Por: Ernesto Tenembaum. Desde 2015, el peronismo ha convivido con una situación anómala, muy autodestructiva. Cualquiera que quiera ser Presidente tiene suficientes elementos para pensar que llegar solo por el dedo de “la Jefa” es un camino seguro para fracasar. Eso guiará a Kicillof, o a cualquier otro aspirante, a intentar acumular fuerza propia para llegar por sí mismo.
Un viejo chiste peronista sostiene que el 17 de octubre es el Día de la Lealtad porque es el único día del año en que los peronistas no se traicionan. Como todos los chistes, cuando lo cuentan los propios pueden generar risa, pero si lo hace un enemigo, un adversario o, simplemente, alguien ajeno a la tribu puede ser leído como una agresión. Así que mejor dejémoslo ahí. Fuera de ese detalle, cualquiera que mire lo que ocurrió el último jueves podrá desmentir aquel chiste. Porque este 17 de octubre, ocurrió algo bastante diferente a un gesto de lealtad: para algunos fue el día en que hubo una gran demostración de independencia y, para otros, lisa y llanamente, ocurrió una gran traición. Todo depende de donde se mire. De hecho, al día siguiente la propia Cristina Kirchner se refirió a uno de sus hijos políticos predilectos como “Judas”.
Es que el jueves, en la ciudad de Berisso, una gran parte del peronismo bonaerense realizó un nutrido acto por el 17 de Octubre, donde se reunieron muchísimos dirigentes que solían formar parte del elenco estable que rodeaba y apoyaba a Cristina Kirchner hasta hace muy poquito. Allí estaban, entre tantos otros, los intendentes de La Matanza, Fernando Espinoza; de Avellaneda, Jorge Ferraresi; de Ensenada, Mario Secco; de La Plata, Julio Alak; y de Berisso, Fabián Gagliardi. En el escenario se podía ver también a referentes gremiales como Roberto Baradel (docentes), Pablo Moyano (camioneros), Andrés Rodríguez (estatales de UPCN) y Rodolfo Daer (alimentos). En primera línea aparecía además el ex secretario general de La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque.
Todos ellos eran, hasta hace nada, cristinistas. Algunos, incluso, se destacaban por señalar traidores a ella, a diestra y siniestra.
Pero Cristina no estaba.
Más aún, Cristina envió un mensaje de adhesión a otro acto, mucho más pequeño, donde no había referentes territoriales ni sindicales del peronismo.
Andrés Larroque, Mario Secco y Carlos Bianco
En el centro del acto rebelde estaba, claro, Axel Kicillof, el impensado desafiante de la máxima autoridad. Como se sabe, la estrella de Kicillof empezó a brillar cuando Cristina Kirchner era Presidenta de la Nación. Ella lo elevó hacia el centro de su gobierno. Primero lo designó viceministro de Economía, luego fue el ministro durante sus últimos dos años de Gobierno. Desde allí, con el aval de la Presidenta, el entonces ministro fue capturando áreas de personajes poderosísimos, como Julio de Vido o Guillermo Moreno. Y, finalmente, fue ella quien lo postuló como gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La relación entre Fernández de Kirchner y Kicillof, o entre Cristina y Axel, como suelen llamarlos sus simpatizantes, no sólo fue política sino de un afecto personal que, raramente, la ex presidenta comparte con otros dirigentes. Muchos conocedores de esa dinámica han sostenido que CFK tenía un hijo político al que muchas veces privilegiaba frente a las demandas de Máximo, su hijo biológico. Tragedia griega.
Pero eran otros tiempos.
A lo largo de los últimos años esa relación se enfrió por distintos motivos.
El gobernador Axel Kicillof encabeza el acto por el Día de la Lealtad Peronista en Berisso, provincia de Buenos Aires
Este tipo de desencuentro se explica distinto desde ambos lados de la relación. Que Máximo nunca quiso que Axel fuera gobernador, que después nunca le gustó cuando ejerció el cargo, que lo obligó a desplazar a Carlos Bianco, su hombre de confianza en la provincia de Buenos Aires después de la derrota de 2021, que Axel no atendía a los intendentes, que Bianco no servía, que Máximo impuso a Martín Insaurralde, antes de que fuera aplastado por un sonado escándalo, que luego Axel se negó a ser candidato a presidente por egoísmo, para preservarse de una derrota, que empezó un armado propio para traicionar a Cristina, que dijo esa frase sobre componer una canción nueva, “no una que sepamos todos”, que luego La Cámpora empezó a entonar canciones contra el Gobernador, que en algunos actos, mientras Kicillof hablaba, Máximo hacía gestos de desaprobación. Que uno solo existe por una razón biológica, que el otro está ahí de regalo.
Y así.
Pero por fuera de esas anécdotas, que siempre existen, la razón profunda que agita al peronismo en estos días obedece a una lógica muy humana: hay una madre política a la que ni se le ocurre dejar su jefatura, pese a que muchos de sus seguidores sienten que ya es hora. Y tienen algunas razones fuertes.
Desde 2015, el peronismo convive con una situación anómala, muy autodestructiva. Cristina Kirchner no quiere o no puede ser candidata a presidenta, ni, al parecer, aspira a serlo. Por eso, en tres momentos distintos, ha designado a Daniel Scioli, a Alberto Fernández y a Sergio Massa. Pese a semejantes traspiés, ella insiste con el método, que incluye una condición muy difícil de cumplir. Cristina pretende que esas designaciones sean compensadas con obediencia.
