Por Marcelo Falak, enviado especial a VenezuelaCaracas - Nicolás Maduro logró salvar ayer por un pelo la continuidad de la Revolución Bolivariana en Venezuela, al término de una noche dramática que dejó a medio país aliviado y a la otra mitad con una enorme frustración y desconcierto.
El temor de todos era al cierre de esta edición que se produjeran hechos de violencia. Por eso el CNE pidió a todos que vayan a sus casas y a los líderes políticos que llamen a la calma. La reacción de los líderes de la Mesa de Unidad Democrática era, en ese sentido, crucial y esperada.
Además, la autoridad electoral ordenó la revisión del 100% de los votos para dar certezas mayores sobre un resultado polémico.
Poco antes del anuncio, la impaciencia hacía temer desbordes. Un intenso cacerolazo se escuchó en la zona acomodada y caprilista de Chacao. Las cacerolas callaron para escuchar a Lucena.
Al cierre de esta edición Maduro hablaba desde Miraflores, resaltando que su triunfo es válido pese al escaso margen y que él había augurado uno de 15 puntos. "Si perdía por un voto, entregaba el poder", dijo.
Reveló en su discurso que polémizó con Capriles quince minutos por teléfono, que rechazó la oferta de un pacto y que planteó que se anunciaran inmediatamente los resultados, que haría valer. Sus palabras dejaron entrever que la oposición podría disputar los guarismos, sobre todo después de que aquella pasó buena parte de la jornada denunciando irregularidades en el comicio.
Maduro se convirtió así en el primer presidente poschavista de Venezuela. El exsindicalista y militante de izquierda había sido duramente cuestionado por sus arranques místicos, con especial énfasis en una suerte de espiritismo ornitológico, seguramente en un intento de fidelizar a su base popular, más comprensiva, imaginaba, con ese tipo de mensajes. Los sectores medios claramente no eran suyos y, con una sociedad tan duramente polarizada, motivada y refractaria en el corto plazo a mayores trasvases, su negocio pasaba por pararse con firmeza en aquella base electoral. Eso creía.
El problema es que, aunque el oficialismo quiso mantener "vivo" a Hugo Chávez, éste efectivamente murió y el país debe acostumbrarse a vivir una nueva etapa de fuerte incertidumbre. Evidentemente, algunos chavistas "light" consideraron que Maduro no era su candidato ideal, y eso llevó a que su intención de voto se desinflara. Algunos de ellos no concurrieron a votar por el delfín del "comandante eterno"; otros directamente cruzaron de vereda.
Un rasgo clave para pensar lo que viene es que el chavismo es dueño de todos los resortes del poder en este país. Gobierna en 20 de los 23 estados y en la mayoría de las alcaldías, controla una holgada mayoría en la Asamblea Nacional, ha puesto incondicionales en la cúpula de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, ha erigido una milicia popular adicta, ocupa todo el poder judicial. Pero la imagen del nuevo presidente queda mellada puertas adentro de su espacio y más temprano que tarde sabremos de internas, sobre todo con el otro peso pesado del Partido Socialista Unido de Venezuela, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Otro rasgo clave pasa por la situación de la economía. La inflación, que "declinó" el año pasado hasta el 20%, se volverá a empinar si el mandatario cumple su promesa de subir los salarios por encima del 45%, una demanda de buena parte de la población que, por otra parte, será difícil de eludir. Es que la dinámica imparable del dólar paralelo (a alrededor de 20 bolívares hasta el viernes), que más que triplica al oficial (6,30), impacta fuerte en el consumo popular. La devaluación del 46% que Maduro decretó en febrero, cuando Chávez agonizaba y no se sabía si estaba realmente al mando, se elevó a más de un 70% poco después tras la introducción de un nuevo sistema de subasta de divisas para los importadores. Recordemos que este país compra en el exterior el 40% de lo que come.
La violencia criminal es otro drama. El país tiene una tasa índices de asesinatos de entre 50 y 73 por cada 100.000 habitantes, un nivel de país en guerra.
Esos problemas, hasta ahora disimulados por la enorme figura de Chávez, quedaron expuestos desde su desaparición: su inmenso carisma no alcanza ya para disimular falencias de gestión evidentes.
Sus incondicionales, la legión de pobres que lo amaba y lo lloró en su muerte, solía perdonarle esas carencias con el argumento de que su entorno no lo ayudaba a gobernar mejor. Eso se terminó. La candidatura de Maduro, y la conducción colectiva que planteaba con los otros pesos pesados del Partido Socialista Unido de Venezuela, "son" el entorno. Debajo de Chávez, todos los políticos venezolanos parecen igualados iguales y por décadas pelearán por lucrar políticamente por un pedazo más grande o más pequeño de su legado; hasta Capriles lo intentó, con éxito, en esta campaña. Eso, sumado a los conflictos mencionados, a mediano plazo comenzará a dejar al desnudo las internas dentro del PSUV.
Los venezolanos, o una mayoría exigua en rigor, han vuelto a apostar por un modelo que supo repartir como nunca la renta petrolera, un modelo que mejoró notablemente la situación de tantos pobres; un modelo, en definitiva, que dio a esta voz, autoestima y reconocimiento. En efecto, en los últimos catorce años la salud y la educación llegaron adónde nunca habían llegado antes. Sin embargo, en paralelo, se trata de un modelo que no ha resuelto problemas de larga data como la inseguridad, una verdadera peste en este país, y que no ha sabido aprovechar la magnífica oportunidad de un petróleo a cien dólares para diversificar su economía y acceder al desarrollo. ¿Estará el nuevo mandatario en condiciones de responder a semejantes expectativas?
Lo logrado por Capriles debe ser calificado de épico. La muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo había instalado, incluso en el campo opositor, de la inevitabilidad de un triunfo de Maduro por un margen incluso más amplio que los diez puntos obtenidos por Chávez el 7 de octubre último. Pero, como sugerimos en la edición del viernes, los errores repetidos de la campaña de Maduro abrieron, de a poco, un escenario diferente, con un candidato oficialista que se desinflaba velozmente.
Capriles ha debido pasar por tres elecciones (octubre contra el comandante, diciembre para ser reelecto en el estado de Miranda, ayer) para convencer a un nuevo sector de votantes de que con él no regresa la derecha recalcitrante y de que las "misiones" sociales están para quedarse, ya que en eso el chavismo ha modificado el sentido común en este país. Quedó a punto de protagonizar un milagro político. El gobernador de Miranda y hombre del partido socialcristiano Primero Justicia, de sólo 40 años, llevó adelante una campaña inteligente, en la que buscó dejar de lado su imagen de hombre de la elite. El "comandante eterno", mantenido "vivo" con respirador artificial en la campaña a favor de su delfín, murió anoche. Lo que comienza es una etapa nueva. Lo que no cambiará es la fascinación por seguir observando a Venezuela.
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