder de Cambiemos. Justo explotó cuando Macri estaba desgraciado por la crisis del dólar, cuando varios de su entorno entonces imaginaban que no podía seguir con su pretensión de sucederse y hasta propiciaban alternativas, la más conveniente protagonizada por la gobernadora. Hasta hubo nombres para sucederla a ella en la Provincia si se profundizaba la tormenta cambiaria. Pero se disipó el mal momento, repentinamente el mandatario dijo que iba a postularse de nuevo, liquidaron la mesa política de la Casa Rosada y, a posteriori, se conoció la lista de aportantes truchos. Para la dama bonaerense, al menos en su entorno, hubo una conspiración interna en contra de ella. Para colmo, coincidía el episodio con mayores disgustos de Macri con su delegado en la Capital Federal, Horacio Rodríguez Larreta (con quien la Vidal mantiene una celosa fraternidad). En esta etapa de confusión y litigios, hubo una sorpresa: mujeres siempre dispuestas a entonar en público sus oraciones contra la financiación nefasta de los partidos politicos, callaron. Caso Elisa Carrió y Graciela Ocaña, una más salpicada que otra en estos cruces de los aportantes. Y otra dama poco conocida, María Fernanda Inza, del corazón de Vidal, debió dejar su cargo porque quedó envuelta en la marea de engañosas recaudaciones. Más allá de venganzas, ocurridas o por venir, el aterrizaje de los cuadernos del sargento chofer actuaron como un bálsamo sobre el tembladeral oficialista. Aunque nada se disuelve en política. El episodio de los cuadernitos con montos, bolsos, citas y entregas, se ha convertido en una obra maestra del suspenso que jamás imaginó Centeno en su pulsión por escribir, advierte sobre un recorrido judicial y mediático de características escandalosas que arrincona a Cristina. No se conocen los límites de la propagación tentacular y, mucho menos, el desenlace. Aunque todos admiten que habrá música para muchos que nunca estuvieron dispuestos a bailar. Ni dispuestos a volver a hacerlo si tocaban de nuevo.
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