Ese esquema entró en crisis en el período 2015-2019. Alberto Fernández nunca fue un presidente, entre otras razones, porque debía negociar con ella cada paso. Eso demoraba decisiones clave, producía la caída periódica de ministros, provocaba escandaletes cotidianos. A estas alturas, es irrelevante discutir quién de los dos tiene mayor responsabilidad en lo que pasó. Lo cierto es que el esquema no funcionó. Pero ella pretende repetirlo.
Cristina Kirchner y Alberto Fernández - Franco Fafasuli
Así las cosas, cualquiera que quiera llegar a ser presidente tiene suficientes elementos para pensar que llegar solo por el dedo de “la Jefa” es un camino seguro para fracasar. Eso guiará a Kicillof, o a cualquiera que lo quiera ser, a intentar acumular fuerza propia para llegar por sí mismo, o -incluso- en contra de la voluntad de Cristina. Del otro lado, del camporismo, evalúan que sería todo más sencillo si el eventual designado sometiera su voluntad a los deseos de la ex presidenta, que es la líder natural del peronismo. Si no lo hiciera, peor para él.
Está visto que en política, y particularmente en el peronismo, solo puede haber un líder. Eso entendió, por ejemplo, Néstor Kirchner, cuando enfrentó a Eduardo Duhalde, el jefe que lo había depositado en la Casa Rosada. Eso entiende Cristina. Por no entender eso a Alberto Fernández le fue como le fue. Y, al parecer, eso empieza a entender Kicillof.
Claro, para lograr su objetivo -él o cualquiera- deberá enfrentar un desafío dramático: matar a su madre política. Llegar sin ella, o contra ella, y luego erigirse como nuevo jefe político del peronismo. Es el mismo desafío de todos los disidentes o de los Judas, según como se los vea, que rodearon al gobernador el jueves.
Hay, por lo visto, un sector muy relevante del peronismo que percibe varios problemas en el liderazgo de Cristina Kirchner. Uno de ellos tiene que ver con las relaciones de poder: la señora no permite un solo gesto de autonomía, ni de ella ni de su hijo biológico. El otro problema es de gestión. Aun cuando todos ellos reivindiquen la presidencia de Cristina, muchos opinan que su gestión macroeconómica fue deficiente (durante esos años regresaron la inflación, los déficits gemelos, la restricción externa, el cepo). Ella no comparte, a grosso modo, esa mirada. Por si fuera poco, le recriminan las elecciones de Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa.
Si quieren corregir esos detalles que, de nuevo, deberán correrla del medio, CFK resistirá. Los líderes no suelen aceptar que sus mejores días ya pasaron. Al menos, no lo aceptan sin batirse a duelo. Mírenlo a Mauricio Macri, si no, el lío que armó en el país para evitar que sus hijos políticos llegaran al poder.
Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta
Así que allí vamos, hacia una batalla cruenta.
Pese a tantos fracasos y tantas derrotas, el peronismo tiene una chance seria de volver, sobre todo si el plan económico no logra salir de la recesión. En estos días hay muchos ricos brindando en el Sheraton de Mar del Plata mientras muchísimos pobres se arrastran por el conurbano. Suele ser un escenario propicio para que, de repente, todo el mundo se sorprenda de la fortaleza peronista. Los números de las últimas tres elecciones bonaerenses, además, son muy elocuentes. En 2021, en su peor momento –con pandemia, caída del salario real, foto del cumpleaños de Fabiola Yañez, pelea furiosa entre Alberto y Cristina Fernández- perdió por apenas un punto. Dos años antes ganó por más de 20 y dos años después por más de quince.
Claro, antes de todo eso, habrá un gran espectáculo: una guerra entre una madre y un hijo, o entre una madre y un grupo numeroso de hijos. Sordos ruidos oír se dejan. Ojo con eso. El kirchnerismo es un especialista en desafiar esa infalible verdad peronista según la cual “nosotros somos malos pero los demás son mucho peores”.
Axel Kicillof y Cristina Kirchner
Mientras tanto, siempre es útil recordar un viejo librito que recomendaba Antonio Cafiero a diestra y siniestra, cada vez que se producía una traición en el peronismo, cualquiera de los 364 días que rodeaban al 17 de octubre. Se llama Elogio de la Traición, y fue escrito por los franceses Yves Roucaute y Denis Jeambar.
Algunos párrafos:
”No traicionar es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos. El método democrático, adoptado por las repúblicas, exige la adaptación constante de la política a la voluntad del pueblo, a las fuerzas subterráneas o expresas de la sociedad… El déspota, hijo de la traición, aterrado por las conmociones de la vida, se apresura a proscribirla y, con ella, a todo el movimiento de la libertad”.
”La traición es la expresión política -en el marco de las normas que se da la democracia- de la flexibilidad, la adaptabilidad, el antidogmatismo; su objetivo es mantener los cimientos de la sociedad. En las antípodas del despotismo, la traición es, pues, una idea permanente que, a diferencia de la cobardía, evita las rupturas y las fracturas y permite garantizar la continuidad de las comunidades democráticas al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la teoría”.
”Cómo pasar por alto, por ejemplo, que gracias a ella (la traición) España pudo avanzar hacia la democracia. Sucesor del todopoderoso Caudillo -muerto a los ochenta y dos años, después de treinta y nueve de ejercicio absoluto del poder-, Juan Carlos se convirtió en el fundador incuestionado de la democracia. Ningún destino puede ser más asombroso que el de este hombre educado para asegurar la continuidad del franquismo y que, apenas accede al poder, lo arroja por la borda”.
Ha ocurrido en todas las familias.
Tampoco es para dramatizar tanto.
Feliz Día a todas las abnegadas madres argentinas. Incluso a ella, claro.
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