Con el triunfo de Mauricio Macri, Scioli no pudo quebrar una larga historia de frustraciones de los gobernadores bonaerenses que intentaron llegar a la presidencia mediante el voto popular. No logró romper un conjuro que antes tampoco pudieron exorcizar ni con brujerías.
Muchos atribuyen la maldición a los orígenes mismos de la República, consolidada tras el inesperado triunfo de Bartolomé Mitre sobre Justo José de Urquiza en Pavón. Es que desde 1862, cuando Mitre llegó a la presidencia de la República Argentina, nunca un gobernador bonaerense pudo ser presidente mediante el sufragio hasta este 25 de octubre de 2015.
Pasaron 153 años y muchas historias, y la mayor provincia de la Argentina no logra traspasar directamente su mandatario provincial a la máxima jerarquía institucional del país. Hasta ahora Daniel Scioli no puede entrar en la historia, al menos hasta después de ls segunda vuelta.
Antes quiso Adolfo Alsina, quien tras ser gobernador de Buenos Aires fue vicepresidente de Domingo Faustino Sarmiento en 1868, e intentó llegar a la presidencia después, pero lo sorprendió la muerte en 1878 cuando se candidateaba.
Dardo Rocha gobernó Buenos Aires desde 1881 hasta 1884 y se tiraba para la presidencia en 1886, pero el jefe político de entonces, Julio Argentino Roca, prefirió al cordobés Miguel Juárez Celman, que era su cuñado.
No pudo Bernardo de Irigoyen, quien comandara los destinos bonaerenses entre 1898 y 1902; ni tampoco su sucesor Marcelino Ugarte, quien lo intentó dos veces: en 1910 y 1916.
En 1910 el elegido para conducir el país fue Roque Sáenz Peña. En 1916 el presidente fue el radical Hipólito Yrigoyen, que en 1917 intervino el gobierno provincial desplazando al todavía gobernador Ugarte.
Si Manuel Fresco tuvo intenciones de acceder a la primera magistratura se las cortó la intervención federal impuesta por el presidente radical Roberto Ortiz en 1940.
Oscar Alende (Unión Cívica Radical Intransigente) gobernó Buenos Aires entre 1958 y 1962 y quiso alcanzar la presidencia en 1963. Pero perdió ante el representante de la Unión Cívica Radical del Pueblo, el cordobés Arturo Umberto Illia. La desgracia para Alende fue que los otros líderes de la UCRI, Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi, no apoyaron su postulación.
El peronista Victorio Calabró, tras reemplezar al gobernador Oscar Bidegain y quedarse a cargo de la Provincia con el apoyo del peronismo de derecha, tenía un proyecto presidencial que frustró el golpe militar de 1976. El conjuro para los mandatarios provinciales aparecía inalterado.
En 1983, un bonaerense sería el primer presidente de la nueva era democrática (la más extensa desde la Ley Sáez Peña). Claro que Raúl Ricardo Alfonsín (UCR), oriundo de Chascomús, nunca había sido gobernador.
Quien aspiraría luego a sueños presidenciales sentado en la sede gubernamental de La Plata fue Antonio Cafiero, quien llegó al mando en 1987 y pretendía ser el sucesor de Alfonsín dos años después. Sin embargo la irrupción del gobernador riojano Carlos Saúl Menem complicó las chances de Cafiero, al punto tal que norteño de grandes patillas lo venció en las internas del Partido Justicialista de 1988.
Menem asumió anticipadamente en 1989 con Eduardo Duhalde como vicepresidente. Dos años después, el ex intendente de Lomas de Zamora era elegido gobernador de Buenos Aires.
Desde la primera magistratura provincial, Duhalde construyó una enorme maquinaria política en pos de cimentar su futura candidatura presidencial en 1995. En el medio, Menem logró la reforma constitucional que acortó los mandatos a 4 años pero permitió la reelección. Duhalde debió jugar la misma maniobra para conservar poder y quedarse cuatro años más en la gobernación, procurando que la oportunidad se presentara en 1999.
La debacle menemista y un gran acuerdo opositor dejaron a Duhalde casi sin chances de poder vencer al candidato de la Alianza: Fernando De la Rúa. Y fue así; el bonaerense perdió ante quien fuera intendente porteño. Aquella derrota estuvo precedida por un hecho particular y esotérico: adherentes a Duhalde contrataron un brujo, con la esperanza de terminar con una maldición sobre la cual ya se hablaba hasta en sectores incrédulos de los fenómenos carentes de lógica.
De todos modos, el peronismo conservó la gobernación con Carlos Ruckauf, hasta allí el vicepresidente de Menem. Con el tiempo se hizo mito una frase que habría pronunciado Ruckauf en el viaje hasta La Plata el día de la asunción.
“Cuatro años en la Provincia y después la Casa Rosada”, dicen que dijo, imbuido de un optimismo no acorde con la historia de los gobernadores y su deseo de saltar a la presidencia. El hechizo pudo más que la esperanza: Ruckauf ni siquiera completó el mandato como gobernador, y fue sucedido por Felipe Solá en 2002 cuando pasó a ocupar la Cancillería en el gobierno nacional interino post De la Rúa.
La debacle de la Alianza le permitió a Eduardo Duhalde llegar a la presidencia el 2 de enero de 2002. “Vieron que yo terminé con el conjuro”, se ufanaba Manuel Salazar, conocido en la ciudad de las diagonales como “El mago de Duhalde” por haber sido el contratado para llevar a cabo la macumba con la cual se pretendía cortar la tradición de frustraciones.
Para algunos tenía razón: Duhalde era el primer ex gobernador bonaerense en calzarse la banda presidencial. Pero no pudo lograrlo mediante las urnas. Ese privilegio todavía no se hizo realidad y la maldición sigue.
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